martes, 3 de septiembre de 2019

Levantia, capítulo 8.

8



Aquella noche estaba siendo extenuante. Faltaban cuatro días para navidad y El Hueco estaba incluso más concurrido de lo habitual, como si el espíritu navideño hubiese poseído a los clientes, lo cual me hacía mucha gracia, porque la gente que solía venir no me parecía precisamente de celebrar esas fechas. Para colmo, Rober había vuelto a irse con Alma unos días, como hacía un mes. No me había atrevido a preguntarle aún por qué, pero por lo visto era algo que hacía regularmente, según Bobby y Duna, bendita ella por acudir al rescate y apoyarnos a Bobby, Nando el portero y a mí mientras Rober estuviese fuera. La mujer era una máquina trabajando, incluso se desenvolvía mucho mejor que el jefe, con lo cual era como si ella estuviese al cargo realmente (aunque Rober nos lo hubiera encomendado a nosotros). Aún así, íbamos a todo trapo, sin un respiro. Y llevábamos dos noches así. Por suerte al día siguiente era domingo y probablemente la cosa estuviera más relajada, aunque tampoco se podía poner la mano en el fuego por ello.
 Además, estaban aquellos tipos que habían venido preguntando por Rober. Seguían sentados en el fondo, y no me habían dado muy buena espina. A Duna tampoco por lo visto, lo cual me tocó aún más la moral. Eran cinco hombres, trajeados, uno de ellos, el que me había preguntado, con un tono de superioridad que alcanzaba la falta de respeto y rozaba la ofensa, tenía pinta de ser el mandamás de los cinco. Más aún me había molestado la manera de referirse a mi jefe. Era alto, quizá un poco más que Rober; estaría a medio camino entre el uno ochenta y cinco y el uno noventa. De cabello negro y rizado, peinado hacia atrás, mirada severa de ojos azul hielo y una pátina de… ¿Dinero, poder? en la piel. Parecía el típico empresario joven que ha conseguido riqueza y poder en muy poco tiempo debido a la absoluta falta de escrúpulos. En su voz, algo áspera y nasal al mismo tiempo, arrogante en el sentido asqueroso de la palabra, se notaba el tono autoritario de quien no tolera que las cosas sean de otra manera a como él cree que deberían ser, y una desmedida falta de empatía que había sido sustituida por un ego más grande y robusto que un portaaviones. Esa fue la impresión que me dio, y echando un vistazo de vez en cuando a cómo se comportaba allí en el fondo, junto a sus cuatro compañeros, los gestos, la manera de mirar a su alrededor, esa forma de apoyarse contra el respaldo tan alfa, como si él fuese el rey del lugar… Se pasaba tanto de natural que debía de haberlo practicado mucho.

Menos me gustó la manera en la que me miró cuando por fin se levantó, precedido por los otros cuatro, y fue hacia la puerta. Cuando pasó a unos metros de camino a la salida, levanté la mirada mientras preparaba dos copas y me topé con la suya. Hizo un gesto con la cabeza, asintiendo, en la boca una sonrisa de esas que gritan “soy mejor que tú” pero que nuestra mente interpreta como “rómpeme de un puñetazo”. No sólo me miró a mí, también a Duna, que lo miraba igualmente de reojo.

-Ya lo he visto alguna vez -me contaba mientras recogíamos todo y limpiábamos, tras el cierre-, y sí, lo que aparenta es lo que es. A Rober no le gusta un pelo, pero nunca me ha contado nada más de él, a parte de que es un gilipollas integral y tiene cierto poder en esta ciudad. Me da muy mala espina…

-Entonces, si le pusiera un bote de laxante en el cubata podría liarla mucho, ¿no? Porque ganas no me faltan. 

-Calla, calla… Si no viene más mejor. Aunque no creo que caiga esa breva. Por lo menos viene de uvas a peras.

Duna acabó de hacer la caja mientras yo limpiaba. Bobby y Nando el portero armario ropero volvieron de tirar la basura. 

-Ese es un puto mafias de cuidado -fue la aportación de Nando al “perfil” del mamón trajeado-. ¿Sabes? De estos que piensas que ojala te dejen con él a solas en una habitación cerrada. Pero claro… En el mundo real no les puedes ni mirar con la mirada medio torcida. Las altas esferas, política…

-Ah… Político -resoplé.

Claro, siempre tiene que haber sedientos de poder. Este mundo paralelo empezaba a parecerme bastante similar a la sociedad humana normal y corriente, salvando las particularidades, como me había dicho Rober.

-Bueno, cacique más bien. O heredero. Nuestra sociedad no tiene de esos de los sillones -respondió de nuevo Nando.

-Gente que se cree superior al resto e intenta acaparar todo el poder posible. Más o menos son lo mismo -puntualizó Duna mientras acababa de contar.

-Bueno, siempre lo han tenido. La Corte. Nadie de fuera ha dirigido nunca el cotarro, entre ellos se pasan el poder unos a otros a placer, como si estuvieran fumándose un petardo… -dijo el enorme portero, deshaciéndose con una mano el pequeño moño que mantenía cada hebra de su media melena oscura imantada a su cabeza.

-Todos unos mamones estirados. Como los políticos que dice Fabio. Menos el alcalde, claro, ese abuelete me cae mejor… -soltó Bobby apoyado en la barra, al tiempo que le señalaba a Duna un montoncito de billetes que se le había pasado por alto.

-Que las paredes oyen canijo… -Nando pasó su brazo tamaño XXL sobre los hombros escuálidos de Bobby y le apretó el cuello mientras le retorcía los nudillos en el cogote. Bobby no tardó en zafarse, contrariado-. Además, si sólo has visto al alcalde una vez…

-Pero Rober y él parecían llevarse bien, con eso me basta, gorila gordinflón…

Nando se rió.

-Bueno esto ya está. Vámonos a dormir que estoy molida -sentenció Duna, saliendo de la barra.



El día siguiente por suerte sí que fue más tranquilo, y así el resto de la semana hasta que por fin llegó el día de Nochebuena. Rober y la pequeña Alma habían vuelto el día anterior. Aún estando visiblemente exhausto, se puso de lleno con los preparativos para la cena del día (o la noche mejor dicho) siguiente. 

Como no abríamos el local ni el veinticuatro ni el veinticinco, Bobby y yo habíamos quedado con Nando para salir del barrio a dar una vuelta por la ciudad, echar unos billares o lo que se terciara el jueves mismo de Nochebuena. Nuestra cena sería bien entrada la madrugada, sobre las cuatro, una de las particularidades de esta nueva vida que me tocaba vivir, así que teníamos desde las seis de la tarde del jueves de Nochebuena hasta las dos de la mañana aproximadamente, suficiente para una noche (o día, en nuestro caso) de ocio. Por no perder tanto tiempo debido al tráfico, cogimos el metro.  

Para mi sorpresa, la zona a la que fuimos me resultaba muy familiar. Había salido bastante por allí durante los últimos años (bueno, bastante para mis estándares). Me invadió una ola de nostalgia. Por todo, por el pasado, por el cambio en los últimos meses, por imaginar cómo hubiera sido todo de no haber ocurrido… Aunque cuando lo pensaba un poco más, imaginarme en casa de mis adorables progenitores, en aquel pueblo frío y apagado… Aunque claro, siempre hubiera tenido la posibilidad de volver a resurgir. Ahora no sabía si volvería a tener contacto con aquellas personas por las que merecía la pena, desde el peculiar Mario, mi antiguo compañero de piso, hasta… Bueno, hasta Nuria. La verdad es que tampoco tenía demasiados amigos entonces. Pero de algún modo… ¿Nunca os ha hecho ilusión juntar dos facetas de vuestra vida? No sé, como cuando tienes unos compañeros de trabajo que son cojonudos y te gustaría presentárselos a tus amigos y formar el mejor grupo posible. Pero claro, la voz de la razón estaba ahí diciéndome que no se puede tener todo. ¿Cómo iba a explicar a la gente que me conocía de antes lo que me había pasado? Y la verdad, por muy romántica que me parezca la idea de mantener una identidad secreta, cual superhéroe, metido en materia no me apetecía nada. Podía comprender el lado amargo que nos pasa desapercibido cuando estamos viéndolo en una película o leyéndolo en un libro o cómic… Aún así, ahí estaba esa melancolía. Aunque claro, yo siempre he sido muy melancólico en cierto modo.

-Mira, mira, mira… -Nando señalaba la fachada de un pub irlandés al otro lado de la calle-. Estoy viendo el triangular al billar que os voy a ganar, y las pintas de guinness que me vais a pagar -nos miró sonriendo, con sus generosos mofletes hinchados y cerrando mucho los ojos, al tiempo que se frotaba las manos.

A pesar de que Nando era enorme, me sacaba una cabeza y media a mí y dos a Bobby y estaba fuerte como un oso, a veces su aspecto recordaba más al de un niño regordete y feliz, tan inocente que te daban ganas de estrujarle las mejillas como las abuelas o incluso matarlo a cosquillas para que siguiera poniendo esa sonrisa contagiosa. Nada que ver con la imagen que tenía de él por la primera vez que lo vi, cuando… Bueno… (Ahí venía la otra razón de la melancolía), cuando Milena me llevó a El Hueco, la noche en que la conocí. Aunque realmente no la conocí, simplemente me topé con ella únicamente aquella noche y por eso me tocaba tanto la moral que siempre estuviera en mi mente, en mayor o menor intensidad.

-El billar no es un juego para brutos, no se trata de fuerza si no de técnica y habilidad, un pulso firme, visión, creatividad. Tú seguro que del primer viaje que le metes a la blanca con el taco te cargas medio local -soltó Bobby, divertido, a tiempo que esquivaba el abrazo del oso de represalia de Nando, lo que hizo que bajase a la calzada un momento y un coche le regalara un sonoro claxonazo.

-Madre de dios, ven para acá, ven. Casi ni hemos salido del metro y ya vas liándola fideo…

-Prefiero ser atropellado que un abrazo tuyo Nandote, te huelen los sobacos hasta con cazadora…

Me reí con ganas. Por suerte con aquellos dos juntos pronto dejabas de darle vueltas a otras cosas, al menos durante ese rato.



Una hora después, Nando disfrutaba de su segunda pinta de cerveza negra del triunfo, pagada esta vez por mí (que en realidad era la tercera, ya que mientras jugamos al billar habíamos pedido la primera ronda), Bobby de su segunda Carlsberg y yo de mi segunda tostada. Dicen que en la variedad está el gusto, y nosotros escenificábamos ese dicho a la perfección en aquel momento.

-El billar no es un juego para brutos, fideo -reía Nando tras dar un largo trago que solo con verlo me alimentaba hasta a mí.

-Bebe y calla godzilla… 

-Míralo por el lado positivo, Bobby -dije-. Si seguimos perdiendo apuestas al final podemos interrogarle sobre lo que nos apetezca.

Nando sonrió, entrecerrando los ojos como solía, solo que un punto más.

-No os queda ni nada…

-A este le entra el Pacífico en cerveza en la barriga y ni se entera, nos arruinaría -contestó Bobby, riendo.

Creo que estuve tan a gusto el resto de la noche hasta que volvimos a coger el metro de vuelta, que lo que más recuerdo es la sensación de buen rollo y hermandad que rebosaban Bobby y Nando. Parecía como si me estuvieran arropando, en cierto modo. 
También recuerdo que de camino a otro bar al que fuimos pasamos por delante de la que había sido mi casa en los últimos años. Miré las ventanas fugazmente, parecía que ya lo habían vuelto a alquilar. Y fugazmente pensé que todos aquellos momentos que allí pasé ya eran historia, que habían quedado en el pasado con todo lo demás, y ahora ese piso era el presente de otra gente. Cuando Bobby me preguntó que qué miraba y le dije que allí vivía yo antes de que me pasara todo esto, me echó el brazo a los hombros, como si supiera lo que me estaba pasando por la cabeza en ese momento, y cambió rápidamente de tema, intentando arrastrar toda mi atención hacia él.


Volvimos con tanta antelación que nos topamos en la puerta de la calle con Rober, que iba acompañado por la pequeña Alma y por un hombre flacucho, de pelo canoso y muy alborotado. Supuse que sería el tal Martín.

-¿Y tanta puntualidad? Estoy empezando a creer que seréis gente de provecho algún día… -saludó Rober, mientras abría la puerta con una mano y sujetaba la de Alma con la otra. Entramos en el portal-. Nando y Bobby, vosotros ya conocéis a Martín… 

Nando tendió su manaza y el hombre de nariz aguileña y algo encorvado se la estrechó con una sonrisa que a mí se me antojó algo perturbadora.

-¿Todo bien por los montes? -preguntó Nando a modo de saludo cortés.

Martín sonrió un poco más.

-Como siempre, como siempre… -tras soltar la mano de Nando se la estrechó a Bobby, que no dijo nada-. ¿Cómo estamos flaquito…?

A Bobby se le escapó un leve bufido. Seguramente pensó “mira quien habla, el abuelo alambre”.

-Y este es un nuevo trabajador, Fabio, vive con nosotros desde hace un par de meses… -me presentó Rober.

Alargué la mano hacia Martín. Él me la estrechó. En el preciso instante en que la piel áspera de su mano rozó la mía, noté como un destello en su mirada. Tenía unos ojos azules casi cristalinos muy, muy saltones, y las ojeras que colgaban y en sus párpados inferiores los hacían resaltar más aun. Hubo un instante casi imperceptible en el que la sonrisa flaqueó, me miró ladeando un poco la cabeza, yo hubiera dicho que inconscientemente.

-Jejejeje… -reía relajadamente, con su voz apagada. Miró a Rober mientras lo hacía y luego volvió a mirarme a mí-. Sí… 

Me soltó la mano sin decir nada más, pero siguió mirándome con esa expresión extraña. Cuando Rober me dijo aquella mañana que era peculiar, no imaginé hasta qué punto me lo parecería. 

-Ya subimos nosotros por las escaleras -dijo Nando, agarrando el pasamanos.

-Pero si el gordo eres tú, yo quepo… -replicó Bobby.

-Tú me acompañas por si me entra hambre.

Me dispuse a seguirles por las escaleras cuando Martín me agarró y me metió por delante de él en el ascensor, junto con Rober y Alma. Durante la subida no me quitó ojo de encima ni un segundo, con los ojos bien abiertos, un deje de locura en la mirada y esa sonrisa de sapo que ya comenzaba a asustarme un poco. Abrió un poco los labios, forzando más la sonrisa y enseñando un poco los dientes, asintiendo lentamente, cuando se dio cuenta de que yo también le miraba.

Por suerte el ascensor llegó a nuestra planta en ese momento. Martín se apresuró a abrir la puerta para que saliese yo primero, y luego con aspavientos hizo salir a Rober con Alma. Rober me sonrió un poco cuando vio la expresión en mi cara al pasar por delante de mí para abrir la puerta de casa. Segundos después llegaron por las escaleras Bobby y Nando.


Como todo estaba preparado ya de antemano sólo tuvimos que esperar a Duna y la otra chica, Lorena. Agradecí mucho en mi interior cuando ese momento llegó, porque con los vacíos de conversación (él no tenía mucha conversación, vivía en una cabaña perdido en el monte, claro) la continua mirada de Martín sobre mi persona empezaba a incomodarme. Duna me presentó a Lorena en cuanto llegaron. Era un poco más alta que ella, sobre el uno setenta, de pelo corto, también oscuro, y ojos azules. Era muy maja, aunque incluso de no haber sido así, me lo hubiera parecido por el contraste con la última persona que me habían presentado antes que ella, que por cierto, aunque ahora el ambiente fuese más distendido al estar todos ya, al parecer seguía muy interesado en mí.

A parte de lo “peculiar” del comportamiento de Martín, la cena fue… Realmente fue la primera vez que sentí… Supongo que eso que sentí es lo que se siente cuando tienes una familia de verdad. Rober, a pesar de su imagen intimidante de tipo duro y curtido, estaba pendiente en todo momento de que a nadie le faltara nada, desprendía… Joder, parecía un padre, uno de verdad, algo que yo sólo había podido imaginarme. Ponía especial cuidado en Alma, al igual que todos, claro; a la pequeñaja le brillaban los ojos, la carita, los mechoncitos castaños latigueaban de acá para allá cuando con entusiasmo miraba a uno o a otro lado, según quién estuviera reclamando su atención con palabras cariñosas (o en el caso de Bobby chistosas). Y no paraba… Probablemente también yo hubiese brillado así de pequeño si hubiera tenido a gente así, que me cuidara y quisiera de ese modo, si me hubiera sentido tan feliz rodeado de mi familia… Duna era el apoyo de Rober en cuanto a la parte de hacerse cargo del resto. Lorena también estaba como en su casa. Nando y Bobby estaban como siempre, lanzándose pullas el uno al otro y partiéndose de risa y haciendo que yo también tuviese que tragar con cuidado. Incluso Martín había dejado de mirarme tanto y prestaba atención a lo que ocurría en la mesa.


Finalmente, todos ayudamos a recoger y limpiar, y estuvimos un rato más relajados ya sentados en los sillones, el sofá y con alguna copa alguno, mientras veíamos como Alma abría sus regalos al tiempo que repartía besos y abrazos. Bobby, sentado a mi lado, me dio un codazo en el costado disimuladamente, e hizo un gesto con la mirada hacia donde Rober y Duna, sentados muy cerca el uno del otro en el sofá, se miraban fijamente por un instante. Sonreí, y Bobby también. 

Finalmente, Nando, Duna y Lorena se fueron poco antes de que les pillara el día. Rober acostó a la niña. Martín, que se quedaba a dormir en casa, había vuelto a centrar su atención en mí. Bobby estaba algo traspuesto, y en un primer momento no se me ocurrió cómo hacerme el despistado, hasta que recordé una vieja costumbre de… Bueno, de humano. Saqué el teléfono móvil que había comprado hacía poco (perdí el anterior, claro). No se me había ocurrido hasta ese momento mirar mis redes sociales, desde la última vez que lo hice, podría decir perfectamente “en otra vida”.

No esperaba encontrar gran cosa, y así fue, aunque alguna gente que se había interesado por mí. Una de ellas Nuria. Abrí el mensaje:

«¡Feliz Navidad! Quería escribirte antes, pero pensé… Bueno, da igual. ¿Cómo estás? Espero que no sea tan malo como esperabas, el haber vuelto allí, digo. Yo sigo aquí y bueno, sabes que si quieres escapar algunos días aquí puedes quedarte. Bueno, tampoco sé si leerás este mensaje porque parece que has abandonado esto. Por cierto, ¿te has cambiado de número de móvil, verdad? Bueno, ojala leas esto, estaría bien saber de ti. Besos.»

Estuve releyendo el mensaje un momento. No sabía si contestar, y de hacerlo, no sabía qué contestar. En ese momento volvió Rober y se llevó a Martín para indicarle que iba a dormir en su habitación y que él dormiría en el sofá.

-Descansad bien -se despidió, con aquella sonrisa desconcertante y siguiendo mirándome más a mí.

-Yo me voy a la piltra también colega… -dijo Bobby levantándose, bostezando y extendiendo el puño hacia mí-. Buenas noches.

-Buenas noches -respondí, mientras correspondía su saludo golpeando mi puño contra el suyo.

Volví a mirar el mensaje de Nuria. Me decidí a contestar sin entrar en muchos detalles, me sabía mal no hacerlo.

«¡Feliz Navidad a ti también! Al final no volví, sigo en Levantia, aunque más lejos. Estoy bien. Te avisaré si algún día paso cerca de tu casa, lo prometo, pero no sé cuándo será porque la verdad es que estoy bastante liado jaja. Me alegro de que sigas bien, dale fuerte al curso, ¡que ya te queda nada para acabar la carrera, ánimo!»

Había un par de Mario, mi antiguo compañero de piso, preguntando por cómo me iba también y contándome alguna anécdota. Le respondí felicitándole las navidades y por lo demás muy genéricamente también. Por alguna razón no me sentía bien haciendo eso, supongo que era por comportarme tan distante y como si Nuria o Mario no me importaran lo más mínimo. Sobre todo por Nuria.

Rober salió con un edredón y se lo puso en el sofá. 

-Venga, suelta lo que sea… -dijo, sentándose en el sofá. Debió notarme raro, estaba empezando a pensar que tenía un don para leer el estado anímico de la gente con solo mirarles.

-¿Qué? -intenté hacerme el despistado- No, estaba mirando… Estaba leyendo algunos mensajes, hacía mucho que no revisaba mis redes sociales.
-Ah… -se recostó sobre el respaldo, con expresión comprensiva-. Echas de menos a alguien.

Dejé el móvil a un lado, aunque aún me quedaban mensajes por leer.

-No, no es… Bueno, en parte, supongo… No, a ver…

-Fabio, que no nací ayer precísamente… 

Me resigné.

-Sí. Echo de menos… en realidad no echo de menos nada, solo el tener que distanciarme de alguna gente. Sé que no puedo pretender que no ha pasado nada y debo dejar atrás todo lo referente a mi antigua vida, pero… Cuesta.

-Mira, cada uno es un mundo. Yo creo que es mejor dejar tu anterior vida atrás y no liar las cosas, porque por mi propia experiencia, al final no queda más remedio que eso de todas maneras. Yo puedo aconsejarte que lo dejes atrás y te centres en tu nueva vida, pero tú harás lo que creas oportuno.

Me quedé un poco perplejo.

-Pero, yo creía… 

-¿Creías que era una imposición? No soy tu padre, Fabio, puedo aconsejarte, y lo hago porque sé lo que a mí me ha ocurrido y si puedo ahorrárselo a alguien, mejor. Pero al final cada uno decidimos lo que hacer en nuestras vidas, y aprendemos a vivir con las consecuencias.

Perdí la mirada en algún punto del suelo del salón, más allá de la mesa.

-En realidad me sentía mal por tener que contestar evasivamente a mensajes de gente que se interesa por mí… 

-Es lo que hay. Por eso mi consejo es que te distancies. Mentir acaba pesando demasiado, créeme.

-Ya, supongo… -no quería seguir hablando de ese tema-. ¿Puedo preguntarte algo?

-Dispara.

-El tipo que vino el otro día al local preguntando por ti…

-Hugo Ventalbano -se frotó la frente con la mano derecha-. No te preocupes, no me traga y es el típico ricachón gilipollas que siempre tiene que ir sacando pecho por mucho que no pueda hacer nada más. De esos que les encanta recordar a los demás su posición aunque no les sirva de mucho.

-¿Entonces le puedo echar un bote de laxante en el cubata la próxima vez que venga?

Rober reprimió una carcajada para no despertar al resto de la casa.

-Yo mismo lo llevo queriendo hacer desde hace muchísimo tiempo, ni te imaginas cuantas ganas tengo. Pero desgraciadamente, me temo que esto sí va a ser una prohibición, no puedes hacerlo.

-Vaya…

Rober resopló, con media sonrisa.

-No le eches más cuentas, es de esos gilipollas que hay que aguantar algunas veces en la vida.

-Si fuese alcalde…

-Eso no va a pasar, tranquilo. 

-Ya, pero si lo fuese, ¿deberíamos asustarnos?

Hubo un momento de silencio. Miré a Rober, que a su vez tenía la mirada perdida en la pared de enfrente, probablemente más allá del ventanal que daba al pequeño balcón.

-Si lo fuese tendría otras cosas en las que centrar su atención como para perder el tiempo importunándonos a nosotros…

-¿Seguro? -no me sonó muy convencido.

Me miró.

-No le des más vueltas, no pasará -se acostó y se tapó con el edredón que había sacado-. Si vas a seguir revisando los mensajes, ¿te importaría al menos apagar la luz del comedor?

-Por supuesto que no -alcancé el interruptor alargando el brazo izquierdo y apagué las luces.

-Gracias. Buenas noches.

-Buenas noches, Rober…


Me recosté en el sillón y volví a mirar el móvil. Había tres mensajes más. De la misma persona. Amplié la foto de perfil porque por el nombre no sabía quién era y en la miniatura tampoco la reconocí. Melena marrón oscuro, ligeramente morena de piel, ojos marrones más vivos y claros, la pupila se distinguía muy bien del iris y este por oscurecerse un poco en una fina circunferencia exterior, del blanco níveo de la esclerótica. Tenía la nariz fina y sus labios dibujaban una tímida sonrisa muy bonita… Me costó un poco acordarme, pero al momento la recordé, era una de las chicas aquellas que conocí cuando me despedí de la universidad, en la cafetería. Cami se llamaba. Abrí el primer mensaje, de octubre:

«Hola, me quedé muy preocupada el otro día cuando te acompañé a casa, ¿estás mejor?»

En un instante lo recordé. Así que la chica que me ayudó a llegar al piso cuando volví de… Mi noche con Milena… Fue ella. Pero si ni me conocía, más allá de habernos presentado aquel día en la cafetería del campus. Leí el siguiente, de una semana después:

«Hola otra vez (emoticono con una sonrisita y sonrojado). No sé si habrás leído el otro mensaje, bueno, no quiero ser pesada, no tienes por qué dar detalles si no quieres, tan solo quiero saber si estás bien.»

Una pequeña punzada de culpabilidad me pinchó el pecho. Abrí el último mensaje, de… Hacía menos de un día:

«¡Feliz Navidad! No sé si leerás esto, no tiene pinta de que sigas usando esta cuenta, pero acabo de ver los mensajes que te envié al limpiar conversaciones y quería preguntar (sí, otra vez, al final soy pesada, lo siento (emoticono de gatito llorando)) ¿cómo estás?»

Me dispuse a contestarle, pero me daba cierta vergüenza al recordar el estado en el que me vio. Incluso me arrastró hasta mi casa y quien sabe si no le vomité encima incluso a la pobre… Comencé a escribir:

«¡Hola!¡Feliz Navidad! Siento mucho no haber contestado hasta ahora, es que no había visto los mensajes, ni he entrado aquí desde antes de que los enviaras. Y también te pido disculpas (más bien te imploro de rodillas) por el espectáculo que debiste presenciar. Algo recuerdo y para ser honesto, estoy bastante avergonzado mientras escribo esto. Me recuperé pronto, bastó con una buena siesta y beber mucha agua durante ese día jaja. Perdón, de veras. No me había pasado antes y no me hha vuelto (ni volverá) a pasar, por si sirve de algo para salvar algún pedazo de dignidad en la imagen que tengas de mí. Bueno, espero que disfrutes de las vacaciones, y gracias por lo de aquél día y por preocuparte.»

Aquello último que puse sobre que “no me había pasado antes y no me iba a volver a pasar” me hizo gracia, buena ironía… Mandé el mensaje, cerré sesión y alumbrándome con la luz de la pantalla del móvil me fui a mi cama a dormir por fin.