viernes, 31 de mayo de 2019

Levantia, capítulo 5.

5

Abrí los ojos. Estaba todo a oscuras aún, sólo llegué a distinguir eso antes de volver a caer dormido. La segunda vez que desperté me noté la garganta muy seca, apenas pude moverme, no distinguía nada con la vista y sentía un hormigueo extraño por todo el cuerpo; no era dolor, pero tampoco era agradable. Tenía sed, pero volví a dormirme. El siguiente despertar fue el que lo cambió todo, la falsa alarma.

Entraba algo de luz entre las rendijas de la persiana bajada. No tuve tiempo de pensar en ello en aquel momento, pero probablemente era ya de día. El hormigueo que había notado anteriormente por el cuerpo, se había convertido en un escozor como el que provoca el alcohol sobre una herida, pero lo sentía por dentro. Me levanté tan rápido que no recuerdo cómo, pero caí de cara contra el suelo. Intenté incorporarme pero al apoyar ambas manos para hacerlo vomité. Noté el líquido sobre mis manos y salpicando mis brazos, tibio, viscoso… Rojo. Me desmayé sobre el charco de sangre.

Recobré el sentido y tosí, echando un poco más. Notaba los latidos de mi corazón como si fuesen bombas explotando dentro de mí. El escozor casi había remitido del todo, siendo sustituido por un dolor sordo. Notaba pinchazos en el pecho. Los latidos comenzaron a espaciarse más y más en el tiempo, y a ser más débiles. Tras unos instantes de puro pánico, el corazón se detuvo definitivamente (o eso creí). Caí de nuevo.

Una extraña vibración me despertó. Al abrir los ojos me quedé un poco aturdido, con la visión distorsionada. El zumbido no provenía de nada del exterior, si no de mis propios oídos. O de mi cerebro. Tras unos momentos en los que ni me moví del suelo, pude abrir la boca, notando cómo se despegaban mis labios.

-Mi…Lena… -pude decir entrecortadamente, con un hilo de voz. No hubo respuesta, así que cogí un poco más de aire-. Milena…

Nada. Moví con cuidado las manos, que respondieron, aunque entumecidas. El resto del cuerpo estaba igual, bien pero como si una pandilla me hubiese dado una paliza la noche anterior y se hubieran ensañado en cada músculo. Parpadeé, con la cara aún pegada al suelo por la parte derecha, respiré hondo varias veces. Olía fatal, cualquiera diría que a muerto, valga la ironía. Comencé a levantarme con cuidado. La piel del rostro, del cuello, pecho y los antebrazos se despegó del suelo, literalmente, porque la sangre se había secado. Conseguí ponerme a gatas y esperé un momento, tomando aliento. Lentamente me puse sobre mis piernas al fin y me senté en la cama o más bien me dejé caer sobre ella.
Miré alrededor. La luz que se filtraba por las rendijas de la persiana era suficiente como para ver la habitación en su totalidad, aunque en penumbra, se distinguía todo perfectamente. A parte de la cama y unas cajas de cartón precintadas, allí no había ningún mueble ni objeto de decoración, ni siquiera un flexo o lámpara.

-¿Milena? -volví a llamarla, un poco más alto ahora que había cogido algo de aliento ya.

Puse atención por si oía algo desde fuera de la habitación, pero no oí nada. Tras unos instantes sentado cogiendo algo de fuerzas me levanté. Tuve que apoyarme en la pared al notar un ligero mareo, pero pude seguir de pie, y caminé muy despacio, tratando de encontrar y recolectar toda mi ropa, que estaba esparcida por la habitación. Me puse los calzoncillos, los pantalones y el calzado, y me detuve antes de empezar a vestirme el torso. Tenía que lavarme, estaba hecho un asco con toda esa sangre seca, así que salí de la habitación, de nuevo, caminando con cuidado.

El pasillo, casi a oscuras, tampoco contaba con ningún tipo de decoración. Resultaba un tanto inquietante. Caminé por él. Abrí la primera puerta que encontré, pero era una estancia totalmente vacía, supuse que era un dormitorio, por el tamaño y la disposición de la única ventana, como la de la habitación de la que había salido yo. «Debe de haberse mudado hace poco…» pensé. La siguiente puerta, contigua a la de la habitación vacía, era el baño. Entré y fui hacia el lavabo. No había agua. Maldije mi suerte. Salí y me dirigí hacia lo que debía ser la cocina. Siguiendo la tónica del resto de la casa, ahí no había nada, ni nevera, ni muebles, electrodomésticos, sillas, mesa… Tan solo un fregadero desnudo, con las tuberías a la vista, pero no me iba a servir tampoco sin agua.

Volví a la habitación de la cama, resignado a limpiarme un poco en seco, como pudiera. Tras rascarme con las uñas las costras de sangre seca del pecho, los brazos, el cuello y la cara, me puse la camiseta, el jersey, la chaqueta y salí del piso.

Mientras bajaba las escaleras me di cuenta de que el propio edificio parecía abandonado. No había nada roto ni en mal estado, pero el polvo se acumulaba en los rincones y la barandilla de las escaleras, y el silencio era total, comprobé que tan solo era un bloque de tres alturas, unos seis pisos pequeños como en el que había pasado la noche.

Efectivamente, desde fuera confirmé que nadie vivía en aquel edificio. El telefonillo del portal estaba viejo, sucio y roto. Por supuesto ni rastro de Milena tampoco. Pensé en esperar allí por si había salido a hacer cualquier cosa y volviese, pero al momento me di cuenta de lo estúpido de aquel razonamiento. En primer lugar, estaba hecho mierda, y empezaba a sentirme mal de nuevo. En segundo lugar, no sabía cuanto tardaría ella en el caso de que volviera, porque además, no cuadraba mucho que ella viviese allí, pero ¿cómo habríamos entrado si no?, hacían falta llaves para eso. Comencé a sentir cierta incomodidad. Lo que me había sucedido… No era producto de lo que bebí la noche anterior, de hecho, si hubiera tenido resaca hubiera sido muy suave, como digo apenas bebí para acabar como acabé. Todo empezaba a parecerme muy raro, ¿y si me había drogado?. Me eché la mano instintivamente a los bolsillos de los pantalones. Mi cartera seguía en el bolsillo derecho, así como mis llaves, en el bolsillito más pequeño, y el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta. Comprobé la cartera y no faltaba nada. Saqué el móvil. Pulsé el minúsculo botón del lateral para encender la pantalla. En lugar de aparecer la pantalla de menú, el móvil se estaba iniciando, lo que quería decir que en algún momento de la noche lo habría apagado y no me acordaba. Al poner el pin y abrirse por fin el menú, vi que el icono de la carga de batería estaba completamente vacío, con lo cual, a los pocos segundos el móvil volvió a apagarse. No tenía batería. Recordaba que la última vez que lo miré la noche anterior estaba casi a tope, no era normal que se hubiese quedado sin batería en una noche, sin utilizarlo en ningún momento. No le di más vueltas a ese detalle, aun con todo, lo que me había ocurrido al despertar no era normal, puede que no me hubiese drogado para robarme (lo cual agradecí, claro), pero algo me había colado… Por otro lado, ¿qué droga te hace vomitar un charco inmenso de sangre?¿qué cojones me habría metido?

Todo empezó a darme vueltas y tuve que apoyarme de nuevo en la pared más cercana. Noté un pinchazo en el estómago, no muy intenso, pero alarmante. En cuanto recuperé el control, comencé a caminar para alejarme de aquel lugar. Debía ser temprano por la mañana, por la luz tenue del cielo, lo cual me sorprendía bastante, porque juraría que no nos fuimos del último garito antes de las tres y media o más de la madrugada. Contando el camino hasta el piso y lo que hicimos en él, habría podido dormir un par de horas o poco más… la cabeza me daba vueltas cada vez más, los pinchazos en el estómago venían espaciados entre ellos unos minutos, pero cada vez con un dolor un poco más intenso. Me dolía el cuello también, aunque de una manera distinta al resto del cuerpo. Lo tenía como entumecido además.

No conocía aquella zona, por supuesto, ni la recordaba del camino de ida que hicimos esa noche haría apenas cuatro o cinco horas. No comprendía nada, pero a medida que me encontraba peor a cada minuto me importaba menos, sólo quería llegar a casa.

Cuando por fin logré llegar a la parada de metro más cercana, comenzaba a tiritar. Me hice un ovillo en uno de los asientos libres (que eran bastantes para la hora que era). De reojo me fijé en que alguna de la poca gente que ocupaba el vagón a parte de mí, me miraba raro. Supuse que era totalmente normal, claro; debía llevar unas pintas de yonki apaleado deprimentes.

El trayecto se me hizo interminable, pero finalmente llegué a casa.

Bajé del tren como pude y a trompicones fui hacia las escaleras que subían a la calle. Al llegar ante ellas más que las escaleras de la boca de metro me parecieron el último kilómetro de ascenso al monte Everest. La cabeza me palpitaba, como si un antisistema estuviese dentro de mi craneo destrozándolo todo a base de golpes con un bate de béisbol al ritmo del bajo en “another one bites the dust“ de Queen.  Apenas podía tenerme en pie, no sabía si arriesgarme a intentar subir o sentarme en un banco; por un lado quería llegar a mi cama rápidamente, tomarme algo para el dolor y dormirme (o desmayarme), por otro la tarea de subir esas escaleras me parecía titánica en esos momentos y muy peligrosa, porque veía venir un desvanecimiento que en medio de las escaleras podría resultar mortal. Pensé que podía ir a peor de nuevo y tampoco quería dar el espectáculo allí delante de todo el mundo (aunque ya me lo planteaba muy seriamente, pedir ayuda, dejarme caer al suelo y que alguien se encargase de mí, llamase una ambulancia…), así que puse todo mi esfuerzo y concentración en comenzar a ascender peldaños.

-¿Fabio? -apenas oí la voz enfrente de mi- ¿Estás bien?

Levanté la mirada. Era una chica, pero no la conocía. O al menos si la conocía, como todo parecía indicar, no la reconocía en aquel momento. No sé si hubiese reconocido ni a mi madre.

-Estoy… -fue lo único que alcancé a decir antes de que mis piernas hicieran un amago de dejar de sostenerme.

Noté como la chica me cogía.

-Espera… -gruñó, mientras me ayudaba a ponerme otra vez más o menos derecho.

No era muy alta, de hecho era más bien tirando a bajita, aunque no hubiera sabido decir cuanto. Debió costarle cargar con mi peso.

-Gracias… -respiré hondo. La chica morena me miraba, preocupada-. Voy a casa, tranquila…

-A lo mejor deberías ir al médico…

-No. No… Estoy bien, sólo necesito dormir -volví a agarrarme de la barandilla de las escaleras y seguí subiendo. Debía estar dando un espectáculo lamentable.

-¡Espera! -me cogió el brazo izquierdo y se lo echó sobre los hombros- Te acompaño, ¿dónde vives?.


Tras un corto realmente pero larguísimo, casi interminable, doloroso, nauseabundo, delirante y bochornoso trayecto desde la boca de metro hasta casa, por fin nos encontramos en la puerta del piso. Debía de parecer que estaba en las últimas, porque aquella chica insistió en ayudarme a subir cuando llegamos al portal. Y realmente no me sentía nada bien, nada; tan mal como para no pensar ni siquiera un segundo la imagen vergonzosa y alarmante que debía estar dando. Mi mente tan solo visualizaba mi cama y una desconexión inmediata. Intenté abrir la puerta, con mucha dificultad, porque me temblaba todo el cuerpo. Tras unos vergonzosos intentos de colar la llave por la cerradura sin éxito, ella me las cogió de la mano con delicadeza y abrió, me ayudó a entrar y me acompañó hasta el salón. Allí me dejé caer en el sofá, por fin.

-Fabio, déjame que llame a una ambulancia…

-No… Se me pasará, estoy bien… -medio gemí. No debía haber resultado muy convincente-. No te preocupes, voy a dormir un rato. Gracias por… Echarme una mano.

-¿Puedes llamar a alguien?

-¿Qué? No, tranquila, no hace falta molestar a nadie, en serio…

Noté cómo me miraba fijamente, pero no pude enfocar bien su rostro.

-No estoy tranquila dejándote así…

-De verdad -pensé un momento, haciendo un esfuerzo-, no es algo nuevo, tranquila. Una buena siesta y estaré mucho mejor.

No se movió. Creí ver que sujetaba un teléfono móvil.

-Gracias, pero no tienes que preocuparte más, mañana estaré mejor…

-De acuerdo -por fin pareció calmarse-. Dime… Dime algo en cuanto puedas, por favor. Si necesitas algo también, estaré pendiente del móvil, ¿vale?

Asentí e intenté sonreír. La realidad era que tenía la cabeza tan ida que ni me paré a preguntarme por qué había dicho eso del móvil, si ahora que me había fijado mejor creía que no la conocía de nada, aunque por lo visto ella sí me conocía a mí.
Por fin se fue. Oí la puerta del rellano cerrarse y entonces me abandoné a la pérdida de la consciencia de nuevo.


-…bio… Fabio…

Entreabrí los ojos, notando unos golpecitos en el hombro. Mario me miraba.

-Joder tío, qué pintas tienes… -dijo, mirándome frunciendo un poco el entrecejo.

-¿Qué hora es? -acerté a preguntar.

-La una y media casi.

Había bastante luz, así que acepté que se refería a la una y media del mediodía, por lo menos había podido dormir unas cuantas horas después de llegar. Me sentía algo mejor, pero peor de lo que habría esperado.

-Venga, vámonos a comer algo, la última comida en esta ciudad, de momento -dijo, dándome una palmada con algo más de fuerza en el brazo.

-¿La última comida…?

-Mañana yo me voy por la mañana, si no es hoy ya no será.

-¿Mañana? -los engranajes de mi cerebro comenzaron a girar muy lentamente. Casi podía oírlos chirriar-. Nos vamos el miércoles… ¿Y tú no ibas a volver el lunes?

Mario se me quedó mirando con cara de incredulidad.

-Fab, es martes bro…

«¿Martes?» pensé, sin comprender. Mario debió notar la confusión que reinaba en mi cabeza.

-¿Estás bien, tío? -puso una mano en mi hombro.

Yo no comprendía cómo habían pasado tres días desde que me dormí en el sofá.

-¿Cuándo…?¿Cuándo has llegado? -pregunté, tratando de aclararme.

-Ayer…

-Ayer no, ¿qué día?

-Lunes joder, si hoy es martes… ya te dije que volvía el lunes…

-¿Y no me despertaste?

-No estabas…

Me quedé mirándole. ¿Cómo que no estaba?¿Cuándo había llegado a casa?

-¿No…?

-Esta mañana cuando he salido de casa aún no habías llegado, me estaba preocupando ya porque tenías el móvil apagado o fuera de cobertura.

O sea, que sí había dormido unas horas desde que llegué a casa, ¿pero entonces…?¿Cuánto tiempo había pasado inconsciente en aquella habitación del edificio abandonado en la que había pasado la noche con Milena?¿Tres días enteros? Aquello era imposible.

-Tío, de verdad, ¿estás bien? -repitió Mario, acercando su cara para mirarme fijamente a los ojos mientras seguía sujetándome por el hombro.

-Sí -solté, tras un momento de vacilación-. Sólo es que… Estaba por ahí. Joder, menuda resaca…

Traté de hacer pasar todo aquello por un desfase titánico de excesos lo mejor que pude. Aunque en realidad tampoco sabía qué era lo que trataba de esconder. No estaba muy seguro de si volvería a recaer y marearme o algo así, por lo que la idea de salir de casa no me atraía en absoluto, pero lo cierto era que me sentía ya algo mejor, así que tras un poco de insistencia por parte del incombustible Mario, me levanté, me di una ducha rápida como pude (también a petición de Mario y de mi propio olfato), me puse ropa limpia y salimos de casa.
Por suerte Mario no llegó a ver antes de que me metiese en la ducha las manchas de sangre seca que aún había en algún rincón del cuello de la camiseta e incluso en algún mechón de mi pelo. Pero sin duda sí había reparado en lo que yo había visto al mirarme al espejo del lavabo: unas ojeras algo amoratadas y un rostro pálido, como si de repente hubiese pasado meses arrastrando alguna enfermedad importante. Quizá era buena idea comer algo, si tenía que creer que había pasado más de tres días sin ingerir nada, ni agua, inconsciente.


A los pocos minutos de ir caminando hacia el italiano en el que solíamos comer o cenar desde hacía meses cuando nos apetecía darnos un homenaje, comencé a sentir un hormigueo bastante incómodo por la cara, el cuello y las manos. No era buena señal. Temía que fuese a más, como el mareo de antes. Empezó a dolerme un poco la cabeza. Cuando llegamos por fin al restaurante me sentí aliviado de poder sentarme y de hecho, el dolor de cabeza remitió en cuestión de un par de minutos, así como esos hormigueos que ya comenzaban a convertirse en escozor a penas soportable justo antes de entrar.
Fui al baño y me eché agua sobre la nuca y la cara. De pronto me sentí un poco avergonzado por el careto de yonki que llevaba; comprendí la mirada del camarero al vernos nada más entrar. «Joder, Fabio… ¿Qué coño has hecho…?» me dije a mí mismo, echándome ambas manos a la cabeza y pasándolas luego por el pelo, para adecentarme un poco. Hasta mis ojos parecían tener un tono azul más pálido del natural.
Cuando trajeron los platos (macarrones a la carbonara para mí y espaguetis alla norma para Mario) devoré el mío en menos de cinco minutos, y las raciones en este restaurante no eran poca cosa para ser un italiano medio pijo.

-¿Ves como tenías que comer algo, Fab?. Estás “traspillao”, como dice mi madre… ¿Pero en qué bacanal has estado, tío?

Yo no presté mucha atención a lo que decía mi compañero, sólo pensaba en comer más, pero sabía que no podía permitirme otro plato. Comencé a notarme ansioso, estuve por quitarle a Mario su plato y comérmelo yo, cuando en un instante sentí náuseas. Fueron a más rápidamente y tuve que levantarme a toda prisa para ir de nuevo al servicio, donde nada más entrar… Bueno, digamos que los macarrones estaban buenísimos pero la vida es injusta y acabaron en el retrete, casi intactos. Me enjuagué bien la boca con agua del grifo. Volví a verme en el espejo, y eso aún me desanimó más.
Al volver a la mesa Mario me miraba inquisitivamente.

-¿Tío, qué te pasa? En serio, me estás preocupando bastante ya…

Le hice un gesto con la mano, como quitándole importancia al asunto.

-Tranquilo, es la resaca…

-¿Pero qué fiesta te has pegado tú dos o tres días por ahí?¿Me lo vas a contar o qué?

Técnicamente, si contaba desde que salí el viernes, la fiesta había durado cuatro días, pero no se lo iba a decir. Di gracias a que Mario no tuviera relación alguna con mi ex, Nuria, porque me iba a servir como chivo expiatorio.

-He estado con Nuria… -solté, fingiendo hastío.

Me miró con cara de sorpresa al principio, pero luego le nació esa sonrisilla tonta típica de algunos tíos cuando un colega les cuenta que ha “triunfado“.

-Qué pájaro… ¿Y cómo ha sido eso?, ¿te arrepentiste de darle largas cuando os visteis el otro día? Tío, ya sabes lo que pienso yo, pero cada uno… Si has disfrutado, pues eso que te llevas…

-La llamé, y una cosa llevó a la otra, fui a su casa, salimos y… He pasado estos días con ella.

-¿Y la resaca?

Tonto del todo no era Mario. Caí en la enorme y estúpida laguna de mi explicación, así que respondí lo primero que se me ocurrió.

-Salimos también anoche…

-¿Un lunes? Sí que tenía ganas de juerga…

Me miró perplejo, pero tras unos instantes se encogió de hombros y siguió con su plato de espaguetis como si nada. Supuse que cosas más extrañas había visto.

-Pues sí… -sentencié.

No pedí postre por lo que pudiera pasar, Mario pidió una ración de tiramisú.

-Entonces, ¿qué vais a hacer? -preguntó, mientras comenzaba a darme envidia con la primera cucharada que se llevó a la boca.

-¿Quién? -caí al momento de que se refería a Nuria y a mí-. Ah… Pues, no sé…

-¿Relación a distancia tú allá en el pueblo aquel nublado del quinto prepucio y ella aquí? No lo veo Fab… -me miró, condescendiente.

-¿Por qué no? -seguí con la mentira, parecía que había colado y ahora la terminaría de asentar haciendo que él se implicase.

-¿Cuántas veces podrías venir? Si antes ya tonteó con otro estando los dos aquí, imagina…

-¡Eh! -fingí una ligera ofensa.

-Lo siento bro, pero he de ser sincero, es lo que yo creo.

-Te agradezco tu preocupación y tengo en mente lo que dices, no me lo voy a tomar como algo serio…

Me miró y volvió a sacar la sonrisilla tonta.

-¡Ese es mi bro Fab! ¡De follamiga!…

-No chilles… -hice un gesto hacia el resto del restaurante, como haciéndole entender que lo iba a oír todo el mundo.

Rió mientras acababa su postre. Pagamos y al salir me echó uno de los brazos de luchador de pressing catch que tenía sobre los hombros.

-Has aprendido mucho desde que vine a vivir contigo -soltó, con aire de superioridad pero con un extraño deje de melancolía.

-¿Qué habría hecho yo sin ti? -repliqué yo, socarronamente.

Y así, con Mario echándose unas risas y yo fingiendo que hacía lo mismo aunque en realidad me estaba muriendo de hambre y volvía a notar el hormigueo barra escozor en la cara y las manos, volvimos a casa.



El momento tan temido llegó por fin la tarde del día siguiente.

-Da pena, ¿eh? -dijo Mario, mientras estábamos de pie en el recibidor, rodeados de maletas y bolsas-. La de buenos momentos que hemos pasado aquí.

Yo sabía que él se refería a momentos en común nuestros, desde que él vino a vivir conmigo, pero no pude evitar pensar en todos los momentos que pasé yo antes de eso, tanto solo como en compañía. Ahí dejaba… Una vida, al fin y al cabo. Lo que fue y lo que podría haber sido. Mario debió notar el desaliento en mi expresión.

-Eh, Fab -me dio una palmada tras el hombro y le miré-. Venga, al final de alguna manera la cosa siempre mejora, esto no es el fin, recuerda que también formas parte de nuestro proyecto común.

Por tonto que parezca, me sacó una sonrisa al pensar en ese canal de You Tube chapucero que habíamos puesto en marcha entre los dos. Aunque yo por lo general sólo grababa y soltaba algún comentario mientras tanto, y únicamente había salido en algún vídeo de pasada, anecdóticamente.

-Es todo merito tuyo. Además, ya no voy a poder ejercer de cámara y ayudante de producción -contesté, aún con media sonrisa.

-Tú puedes subir tus propios vídeos… -le miré, arqueando una ceja-. Bueno, no sobre entrenamientos y fitness, pero sí sobre esas filosofadas que tanto te gusta darte y que tan bien se complementan con el estilo de vida que el canal quiere promover.

-Pues igual me lo pienso…

Bajamos una tanda de bolsas y cajas pequeñas al portal, y volvimos a subir a por lo último que quedaba, una maleta enorme de Mario. Yo no comprendía cómo había llegado a acumular tantas cosas en el piso. No le había bastado con el primer viaje que hizo durante el fin de semana, y aún así, le quedaba todo aquello.
Me puse en posición para ayudarle a levantar aquel armatoste que no tenía ruedas.

-Tranquilo socio, esto pesa mucho, déjame a mí…

Casi me sentí ofendido. Como cuando de pequeño en el recreo nadie me elegía para su equipo.

-Entre los dos costará menos -me así a las esquinas del enorme maletón, o más bien baúl.

-Tranquilo tío, en serio, déjame a mí…

-Que no… -agarré y levanté.

No me di ni cuenta de cómo pasó, pero acababa de levantar yo solo aquello y además sin extrema dificultad, como si estuviera levantando una garrafa de agua. Me quedé sosteniéndolo, ahí parado. Por el lado pude ver que Mario me miraba con los ojos como platos. De repente fui consciente de lo extraño de la situación y solté el baúl, sin pensarlo. Golpeó el suelo, haciéndolo retumbar un poco.

-Tío… -es lo único que alcanzó a decir Mario.

-Joder… Sí que pesa, sí… Espero que no se haya roto nada, lo siento…

Me siguió mirando, confuso.

-Sí, sí… -seguía un poco extrañado.

-Mejor cógelo tú y yo bajo delante indicándote…

-Vale tío…

Entonces oí el gruñido de esfuerzo que soltó al intentar levantarlo él solo. Lo consiguió a duras penas, y comenzó a moverse con mucha dificultad. Yo no daba crédito. Mario era un tío que levaba años y años de gimnasios, haciendo pesas, dietas, era prácticamente un toro y además había trabajado de mozo de almacén y en la construcción. Y yo casi no había hecho una flexión en mi vida, o al menos hacía mucho que ni hacía flexiones.

-Tío… -le oí apurado, indicándome que comenzara a bajar y le guiase.

-Perdón -me puse en marcha- vale, vas bien, tira…

Tuvo que parar en cada rellano para tomar aliento, pero al final logró llegar con el mamotreto hasta abajo y cargarlo en la furgoneta de su padre. Parecía que con el enorme esfuerzo había olvidado lo que había pasado arriba.

-Gracias, bro. Bueno… -me tendió la mano-. Nos volveremos a ver, ¿verdad?

Le estreché la mano y chocamos los hombros de frente.

-Dalo por hecho.

Tras eso, se subió en la furgoneta y se fueron.

Y ahí estaba yo, solo y perdido. A Mario le había dicho que Nuria iba a venir con una amiga en su coche para acercarme a entregarle las llaves al casero y llevar mis cosas a su piso compartido, que de momento iba a quedarme unos días con ellas. Pero lo cierto era que no había avisado a nadie de nada, así que cogí una mochila y la maleta donde llevaba lo más necesario, dejé el resto allí en un rincón y me fui. Después de devolver las llaves del piso, como no tenía adonde ir y aquella sensación de hambre, cansancio y resaca seguían presentes, además de lo que acababa de ocurrir con el baúl, decidí hacer lo único que podía haber hecho: ir a la zona chunga en la que conocí a Milena. Quería respuestas sobre qué me había dado aquella noche, porque obviamente me había drogado o dado algo extraño de beber. Y además era la mejor opción que tenía en aquellos momentos, con ella no sentiría la misma vergüenza que acudiendo a Nuria, aunque la hubiese conocido hacía solo unas noches de fiesta, y encima ella misma presumía de que le sobraba el dinero, con lo cual no creo que tuviese problema en que pasara una noche o dos en su casa. Y bueno… A lo mejor tenía ganas de volver a verla…

Aunque todo sonase a locura de nuevo, sin la más mínima idea de si la encontraría o si no me tocaría dormir en algún rincón en la calle (que parecía lo más probable), allá que me que fui de nuevo.

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