martes, 3 de septiembre de 2019

Levantia, capítulo 8.

8



Aquella noche estaba siendo extenuante. Faltaban cuatro días para navidad y El Hueco estaba incluso más concurrido de lo habitual, como si el espíritu navideño hubiese poseído a los clientes, lo cual me hacía mucha gracia, porque la gente que solía venir no me parecía precisamente de celebrar esas fechas. Para colmo, Rober había vuelto a irse con Alma unos días, como hacía un mes. No me había atrevido a preguntarle aún por qué, pero por lo visto era algo que hacía regularmente, según Bobby y Duna, bendita ella por acudir al rescate y apoyarnos a Bobby, Nando el portero y a mí mientras Rober estuviese fuera. La mujer era una máquina trabajando, incluso se desenvolvía mucho mejor que el jefe, con lo cual era como si ella estuviese al cargo realmente (aunque Rober nos lo hubiera encomendado a nosotros). Aún así, íbamos a todo trapo, sin un respiro. Y llevábamos dos noches así. Por suerte al día siguiente era domingo y probablemente la cosa estuviera más relajada, aunque tampoco se podía poner la mano en el fuego por ello.
 Además, estaban aquellos tipos que habían venido preguntando por Rober. Seguían sentados en el fondo, y no me habían dado muy buena espina. A Duna tampoco por lo visto, lo cual me tocó aún más la moral. Eran cinco hombres, trajeados, uno de ellos, el que me había preguntado, con un tono de superioridad que alcanzaba la falta de respeto y rozaba la ofensa, tenía pinta de ser el mandamás de los cinco. Más aún me había molestado la manera de referirse a mi jefe. Era alto, quizá un poco más que Rober; estaría a medio camino entre el uno ochenta y cinco y el uno noventa. De cabello negro y rizado, peinado hacia atrás, mirada severa de ojos azul hielo y una pátina de… ¿Dinero, poder? en la piel. Parecía el típico empresario joven que ha conseguido riqueza y poder en muy poco tiempo debido a la absoluta falta de escrúpulos. En su voz, algo áspera y nasal al mismo tiempo, arrogante en el sentido asqueroso de la palabra, se notaba el tono autoritario de quien no tolera que las cosas sean de otra manera a como él cree que deberían ser, y una desmedida falta de empatía que había sido sustituida por un ego más grande y robusto que un portaaviones. Esa fue la impresión que me dio, y echando un vistazo de vez en cuando a cómo se comportaba allí en el fondo, junto a sus cuatro compañeros, los gestos, la manera de mirar a su alrededor, esa forma de apoyarse contra el respaldo tan alfa, como si él fuese el rey del lugar… Se pasaba tanto de natural que debía de haberlo practicado mucho.

Menos me gustó la manera en la que me miró cuando por fin se levantó, precedido por los otros cuatro, y fue hacia la puerta. Cuando pasó a unos metros de camino a la salida, levanté la mirada mientras preparaba dos copas y me topé con la suya. Hizo un gesto con la cabeza, asintiendo, en la boca una sonrisa de esas que gritan “soy mejor que tú” pero que nuestra mente interpreta como “rómpeme de un puñetazo”. No sólo me miró a mí, también a Duna, que lo miraba igualmente de reojo.

-Ya lo he visto alguna vez -me contaba mientras recogíamos todo y limpiábamos, tras el cierre-, y sí, lo que aparenta es lo que es. A Rober no le gusta un pelo, pero nunca me ha contado nada más de él, a parte de que es un gilipollas integral y tiene cierto poder en esta ciudad. Me da muy mala espina…

-Entonces, si le pusiera un bote de laxante en el cubata podría liarla mucho, ¿no? Porque ganas no me faltan. 

-Calla, calla… Si no viene más mejor. Aunque no creo que caiga esa breva. Por lo menos viene de uvas a peras.

Duna acabó de hacer la caja mientras yo limpiaba. Bobby y Nando el portero armario ropero volvieron de tirar la basura. 

-Ese es un puto mafias de cuidado -fue la aportación de Nando al “perfil” del mamón trajeado-. ¿Sabes? De estos que piensas que ojala te dejen con él a solas en una habitación cerrada. Pero claro… En el mundo real no les puedes ni mirar con la mirada medio torcida. Las altas esferas, política…

-Ah… Político -resoplé.

Claro, siempre tiene que haber sedientos de poder. Este mundo paralelo empezaba a parecerme bastante similar a la sociedad humana normal y corriente, salvando las particularidades, como me había dicho Rober.

-Bueno, cacique más bien. O heredero. Nuestra sociedad no tiene de esos de los sillones -respondió de nuevo Nando.

-Gente que se cree superior al resto e intenta acaparar todo el poder posible. Más o menos son lo mismo -puntualizó Duna mientras acababa de contar.

-Bueno, siempre lo han tenido. La Corte. Nadie de fuera ha dirigido nunca el cotarro, entre ellos se pasan el poder unos a otros a placer, como si estuvieran fumándose un petardo… -dijo el enorme portero, deshaciéndose con una mano el pequeño moño que mantenía cada hebra de su media melena oscura imantada a su cabeza.

-Todos unos mamones estirados. Como los políticos que dice Fabio. Menos el alcalde, claro, ese abuelete me cae mejor… -soltó Bobby apoyado en la barra, al tiempo que le señalaba a Duna un montoncito de billetes que se le había pasado por alto.

-Que las paredes oyen canijo… -Nando pasó su brazo tamaño XXL sobre los hombros escuálidos de Bobby y le apretó el cuello mientras le retorcía los nudillos en el cogote. Bobby no tardó en zafarse, contrariado-. Además, si sólo has visto al alcalde una vez…

-Pero Rober y él parecían llevarse bien, con eso me basta, gorila gordinflón…

Nando se rió.

-Bueno esto ya está. Vámonos a dormir que estoy molida -sentenció Duna, saliendo de la barra.



El día siguiente por suerte sí que fue más tranquilo, y así el resto de la semana hasta que por fin llegó el día de Nochebuena. Rober y la pequeña Alma habían vuelto el día anterior. Aún estando visiblemente exhausto, se puso de lleno con los preparativos para la cena del día (o la noche mejor dicho) siguiente. 

Como no abríamos el local ni el veinticuatro ni el veinticinco, Bobby y yo habíamos quedado con Nando para salir del barrio a dar una vuelta por la ciudad, echar unos billares o lo que se terciara el jueves mismo de Nochebuena. Nuestra cena sería bien entrada la madrugada, sobre las cuatro, una de las particularidades de esta nueva vida que me tocaba vivir, así que teníamos desde las seis de la tarde del jueves de Nochebuena hasta las dos de la mañana aproximadamente, suficiente para una noche (o día, en nuestro caso) de ocio. Por no perder tanto tiempo debido al tráfico, cogimos el metro.  

Para mi sorpresa, la zona a la que fuimos me resultaba muy familiar. Había salido bastante por allí durante los últimos años (bueno, bastante para mis estándares). Me invadió una ola de nostalgia. Por todo, por el pasado, por el cambio en los últimos meses, por imaginar cómo hubiera sido todo de no haber ocurrido… Aunque cuando lo pensaba un poco más, imaginarme en casa de mis adorables progenitores, en aquel pueblo frío y apagado… Aunque claro, siempre hubiera tenido la posibilidad de volver a resurgir. Ahora no sabía si volvería a tener contacto con aquellas personas por las que merecía la pena, desde el peculiar Mario, mi antiguo compañero de piso, hasta… Bueno, hasta Nuria. La verdad es que tampoco tenía demasiados amigos entonces. Pero de algún modo… ¿Nunca os ha hecho ilusión juntar dos facetas de vuestra vida? No sé, como cuando tienes unos compañeros de trabajo que son cojonudos y te gustaría presentárselos a tus amigos y formar el mejor grupo posible. Pero claro, la voz de la razón estaba ahí diciéndome que no se puede tener todo. ¿Cómo iba a explicar a la gente que me conocía de antes lo que me había pasado? Y la verdad, por muy romántica que me parezca la idea de mantener una identidad secreta, cual superhéroe, metido en materia no me apetecía nada. Podía comprender el lado amargo que nos pasa desapercibido cuando estamos viéndolo en una película o leyéndolo en un libro o cómic… Aún así, ahí estaba esa melancolía. Aunque claro, yo siempre he sido muy melancólico en cierto modo.

-Mira, mira, mira… -Nando señalaba la fachada de un pub irlandés al otro lado de la calle-. Estoy viendo el triangular al billar que os voy a ganar, y las pintas de guinness que me vais a pagar -nos miró sonriendo, con sus generosos mofletes hinchados y cerrando mucho los ojos, al tiempo que se frotaba las manos.

A pesar de que Nando era enorme, me sacaba una cabeza y media a mí y dos a Bobby y estaba fuerte como un oso, a veces su aspecto recordaba más al de un niño regordete y feliz, tan inocente que te daban ganas de estrujarle las mejillas como las abuelas o incluso matarlo a cosquillas para que siguiera poniendo esa sonrisa contagiosa. Nada que ver con la imagen que tenía de él por la primera vez que lo vi, cuando… Bueno… (Ahí venía la otra razón de la melancolía), cuando Milena me llevó a El Hueco, la noche en que la conocí. Aunque realmente no la conocí, simplemente me topé con ella únicamente aquella noche y por eso me tocaba tanto la moral que siempre estuviera en mi mente, en mayor o menor intensidad.

-El billar no es un juego para brutos, no se trata de fuerza si no de técnica y habilidad, un pulso firme, visión, creatividad. Tú seguro que del primer viaje que le metes a la blanca con el taco te cargas medio local -soltó Bobby, divertido, a tiempo que esquivaba el abrazo del oso de represalia de Nando, lo que hizo que bajase a la calzada un momento y un coche le regalara un sonoro claxonazo.

-Madre de dios, ven para acá, ven. Casi ni hemos salido del metro y ya vas liándola fideo…

-Prefiero ser atropellado que un abrazo tuyo Nandote, te huelen los sobacos hasta con cazadora…

Me reí con ganas. Por suerte con aquellos dos juntos pronto dejabas de darle vueltas a otras cosas, al menos durante ese rato.



Una hora después, Nando disfrutaba de su segunda pinta de cerveza negra del triunfo, pagada esta vez por mí (que en realidad era la tercera, ya que mientras jugamos al billar habíamos pedido la primera ronda), Bobby de su segunda Carlsberg y yo de mi segunda tostada. Dicen que en la variedad está el gusto, y nosotros escenificábamos ese dicho a la perfección en aquel momento.

-El billar no es un juego para brutos, fideo -reía Nando tras dar un largo trago que solo con verlo me alimentaba hasta a mí.

-Bebe y calla godzilla… 

-Míralo por el lado positivo, Bobby -dije-. Si seguimos perdiendo apuestas al final podemos interrogarle sobre lo que nos apetezca.

Nando sonrió, entrecerrando los ojos como solía, solo que un punto más.

-No os queda ni nada…

-A este le entra el Pacífico en cerveza en la barriga y ni se entera, nos arruinaría -contestó Bobby, riendo.

Creo que estuve tan a gusto el resto de la noche hasta que volvimos a coger el metro de vuelta, que lo que más recuerdo es la sensación de buen rollo y hermandad que rebosaban Bobby y Nando. Parecía como si me estuvieran arropando, en cierto modo. 
También recuerdo que de camino a otro bar al que fuimos pasamos por delante de la que había sido mi casa en los últimos años. Miré las ventanas fugazmente, parecía que ya lo habían vuelto a alquilar. Y fugazmente pensé que todos aquellos momentos que allí pasé ya eran historia, que habían quedado en el pasado con todo lo demás, y ahora ese piso era el presente de otra gente. Cuando Bobby me preguntó que qué miraba y le dije que allí vivía yo antes de que me pasara todo esto, me echó el brazo a los hombros, como si supiera lo que me estaba pasando por la cabeza en ese momento, y cambió rápidamente de tema, intentando arrastrar toda mi atención hacia él.


Volvimos con tanta antelación que nos topamos en la puerta de la calle con Rober, que iba acompañado por la pequeña Alma y por un hombre flacucho, de pelo canoso y muy alborotado. Supuse que sería el tal Martín.

-¿Y tanta puntualidad? Estoy empezando a creer que seréis gente de provecho algún día… -saludó Rober, mientras abría la puerta con una mano y sujetaba la de Alma con la otra. Entramos en el portal-. Nando y Bobby, vosotros ya conocéis a Martín… 

Nando tendió su manaza y el hombre de nariz aguileña y algo encorvado se la estrechó con una sonrisa que a mí se me antojó algo perturbadora.

-¿Todo bien por los montes? -preguntó Nando a modo de saludo cortés.

Martín sonrió un poco más.

-Como siempre, como siempre… -tras soltar la mano de Nando se la estrechó a Bobby, que no dijo nada-. ¿Cómo estamos flaquito…?

A Bobby se le escapó un leve bufido. Seguramente pensó “mira quien habla, el abuelo alambre”.

-Y este es un nuevo trabajador, Fabio, vive con nosotros desde hace un par de meses… -me presentó Rober.

Alargué la mano hacia Martín. Él me la estrechó. En el preciso instante en que la piel áspera de su mano rozó la mía, noté como un destello en su mirada. Tenía unos ojos azules casi cristalinos muy, muy saltones, y las ojeras que colgaban y en sus párpados inferiores los hacían resaltar más aun. Hubo un instante casi imperceptible en el que la sonrisa flaqueó, me miró ladeando un poco la cabeza, yo hubiera dicho que inconscientemente.

-Jejejeje… -reía relajadamente, con su voz apagada. Miró a Rober mientras lo hacía y luego volvió a mirarme a mí-. Sí… 

Me soltó la mano sin decir nada más, pero siguió mirándome con esa expresión extraña. Cuando Rober me dijo aquella mañana que era peculiar, no imaginé hasta qué punto me lo parecería. 

-Ya subimos nosotros por las escaleras -dijo Nando, agarrando el pasamanos.

-Pero si el gordo eres tú, yo quepo… -replicó Bobby.

-Tú me acompañas por si me entra hambre.

Me dispuse a seguirles por las escaleras cuando Martín me agarró y me metió por delante de él en el ascensor, junto con Rober y Alma. Durante la subida no me quitó ojo de encima ni un segundo, con los ojos bien abiertos, un deje de locura en la mirada y esa sonrisa de sapo que ya comenzaba a asustarme un poco. Abrió un poco los labios, forzando más la sonrisa y enseñando un poco los dientes, asintiendo lentamente, cuando se dio cuenta de que yo también le miraba.

Por suerte el ascensor llegó a nuestra planta en ese momento. Martín se apresuró a abrir la puerta para que saliese yo primero, y luego con aspavientos hizo salir a Rober con Alma. Rober me sonrió un poco cuando vio la expresión en mi cara al pasar por delante de mí para abrir la puerta de casa. Segundos después llegaron por las escaleras Bobby y Nando.


Como todo estaba preparado ya de antemano sólo tuvimos que esperar a Duna y la otra chica, Lorena. Agradecí mucho en mi interior cuando ese momento llegó, porque con los vacíos de conversación (él no tenía mucha conversación, vivía en una cabaña perdido en el monte, claro) la continua mirada de Martín sobre mi persona empezaba a incomodarme. Duna me presentó a Lorena en cuanto llegaron. Era un poco más alta que ella, sobre el uno setenta, de pelo corto, también oscuro, y ojos azules. Era muy maja, aunque incluso de no haber sido así, me lo hubiera parecido por el contraste con la última persona que me habían presentado antes que ella, que por cierto, aunque ahora el ambiente fuese más distendido al estar todos ya, al parecer seguía muy interesado en mí.

A parte de lo “peculiar” del comportamiento de Martín, la cena fue… Realmente fue la primera vez que sentí… Supongo que eso que sentí es lo que se siente cuando tienes una familia de verdad. Rober, a pesar de su imagen intimidante de tipo duro y curtido, estaba pendiente en todo momento de que a nadie le faltara nada, desprendía… Joder, parecía un padre, uno de verdad, algo que yo sólo había podido imaginarme. Ponía especial cuidado en Alma, al igual que todos, claro; a la pequeñaja le brillaban los ojos, la carita, los mechoncitos castaños latigueaban de acá para allá cuando con entusiasmo miraba a uno o a otro lado, según quién estuviera reclamando su atención con palabras cariñosas (o en el caso de Bobby chistosas). Y no paraba… Probablemente también yo hubiese brillado así de pequeño si hubiera tenido a gente así, que me cuidara y quisiera de ese modo, si me hubiera sentido tan feliz rodeado de mi familia… Duna era el apoyo de Rober en cuanto a la parte de hacerse cargo del resto. Lorena también estaba como en su casa. Nando y Bobby estaban como siempre, lanzándose pullas el uno al otro y partiéndose de risa y haciendo que yo también tuviese que tragar con cuidado. Incluso Martín había dejado de mirarme tanto y prestaba atención a lo que ocurría en la mesa.


Finalmente, todos ayudamos a recoger y limpiar, y estuvimos un rato más relajados ya sentados en los sillones, el sofá y con alguna copa alguno, mientras veíamos como Alma abría sus regalos al tiempo que repartía besos y abrazos. Bobby, sentado a mi lado, me dio un codazo en el costado disimuladamente, e hizo un gesto con la mirada hacia donde Rober y Duna, sentados muy cerca el uno del otro en el sofá, se miraban fijamente por un instante. Sonreí, y Bobby también. 

Finalmente, Nando, Duna y Lorena se fueron poco antes de que les pillara el día. Rober acostó a la niña. Martín, que se quedaba a dormir en casa, había vuelto a centrar su atención en mí. Bobby estaba algo traspuesto, y en un primer momento no se me ocurrió cómo hacerme el despistado, hasta que recordé una vieja costumbre de… Bueno, de humano. Saqué el teléfono móvil que había comprado hacía poco (perdí el anterior, claro). No se me había ocurrido hasta ese momento mirar mis redes sociales, desde la última vez que lo hice, podría decir perfectamente “en otra vida”.

No esperaba encontrar gran cosa, y así fue, aunque alguna gente que se había interesado por mí. Una de ellas Nuria. Abrí el mensaje:

«¡Feliz Navidad! Quería escribirte antes, pero pensé… Bueno, da igual. ¿Cómo estás? Espero que no sea tan malo como esperabas, el haber vuelto allí, digo. Yo sigo aquí y bueno, sabes que si quieres escapar algunos días aquí puedes quedarte. Bueno, tampoco sé si leerás este mensaje porque parece que has abandonado esto. Por cierto, ¿te has cambiado de número de móvil, verdad? Bueno, ojala leas esto, estaría bien saber de ti. Besos.»

Estuve releyendo el mensaje un momento. No sabía si contestar, y de hacerlo, no sabía qué contestar. En ese momento volvió Rober y se llevó a Martín para indicarle que iba a dormir en su habitación y que él dormiría en el sofá.

-Descansad bien -se despidió, con aquella sonrisa desconcertante y siguiendo mirándome más a mí.

-Yo me voy a la piltra también colega… -dijo Bobby levantándose, bostezando y extendiendo el puño hacia mí-. Buenas noches.

-Buenas noches -respondí, mientras correspondía su saludo golpeando mi puño contra el suyo.

Volví a mirar el mensaje de Nuria. Me decidí a contestar sin entrar en muchos detalles, me sabía mal no hacerlo.

«¡Feliz Navidad a ti también! Al final no volví, sigo en Levantia, aunque más lejos. Estoy bien. Te avisaré si algún día paso cerca de tu casa, lo prometo, pero no sé cuándo será porque la verdad es que estoy bastante liado jaja. Me alegro de que sigas bien, dale fuerte al curso, ¡que ya te queda nada para acabar la carrera, ánimo!»

Había un par de Mario, mi antiguo compañero de piso, preguntando por cómo me iba también y contándome alguna anécdota. Le respondí felicitándole las navidades y por lo demás muy genéricamente también. Por alguna razón no me sentía bien haciendo eso, supongo que era por comportarme tan distante y como si Nuria o Mario no me importaran lo más mínimo. Sobre todo por Nuria.

Rober salió con un edredón y se lo puso en el sofá. 

-Venga, suelta lo que sea… -dijo, sentándose en el sofá. Debió notarme raro, estaba empezando a pensar que tenía un don para leer el estado anímico de la gente con solo mirarles.

-¿Qué? -intenté hacerme el despistado- No, estaba mirando… Estaba leyendo algunos mensajes, hacía mucho que no revisaba mis redes sociales.
-Ah… -se recostó sobre el respaldo, con expresión comprensiva-. Echas de menos a alguien.

Dejé el móvil a un lado, aunque aún me quedaban mensajes por leer.

-No, no es… Bueno, en parte, supongo… No, a ver…

-Fabio, que no nací ayer precísamente… 

Me resigné.

-Sí. Echo de menos… en realidad no echo de menos nada, solo el tener que distanciarme de alguna gente. Sé que no puedo pretender que no ha pasado nada y debo dejar atrás todo lo referente a mi antigua vida, pero… Cuesta.

-Mira, cada uno es un mundo. Yo creo que es mejor dejar tu anterior vida atrás y no liar las cosas, porque por mi propia experiencia, al final no queda más remedio que eso de todas maneras. Yo puedo aconsejarte que lo dejes atrás y te centres en tu nueva vida, pero tú harás lo que creas oportuno.

Me quedé un poco perplejo.

-Pero, yo creía… 

-¿Creías que era una imposición? No soy tu padre, Fabio, puedo aconsejarte, y lo hago porque sé lo que a mí me ha ocurrido y si puedo ahorrárselo a alguien, mejor. Pero al final cada uno decidimos lo que hacer en nuestras vidas, y aprendemos a vivir con las consecuencias.

Perdí la mirada en algún punto del suelo del salón, más allá de la mesa.

-En realidad me sentía mal por tener que contestar evasivamente a mensajes de gente que se interesa por mí… 

-Es lo que hay. Por eso mi consejo es que te distancies. Mentir acaba pesando demasiado, créeme.

-Ya, supongo… -no quería seguir hablando de ese tema-. ¿Puedo preguntarte algo?

-Dispara.

-El tipo que vino el otro día al local preguntando por ti…

-Hugo Ventalbano -se frotó la frente con la mano derecha-. No te preocupes, no me traga y es el típico ricachón gilipollas que siempre tiene que ir sacando pecho por mucho que no pueda hacer nada más. De esos que les encanta recordar a los demás su posición aunque no les sirva de mucho.

-¿Entonces le puedo echar un bote de laxante en el cubata la próxima vez que venga?

Rober reprimió una carcajada para no despertar al resto de la casa.

-Yo mismo lo llevo queriendo hacer desde hace muchísimo tiempo, ni te imaginas cuantas ganas tengo. Pero desgraciadamente, me temo que esto sí va a ser una prohibición, no puedes hacerlo.

-Vaya…

Rober resopló, con media sonrisa.

-No le eches más cuentas, es de esos gilipollas que hay que aguantar algunas veces en la vida.

-Si fuese alcalde…

-Eso no va a pasar, tranquilo. 

-Ya, pero si lo fuese, ¿deberíamos asustarnos?

Hubo un momento de silencio. Miré a Rober, que a su vez tenía la mirada perdida en la pared de enfrente, probablemente más allá del ventanal que daba al pequeño balcón.

-Si lo fuese tendría otras cosas en las que centrar su atención como para perder el tiempo importunándonos a nosotros…

-¿Seguro? -no me sonó muy convencido.

Me miró.

-No le des más vueltas, no pasará -se acostó y se tapó con el edredón que había sacado-. Si vas a seguir revisando los mensajes, ¿te importaría al menos apagar la luz del comedor?

-Por supuesto que no -alcancé el interruptor alargando el brazo izquierdo y apagué las luces.

-Gracias. Buenas noches.

-Buenas noches, Rober…


Me recosté en el sillón y volví a mirar el móvil. Había tres mensajes más. De la misma persona. Amplié la foto de perfil porque por el nombre no sabía quién era y en la miniatura tampoco la reconocí. Melena marrón oscuro, ligeramente morena de piel, ojos marrones más vivos y claros, la pupila se distinguía muy bien del iris y este por oscurecerse un poco en una fina circunferencia exterior, del blanco níveo de la esclerótica. Tenía la nariz fina y sus labios dibujaban una tímida sonrisa muy bonita… Me costó un poco acordarme, pero al momento la recordé, era una de las chicas aquellas que conocí cuando me despedí de la universidad, en la cafetería. Cami se llamaba. Abrí el primer mensaje, de octubre:

«Hola, me quedé muy preocupada el otro día cuando te acompañé a casa, ¿estás mejor?»

En un instante lo recordé. Así que la chica que me ayudó a llegar al piso cuando volví de… Mi noche con Milena… Fue ella. Pero si ni me conocía, más allá de habernos presentado aquel día en la cafetería del campus. Leí el siguiente, de una semana después:

«Hola otra vez (emoticono con una sonrisita y sonrojado). No sé si habrás leído el otro mensaje, bueno, no quiero ser pesada, no tienes por qué dar detalles si no quieres, tan solo quiero saber si estás bien.»

Una pequeña punzada de culpabilidad me pinchó el pecho. Abrí el último mensaje, de… Hacía menos de un día:

«¡Feliz Navidad! No sé si leerás esto, no tiene pinta de que sigas usando esta cuenta, pero acabo de ver los mensajes que te envié al limpiar conversaciones y quería preguntar (sí, otra vez, al final soy pesada, lo siento (emoticono de gatito llorando)) ¿cómo estás?»

Me dispuse a contestarle, pero me daba cierta vergüenza al recordar el estado en el que me vio. Incluso me arrastró hasta mi casa y quien sabe si no le vomité encima incluso a la pobre… Comencé a escribir:

«¡Hola!¡Feliz Navidad! Siento mucho no haber contestado hasta ahora, es que no había visto los mensajes, ni he entrado aquí desde antes de que los enviaras. Y también te pido disculpas (más bien te imploro de rodillas) por el espectáculo que debiste presenciar. Algo recuerdo y para ser honesto, estoy bastante avergonzado mientras escribo esto. Me recuperé pronto, bastó con una buena siesta y beber mucha agua durante ese día jaja. Perdón, de veras. No me había pasado antes y no me hha vuelto (ni volverá) a pasar, por si sirve de algo para salvar algún pedazo de dignidad en la imagen que tengas de mí. Bueno, espero que disfrutes de las vacaciones, y gracias por lo de aquél día y por preocuparte.»

Aquello último que puse sobre que “no me había pasado antes y no me iba a volver a pasar” me hizo gracia, buena ironía… Mandé el mensaje, cerré sesión y alumbrándome con la luz de la pantalla del móvil me fui a mi cama a dormir por fin.

domingo, 11 de agosto de 2019

Levantia, capítulo 7.

7




Pasé unos días volviendo a dormir al edificio abandonado, en la misma habitación donde… Bueno, ahora ya sabía que además de haber tenido sexo desenfrenado con Milena, ella me había convertido en aquella habitación, aunque aún me sonara a broma de cámara oculta cuando pensaba en ello. 

El trato de Rober y compañía hacia mí era tan normal que en esos pocos días llegué a sentir que mis pies volvían a rozar el suelo levemente. Tenía una rutina, un propósito, no era gran cosa, pero me ayudaba a no dar muchas vueltas a mi situación. Me centraba en lo que Rober me mandaba hacer mientras estaba trabajando, el ver a más gente me tenía distraído. Luego, al cerrar volvía a la cruda realidad. Llegaba a mi “guarida” y me sentía absolutamente solo y muy confuso, aunque con la perspectiva de volver a El Hueco (como se llamaba el local, aunque no hubiese específicamente ningún cartel en la entrada que lo indicara) a la tarde siguiente, sobrellevaba el vacío interior que me invadía en medio de aquel silencio, aquella oscuridad y aquel olor a cerrado. No tenía más expectativas, solo volver y hacer el trabajo que hubiera que hacer en el local.

Una tarde, mientras hablaba con Bobby (el chaval escuálido con la cabeza rapada que puso su careto vampírico cuando Rober quiso convencerme de que lo que me estaba contando era real), salió el tema y este se rió.

-Rober, está de okupa en el bloque abandonado de la calle Ruano… -soltó en voz alta en medio del local. Me avergoncé, aunque pensándolo ahora, ser un okupa era lo más normal de lo que me ocurría en ese momento.

Rober se acercó desde detrás de la barra, mientras secaba una jarra y me miró a los ojos.

-Estoy en el bloque de pisos deshabitado, a unas cuantas manzanas… -me sentía como si me estuviera excusando, o disculpando por algo. Quizá pensé que me despediría por eso o algo así.

Rober siguió clavándome la mirada un momento, con su habitual ceño ligeramente fruncido. Suspiró.

-Ahora entiendo por qué cada día hueles peor… -siguió secando la jarra como si nada. Yo me encogí un poco en el asiento y disimuladamente olfateé. Rober tenía razón-. Hoy te vienes a casa, te descontaré algo del suelto como alquiler hasta que puedas irte a otro sitio decente.

Se volvió para colocar la jarra en su sitio.

-Ahora saca los barriles vacíos a la parte de atrás -me mandó.

Y así cambié de domicilio. No me hice preguntas en ese mismo momento, quizá porque con todo lo que me había pasado en los últimos días mi mente había puesto el piloto automático. No pensaba más allá del momento presente.

Por la madrugada, al cerrar el local, me fui con Rober en su coche (un todoterreno Nissan Terrano II negro, algo viejo). Bobby también venía, por lo visto, compartía piso con el jefe. Llegamos en unos quince minutos. Era un bloque de cuatro pisos de altura (no había edificios especialmente altos en aquella zona) en bastante mejor estado que aquel en el que había estado pernoctando las últimas noches, y alejado de la zona más conflictiva del barrio; aunque bastante feúcho, de ladrillos de arcilla rojizos y bastante austero en cuanto a estética, no tenía mala pinta. El piso en cuestión era el último, el cuarto.

Al abrir Rober la puerta oí unas voces que venían del fondo del pasillo. Conforme llegábamos hacia lo que debía ser el salón, distinguí que se trataba de una niña y una mujer. Al entrar me quedé un poco atrás, al fin y al cabo era un nuevo invitado.

-¡Robybobby! 

La niña saltó del sofá y se lanzó trotando hacia Rober y Bobby. Rober la cogió en brazos.

-Buenas tardes, pequeñaja. ¿Te has portado bien? 

-¡Sí! -dijo la niña levantando ligeramente la barbilla, con una graciosa expresión de orgullo. El pelo castaño que le caía hasta los hombros.

Me fijé en la mujer que estaba sentada en el sofá, justo al lado de donde hacía un momento estaba la niña. Debía rondar la edad de Rober, alrededor de cuarenta. Llevaba el pelo oscuro recogido con una pinza marrón, sonreía mientras miraba con sus ojos oscuros a la niña y a Rober.

-Es más buena que todas las cosas… -dijo, con un ligero acento andaluz mientras se levantaba del sofá también. Debía medir sobre uno sesenta y cinco. Estaba algo delgada pero fibrosa.

Rober se cambió de brazo a la niña.

-¿Quieres quedarte a cenar, Duna? -Rober me miró tras decir esto-. Ah, este es Fabio, el nuevo currante. Va a quedarse un tiempo con nosotros -me encaró a la niña también, que me miró con sus claros ojitos azul verdoso-. Esta ratita se llama Alma -la niña sonrió al darle un mordisquito cariñoso Rober en un moflete.

-La familia crece -sonrió Duna y me dio un par de besos-. Encantada, Fabio -volvió a mirar a Rober-. Hoy no puedo quedarme, he de recoger a una compañera, lo siento- le hizo una carantoña a la niña, que al oír su negativa puso morritos-. Otro día me quedaré y después de cenar haremos fiesta de pijamas tú y yo, ¿eh?

-¡SÍ! -Alma levantó ambos brazos como un resorte; Rober esquivó el golpe sólo por centésimas de segundo. 

Tras marcharse Duna, recuerdo aquella primera “cena” muy vagamente, como ya he dicho, estaba muy en modo piloto automático, no era para menos, claro…



Así comenzó mi nueva rutina. Compartía la habitación de invitados con Bobby. Por lo que este me contó, hacía no mucho él dormía en el cuarto donde ahora estaba durmiendo Alma, porque allí dormían la niña y Duna, que pasó unas semanas con ellos poco antes de que llegara yo. La primera mañana en el desayuno me sorprendió que Rober siguiera dándome aquel mejunje que sabía a rayos, tenía una textura aceitosa y me había estado dando desde que empecé a trabajar en el pub, y ellos comieran comida normal y corriente.

-Prueba a comer un poco de pan… -me dijo.

Al intentar tragar el primer bocado noté que no me iba a sentar bien. Tuve que ir a tirarlo.

-Aún no puedes. No te preocupes, pasa siempre con los recién convertidos. Lo… -miró de reojo a la niña y calló. Me hizo un gesto asintiendo, como diciendo “luego te cuento”.

Y efectivamente horas más tarde, sobre las seis, al ir con el coche hacia el local para abrir aquella noche, me contó.

-El sistema digestivo del recién convertido no tolera otra cosa que no sea sangre.

-Pero… -comencé, antes de que él siguiera rápidamente.

-El “batido” que te he estado dando es prácticamente todo sangre, con algo de pan rallado, agua y pepino licuado, pero muy poco de estas tres cosas, o lo echarías todo -vio de reojo mi expresión de asco-. Tranquilo… No es humana, ¿me ves pinta de millonario?. Es de cerdo -mi expresión no cambió-. ¿Nunca has comido sangre frita?¿O morcilla? Pues es lo mismo pero crudo, no pongas esa cara…

Al momento se me ocurrió la pregunta del millón.

-¿Y quien no tiene la suerte de toparse con alguien que le adopte y le prepare esto?

-Intentan comer como si nada hubiese ocurrido, les pasa como a ti, siguen intentándolo pero el cuerpo lo rechaza. Al llegar a cierto punto de hambre sienten el impulso de morder cualquier cosa viva que se mueva a su alcance. Y claro, hoy en día suelen ser personas. Eso es delito. Además, sin control suele generar una dependencia muy fuerte. Si un recién convertido es abandonado a su suerte, lo cual también es un delito y bastante grave… Se acaba convirtiendo en un monstruo de verdad.

-Entonces, ¿no chupáis la sangre a la gente…?

-Chupamos. No chupamos la sangre a la gente -Rober miró a mano izquierda para asegurarse de que no venía ningún coche y aceleró de nuevo-. Bueno… Hay quien sí, claro, como hay quien roba o agrede a alguien. Pero se la juegan al hacerlo.

-Si les pillan… ¿es que hay una especie de policía vampírica? -pregunté, divertido.

-Piensa, deja a un lado cualquier idea de cuentos de terror o películas -al ver que yo no reaccionaba, continuó-. ¿Cuánta gente hay en este planeta?

Como no dijo más, deduje que no era una pregunta retórica.

-Unos siete mil millones de personas…

-Siete mil millones. Así a bote pronto creo recordar que había en el mundo alrededor de doscientos millones de gente como nosotros la última vez que oí o vi el dato en algún sitio. No llegaba a doscientos. Eso oficialmente, claro, súmale algunos millones más de descarriados sin censar. Por mucho que en las leyendas y mitos se nos vea como un peligro, la verdad es que el peligro existiría para nosotros si realmente el resto de la humanidad supiera de nuestra existencia en el mundo real. Debemos seguir siendo ficción por nuestro bien, y si muchos van por ahí dejando seco al primer transeúnte que encuentran, al final la gente podría empezar a dar mucho más crédito a los conspiranoicos que aseguran que existimos. Eso acabaría llevando a nuestro descubrimiento. 

-¿Y eso no sería bueno?

-Los seres humanos se odian e incluso matan entre ellos por particularidades raciales como la pigmentación de la piel, o diferencias culturales, sociales, políticas, religiosas… Cuanto más grande es la diferencia, más se odian. Porque no hay otros a quienes perciban todavía más diferentes. Si a eso añades los miles de años de historias de terror que nos hacen ver como monstruos y una amenaza para cualquier persona… ¿Qué crees que pasaría?

Pensé un momento.

-Nada bueno.

Rober asintió. Aceleró en la avenida que llevaba a la calle donde se encontraba el local.

-En un tiempo, quizá en días o semanas, podrás volver a comer comida normal, aunque poca cosa y no te aportará ninguno de sus nutrientes, así que también tendrás que beber tu ración de sangre. Hay que habituarse, con el tiempo y controlando las cantidades, se digiere igual la comida, aunque nuestro sistema no procese ninguno de sus nutrientes. Sólo te sacia, no te alimenta. Acabarías muriéndote por malnutrición sin sangre. Lo de comer… Lo hacemos para recordar que a pesar de todo seguimos siendo humanos, nada más. 

-Rober echa de menos cuando era joven y humano, por eso lo hacemos -soltó Bobby con una sonrisa sarcástica.

-Lo hace mucha gente. Y no tienes ni idea de cuando fui joven y humano ni si lo echo de menos, capullín. Y hoy te vas a limpiar y fregar todo el almacén tú solo, y cuando termines lo mismo con los váteres y las botellas de la barra.

-Era broma jefe…

-La mierda que hay en el almacén y en los baños no es broma -Rober no parecía molesto, incluso medio sonreía-. Además, le tengo que ir enseñando a Fabio a estar en la barra, no se va a dedicar siempre a limpiar y recoger vasos y botellas. 

Bobby soltó un bufido de disconformidad, pero lo aceptó, siguiendo con esa expresión divertida en la cara.

-¿Morir? -pregunté, con el ceño fruncido.

Esta vez incluso Rober sonrió.

-Anda, olvida las historias, no somos el Conde Drácula. Duramos más, sin duda, pero morimos si no nos alimentamos, no nos quedamos hechos mojama en modo reposo hasta que volvamos a ingerir sangre -aparcó en la parte de atrás del local.


Fui de culo esa primera noche de barman, porque a la postre era un viernes y el local se llenó. Y la gente que acude allí bebe como si hubieran pasado una semana en el desierto. Además de vez en cuando me tocó salir a limpiar y recoger igualmente, porque se había ido la otra camarera y sólo estábamos el jefe, Bobby y yo, e incluso el segundo tuvo que interrumpir en ocasiones su tour de limpieza para ayudar fuera. 

Ese día y el siguiente caímos rendidos en la cama al llegar a casa. El domingo no fue tan pesado, y se notó porque Bobby y yo estuvimos un buen rato charlando antes de dormir, cada uno echado ya en su cama.

-¿Sabes lo que me sorprende? Que en el tiempo que llevo con vosotros en el pub no haya habido ninguna pelea, ni siquiera media bronca -dije.

-Uff… Yo he visto alguna. Una vez incluso tuvo que ayudar a los seguratas Rober. Fue un espectáculo -rió Bobby.

-¿Qué pasó?

-¿Qué impresión te dio el jefe la primera vez que lo viste?

Me acordé de aquella noche con Milena, en la que vi por primera vez a Rober sin saber que poco después pasaría todo lo que había pasado. Me invadió una ola de nostalgia sin saber por qué.

-Me dio la impresión de que mejor no meterse con él.

-Pues eso, Rober zurró bien a los gilipollas que la estaban liando. A veces me pregunto por qué no se queda controlando como seguridad en vez de ponerse detrás de la barra, se ahorraría el sueldo del gorila de Nando.

-Y podría contratar a más gente para la barra.

-Antes llegaron a haber dos camareras además de Rober, Lorena (la última que se fue) y Duna, que estuvo un tiempo.

-¿La chica que estaba cuidando a Alma?

-Sí. No digas nada, pero creo que Rober está pillado por ella -rió por lo bajo.

Me acomodé los antebrazos detrás de la nuca.

-Y… Bueno, ¿la madre de Alma?

Bobby alzó un poco las cejas.

-No habla nunca de eso. Supongo que…

Entendí lo que quería decir al vuelo, así que cambié de tema.

-¿Cómo le conociste tú?

-¿A Rober? Pues… Más o menos como tú, por casualidad. Un día me dio por perderme por la zona chunga de la ciudad -sonrió ligeramente, pero noté algo en sus ojos y su garganta que quitaban la validez a ese gesto.

-Vaya, cuando se me ocurrió a mí creía que era una idea novedosa…

Bobby sonrió, esta vez mucho más genuinamente.

-Bueno, supongo que… -pensó un momento. Volvió a ponerse serio-. Quizá otro día te cuente con más detalle las razones, el caso es que estaba realmente perdido aquí. Como tú y muchos otros conocí el edificio abandonado, también dormí allí una temporada…

De repente sentí que debía preguntarle urgentemente.

-Cómo… ¿Alguien te llevó? -el ritmo cardíaco se me había acelerado ante la perspectiva de que Bobby supiese algo de Milena… Y al mismo tiempo por imaginar que lo que tuvo conmigo no fue nada especial.

-¿Al edificio? No, lo encontré de potra, iba vagando por las calles y me di cuenta de que estaba abandonado. Empecé a dormir allí por las noches. Al menos ya no tenía que hacerlo en cualquier rincón de la calle o algún portal, pero aún así estaba bastante acojonado. Una noche… Bueno, yo creía que sólo había sido un sueño… Algo… Alguien me descubrió y… La verdad es que no recuerdo nada más, cuando desperté me encontraba fatal. Creía que iba a estirar la pata, no hace falta que te lo describa, supongo -asentí. Sabía perfectamente como se había sentido tras despertar después de haber sido convertido-. Tras unos días vomitando lo poco que conseguía para echarme a la boca empecé a notar que se me iba la olla… Además, salir de día era una putada, ya sabes. Tras varios intentos decidí no volver a salir del edificio si no era de noche. Las primeras semanas los recién convertidos son más sensibles al sol de lo normal. Una noche llegué por casualidad al pub de Rober. Nando no me dejó entrar, claro. Me quedé rondando por allí hasta que vi salir a tres tipos con una chica. Me acerqué impulsivamente a ella… Se me había ido la olla por completo y supongo que iba a morderle. Entonces un tren de mercancías me embistió, o lo que es lo mismo, Rober me empujó al otro lado del callejón. Por lo visto no le gustaron las pintas de aquellos tres y tampoco que la chavala, que iba hasta las cejas, se “fuese” con ellos. 
»Los tres cabrones ahuecaron el ala inmediatamente y la chica allí se quedó allí, sin enterarse de mucho. Rober me dijo que volví a intentar morderla, e incluso a él. Tuvo que inmovilizarme y pedirle a Nando que trajese una botella de su delicioso batido, la cual Rober me puso en la boca como si estuviera dando el biberón a un gatete especialmente violento. Joder, suena ridículo, seguro que me mintió en esto para quedarse conmigo… A la chica la llevó a su casa él mismo. Total, que al beberme el batidito me quedé atontado un rato hasta que volví a ser yo. Estaba en el almacén del local, ya habían cerrado. Él se quedó conmigo aquél día, le conté toda la historia y como a ti, a Duna y a algunos otros me adoptó. Al menos hasta que consiguiera valerme por mí mismo. Y aquí sigo, currándomelo para ello.

Me quedé en silencio un momento. 

-Rober parece un gran tío…

-No quiero ni pensar en lo que hubiera podido pasar de no haberme encontrado con él -Bobby alcanzó una botella de plástico y dio un trago-. Aunque en aquél momento no creo que me importase mucho.

Pensé en que yo también podría haberme convertido en un puto caníbal sin cerebro.

-Ni yo…

Bobby volvió a dejar la botella en su mesita.

-¿Y tú cómo acabaste conociéndole? -preguntó.

Le conté mi historia por encima, pero creo que no omití nada, ninguna de las razones que me habían llevado a tener la idea de perderme una noche de juerga por una de las zonas con más mala reputación de Levantia, ni lo que pasó aquella noche con Milena, aunque no entré en detalles, claro. Y finalmente, desde que desperté tres días después hasta la noche en que Rober me “contrató”. Bobby se quedó pensativo.

-Ya recuerdo. Rober me dijo que echara un ojo a una morena que iba con un pipiolo una noche, eras tú. Lo cierto es que la miré más a ella, pero no me pareció… Bueno, seguí a lo mío. Pero me acuerdo bastante bien de ella.

-¿La has visto alguna otra vez?

-No -se rascó la frente-, pero… 

-¿Crees que también te convirtió ella? -le pregunté.

-Puede ser, no sé. Aunque conmigo no se “entretuvo”, eso seguro -sonrió irónicamente.

Sé que es una estupidez, pero por alguna razón me sentí mejor al escuchar esa última frase.

-Y no notas… Como… Un magnetismo. Como cierta urgencia por… No sé, ¿que vuelva quien te convirtió? ¿Una explicación o algo así?

-Supongo. Aunque me da que lo tuyo es más por otras razones -me miró divertido- y lo entiendo.

-¿Por qué?

-Es un pibonazo.

Me quedé parado mirándole.

-No, yo me refería a… -lo cierto era que en gran parte Bobby había dado en el clavo aunque yo no quisiera reconocerlo, pero había algo más que yo no me podía explicar-. Alguna especie de conexión, como… Una dependencia o… ¿Un vasallaje?

Bobby se empezó a reír a gusto.

-Que no te creas todas esas mierdas rollo Buffy que estamos acostumbrados a oír. La realidad no es tan fantástica, ya te lo ha dicho Rober. Eh, que es lo más normal del mundo que te hayas quedado medio pillado por esa tía, joder, si yo la hubiese estado mirando un poco más de rato lo más seguro es que también me hubiera pasado -siguió riendo.

-No es eso, joder… -volví a apoyar la nuca sobre mis antebrazos cruzados-. A ver, tampoco voy a discutir tu argumento, pero…-se rió aún con más ganas-. Pero no es por eso. O no solamente… Yo qué sé, vamos a dormir ya.

Él siguió riéndose un rato a mi costa.



Conforme pasó el tiempo, fui notando algún cambio. Por fin logré retener un poco de pan al comerlo, y el contacto con la luz del sol (aunque solía ser el justo y a horas de crepúsculo) no era tan doloroso como antes, si bien seguía siendo bastante desagradable.

-Podrás llegar a soportarlo durante un rato, pero recuerda siempre no exponerte durante las horas en las que el sol esté más alto. Y en cualquier caso, no estés mucho tiempo expuesto.

Me aleccionaba Rober una madrugada, justo antes de que saliese totalmente el sol mientras corríamos por las afueras.

-¿Cuánto es mucho tiempo?

-Lo notarás, aunque yo diría que no más de un par de horas, como mucho, quizá menos.

Paramos en una plaza destartalada, con bancos oxidados o medio rotos y árboles y arbustos poco cuidados para estirar y beber un poco (sangre de algún animal, del cual yo prefería no saber más, mezclada con agua).

-¿Qué tal lo llevas? -me preguntó, mirándome de arriba abajo.

-Me siento bien. De hecho, creo que mejor que nunca. Físicamente al menos.

-Ya, ¿y mentalmente?

-Parece que voy digiriéndolo todo, aunque… Toda una vida de mitos e historias de terror dejan su poso.

Sonrió.

-Recuerdo… -se calló y se quitó una gota de sudor que le caía por la punta de la nariz con el dorso de la mano-. Bueno, es cierto, al principio siempre es así. Pero lo cierto es que más allá de las diferencias biológicas esto no tiene nada de fantástico o fabuloso. Tenemos nuestras vidas, totalmente normales y corrientes dentro de nuestras particularidades y nada más… Y cada uno tiene sus problemas. Intentamos solucionarlos de la mejor manera posible o vivir con ellos como podamos.

-Mi vida ha cambiado con todo esto, a decir verdad.

-Sí claro, cambia, pero igualmente es una vida. Con todo lo que ello conlleva, para bien y para mal. En el fondo seguimos siendo humanos. Aunque seamos más longevos y todas esas mierdas… Somos humanos.

Me miró a los ojos al decir esto.

-Claro -no se me ocurrió otra cosa que decir, apenas hacía un par de meses desde que cambió mi vida y realmente todo seguía siendo nuevo para mí. No podía pretender comprender en aquel momento su punto de vista.

Rober asintió.

-Tú vive, no le des más vueltas -dio un largo trago de su botellín-. Por cierto, para navidad haremos una comida en familia, vendrán Duna y Lorena, la chica que trabajaba antes con nosotros. Y Martín. No le conoces. Es un viejo amigo, un poco peculiar, ya verás, pero inofensivo.

Me quedé un poco parado al oír aquello. De repente me vino una oleada de melancolía, como me había ocurrido ya en alguna ocasión. Eran los momentos en los que me daba cuenta realmente de que este cambio de vida era irreversible y que la anterior había quedado atrás. Rober debió notarlo.

-Recuerda lo que te he dicho, no le des más vueltas. Ya verás, te lo pasarás bien -dirigió la mirada un momento más allá de mí, a mis espaldas, frunciendo el ceño. Empecé a darme la vuelta para ver de qué se trataba pero justo entonces me puso la mano en el hombro-. Vámonos a casa, que se nos hace tarde. O pronto, según se mire.


El sol ya había salido, como indicaba el ligero hormigueo que empecé a sentir en la piel.