lunes, 30 de marzo de 2020

Levantia, capítulo 11

11



Noté a Rober algo raro desde que salimos del local. Incluso para lo que cabía esperar después de lo que había pasado. Lo primero que hizo fue ir a acostar a la pequeña Alma al irse Lorena, quien se había convertido en la nueva niñera de la niña en el último mes.

Yo me senté en el comedor con Bobby. Me palpé la coronilla y al ver esto él vino a inspeccionarme.

-Tío… Casi te ha cicatrizado del todo.

-¿No es normal?

Se me quedó mirando, algo perplejo.

-Bueno, con heridas más superficiales sí, pero tenías una brecha del quince ahí…

Rober salió de la habitación donde acababa de darle las buenas noches a Alma y se sentó en una silla de la mesa. Bobby le hizo saber lo del estado de mi herida, pero a diferencia de a él, a Rober no pareció sorprenderle, simplemente asintió. Me miró detenidamente un momento antes de abrir la boca para hablar.

-No creo que debas asustarte, intentaré hablar cuanto antes con el alcalde, pero no creo que Hugo se arriesgue a volver a hacer algo así por el momento. Aún así creo que es mejor que no salgas solo por el momento. 

-Busca a Milena… La… La mujer que me convirtió -añadí al darme cuenta de que no sabía a quién me refería.

-Sí, es un procedimiento habitual, tirar del convertido para encontrar al criminal. Lo extraordinario es que lo haya él personalmente. Esa Milena es importante…

-No tengo ni idea, ahí no tengo necesidad de mentir, sólo sé su apariencia y su nombre, nada más.

-Nunca suelen dar muchos detalles, saben que es peligroso -volvió a quedarse en silencio.

-¿Y la sangre? -preguntó Bobby. A mí mismo se me había olvidado el tema.

-Es la confirmación de su importancia -no dejaba de mirarme-. Tienes que ver a Martín.

-¿A Martín? -recordé al inquietante amigo de la familia, con sus ojos cristalinos saltones, con esa chispa de ido de la olla en su mirada y esa sonrisa extraña que solía poner en ocasiones.
-Sí. Pero no puedes ir solo, claro. Y ahora mismo no me gusta la idea de dejar a Bobby y Nando solos en el local. Intentaré hablar con el alcalde mañana si es posible, en cuanto se aclare un poco el tema y sepa que no van a haber más visitas inesperadas iremos a ver a Martín. 

-¿No tienes ninguna idea sobre ello? Ese color no es ni medio normal -insistió Bobby. Rober le lanzó una mirada seria-. Sí, mejor dormir y mañana… Mañana será otro día.

Bobby se levantó y se fue a nuestro dormitorio. A su vez Rober se acercó a mí y me apartó el pelo de la coronilla con una mano.

-No va a hacer falta nada más, ha cicatrizado.

-Pero esto es normal, ¿no? Bueno, normal para nosotros.

Vaciló un momento antes de contestar.

-No tanto. Pero me sorprendería mucho más si tu sangre no fuera de otro color.

-¿Qué quiere decir eso? El color de la sangre.

-Pronto lo sabremos. Ahora ve y descansa, tranquilo, no te sangra ya.




Pasaron unos días, afortunadamente no hubo ninguna sorpresa desagradable. Rober consiguió hablar con el alcalde. Debía de conocer bien a ese hombre, porque después de esa conversación me aseguró que no debía volver a preocuparme del tal Hugo Ventalbano. Yo no las tenía todas conmigo, pero cuando Rober se proponía transmitir seguridad y tranquilidad lo lograba. 

Una tarde estaba haciendo un poco de ejercicio antes de irnos a abrir El Hueco y Bobby se me acercó con una sonrisita enigmática.

-Adivina quién va a cenar y ver una peli en el cine con dos preciosas universitarias.

Me levanté del suelo.

-¿Has quedado con ellas?

Me miró levantando una ceja.

-Hemos. 

Me quedé mirando a Bobby un momento.

-No sé tío, creo que no debería alejarme mucho de aquí ahora…

-¡No me jodas…! Rober ha dicho que está todo bien, ese capullo engominado no volverá a tocarte las narices, se pasó de la raya y seguro que el alcalde le dio un buen rapapolvo en cuanto se enteró… Además, la propia Gisela me dijo que Cami tenía ganas de verte… -otra vez sonrisilla forzada.

-Tú hablas mucho con Gisela…

-Joder macho… He quedado con ella varias veces ya, empanado.

-¿Qué?

-Vosotros salís a correr y esas cosas, yo también tengo mi propia vida, no me quedo en casa siempre.

-¿Pero cuándo has ido a…?

-No, no he ido, más bien ha venido ella.

Por alguna razón no me gustó oír aquello. No lo reconocí en aquel instante, pero en el fondo no quería que nadie de mi anterior vida llegase a saber dónde me encontraba en esos momentos.

-¿Le has dicho que vivimos en esta zona? Y, ¿la has hecho venir sola? Se te va la cabeza…

-No, joder… Bueno, sí que sabe que vivimos aquí, pero fui a recibirla a la parada de metro.

-Da igual, se te va… Casi ni conoces a la chavala.

-Gisela. Y sí la conozco. O la estoy conociendo bastante. Y me gusta, joder…

Le miré. Lo decía en serio, hasta percibí un ligero rubor. De repente se me pasó un poco el cabreo inicial y empecé a reír un poco.

-Madre mía… Si me hubieras dicho que eras tan enamoradizo hace tiempo me hubiera reído en tu cara. De hecho, creo que lo estoy haciendo.

-¿Por qué siempre os formáis ideas de mí así tan alegremente?¿Qué pasa, es que tengo pintas de marginado o algo?¿De gangster?

-Pero si la conoces de hace nada, tío…

-Habló el que perdió inmediatamente el culo por una chica que un día se sentó en su mesa de la cafetería porque no había más sitios libres…

Dio en el hueso el muy cabroncete.

-No tendría que haberte contado la historia…

-Punto para mí. Entonces el martes pagas tú nuestra cena y las entradas, ¿no?
-Ni de coña.

Soltó un resoplido de indignación.

-Vale… Las entradas sólo, entonces.

-Serás rata… Las entradas y punto, si quieres chucherías o refresco te lo pagas tú.

-Ése es mi bro…




Como ya he dicho, tenía intención de cumplir lo que le dije a Cami al despedirnos la vez que nos las encontramos en aquella cafetería, y tenía ganas de que llegase el martes, me apetecía despejarme, salir de la rutina de una manera agradable y no recibiendo una brecha en la cabeza de un millonario imbécil con los humos subidos.





La noche anterior a la que se teníamos que ir a salir un rato con las chicas, a Bobby se le veía muy enchufado en la barra, cualquiera hubiera dicho que era un barman profesional. En algún momento me quedé mirándole. Esa chica, Gisela, debía gustarle mucho, reconocí esa euforia interior en cómo se comportaba. Por otro lado sentí cierta amargura, sabía que era un mero trance, que por más mágico que pareciese, nada dura eternamente. Al sorprenderme pensando así me di cuenta de que quizá había dejado que las circunstancias y el pasado me sobrepasaran. Al fin y al cabo, quién era yo para creer saber la verdad absoluta en cuanto a relaciones amorosas…

Fue un instante, tan sólo un flash. Como tantas otras veces, una melena negra como una noche sin luna, lisa; una chaqueta de cuero roja… No, esta vez no me iba a dejar llevar por mi subconsciente, melenas oscuras y ropa roja, había visto muchas ya y resultaron ser otras personas. Pero el instante fue decisivo.

Giró la cabeza y miró hacia la barra. Al encontrarse su mirada con la mía sentí como si el corazón se me hubiese vuelto loco y quisiera salir de mí por la garganta, como un tigre cabreado enjaulado. Esos ojos oscuros, eran inconfundibles ya de por sí, pero vi claramente el resto de su rostro pálido, era Milena. Volvió la cabeza de nuevo y desapareció entre un grupo de gente. No me lo pensé, salí de la barra tras ella. La busqué rápidamente dentro del local, pero no la vi. Con el corazón latiendo como si estuviera tratando de desactivar una bomba con la cuenta atrás presionándome, salí a la calle.

Miré hacia un sentido, nada. Miré hacia el otro, a mi derecha, y me pareció ver cómo giraba una esquina. Corrí hacia allí. Al girar la esquina yo mismo, vi su figura a lo lejos, dobló de nuevo.

Tras varias carreras más por unas cuantas calles, llegué a un callejón sin salida. Ni rastro de ella. Durante un momento el corazón siguió a lo suyo, excitado por la perspectiva de encontrarme con ella. En unos segundos comencé a darme cuenta de que no iba a ser así, si hubiera querido que la encontrara se hubiera parado hacía rato a que la alcanzase. Entonces oí un susurro, pero fue extraño, fue como oírlo en unos auriculares inexistentes, con un leve zumbido tras mis orejas. Reconocí su voz, dijo “en lo alto del hotel Galápagos, dentro de tres noches. Y no vuelvas con tus amigos”.

Un ruido a mi espalda me sacó de mis pensamientos.

-Este al menos nos lo ha puesto a huevo…

Me giré y vi a dos individuos entrando en el callejón. Un tercero venía tras ellos.

-Vale, matadlo ya y volvamos allí, por si acaso, no me fío de ese tío y mi primo siempre ha sido un fanfarrón de mierda.

Sin decir nada más se abalanzaron sobre mi. Noté los impactos y los desgarros, pero no sentí dolor en ese momento, sólo mi instinto, que comprendía que aquellos tipos querían matarme ahí mismo, tomando las riendas. 

Agarré de la muñeca la segunda puñalada de uno de ellos y le quité el cuchillo. Esquivé el puño del otro agachándome y le clavé el cuchillo en el costado, luego en el muslo, y finalmente de nuevo en el estómago. Al caer él, perdí el arma, que se quedó clavada en su abdomen. El otro me agarró por la espalda, oprimiéndome el cuello con los brazos. Intenté dar un cabezazo hacia atrás, con la coronilla, hacia su cara, pero no podía mover tanto la cabeza. El tercero se acercó, se agachó a coger el cuchillo que el que estaba en el suelo agonizando aún tenía clavado en la barriga y luego se plantó delante de mí. Entré en pánico, o eso creí mucho tiempo, y lo que ocurrió a continuación fue lo siguiente: eché las manos hacia atrás por encima de mi cabeza para agarrar al que me tenía atrapado. Sentí su cabeza en mis manos, su cuello. Apreté. Levanté los brazos como si tuviese una maza cogida y fuese a golpear algo, solo que la maza era un hombre, cogido por el cuello, que levanté por encima de mí como si fuese un trapo, con el que golpeé al que tenía delante dispuesto a abrirme en canal. Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos, mi instinto lo hizo, automáticamente.

El que había apuñalado tres veces ya había muerto, el que me agarró yacía en el suelo con el cuello roto en un ángulo imposible y macabro. 

-¡Vale tío! ¡No lo hagas!

Me paré delante del supuesto cabecilla, que suplicaba, tirado en el suelo.

-No me hagas daño, me iré y no volverás a verme, te lo juro… -me miraba con los ojos como platos.

Me abalancé y le arranqué medio cuello con la boca. Otro pedazo más después. Otro después… Hasta que aquel instinto retrocedió y fui totalmente consciente de la situación de nuevo. Su cabeza ya sólo estaba unida al cuerpo por la columna vertebral, a vistas y recubierta de sangre y pellizcos de carne aquí y allá.

Me levanté, en shock. Aunque sabía que no era la primera vez que pasaba, tener la certeza de que lo hice (como con aquél atracador aquella primera noche solo por callejones similares) me generó muchísima ansiedad. Eso no era normal, yo era un monstruo, y no una persona diferente, como me había hecho creer Rober. 
Al acordarme de él, inmediatamente salí corriendo de vuelta a El Hueco. Aquellos tipos habían dicho… 

Cuando doblé la esquina que ya daba a la calle donde estaba el local esperaba encontrarme una batalla campal, pero incluso en aquél momento, lo que vi supero las expectativas y me dejó impactado como nunca antes. 

Habían un montón de cadáveres, y en un punto de la calle, un puñado de hombres rodeaban a… Una bestia enorme. Un oso quizás. No, no era un animal normal y corriente, por mucho que un oso en medio de una ciudad resultase extraño. No tenía la forma de un oso…

Estaba aterrorizado, pero eché a correr hacia el local para ayudar a mis amigos.

Esquivando cuerpos entré.

-¡Rober!¡Bobby! -llamé a gritos, corrí hacia el almacén, pero tropecé y caí a mitad de camino.

-Fabio…

Me incorporé. Me rompí. Por dentro, algo se desmoronaba. Había tropezado con Bobby, que estaba tirado en el suelo cubierto de sangre.

-¡Bobby! -me acerqué a él e intenté levantarlo. Soltó un grito y vi que tenía dos tacos de billar rotos, clavados en el torso- No… ¿Qué ha pasado? Bobby… Rober… ¿dónde…?

No sabía ni qué decir, en aquellos momentos estaba totalmente perdido entre el shock por lo que yo había hecho, lo que había pasado allí, lo que había visto en la calle y Bobby.

-Rober… -intentaba señalar hacia la puerta.

-¿Está fuera?¿Y Nando? ¡Joder! ¿Qué te han hecho…? Hijos de la gran puta…

Aquel “instinto” estaba volviendo, pero yo no podía dejar a Bobby.

-Fabio… -apenas podía hablar, y sólo repetía nuestros nombres.

Yo le miraba, miraba los palos que surgían de su pecho, no sabía qué hacer, si intentaba quitárselos podría empeorar la situación, pero si no hacía nada…

-Joder, Bobby… Vale, tranquilo, respira, respira… Estoy aquí, si vuelven los destrozaré, te lo aseguro, les arrancaré las tripas… Aguanta…

-Quiero… Ir con mis padres y Gisela… Y Vicente… Y se la presentaré a todos… 

No podía seguir oyéndole así, estaba delirando.

-No hables hermano, respira y cálmate… Bobby… ¿Bobby?

-Fabio… Seremos una familia, les caerás bien a mis colegas, eres un… Sí…

El jaleo proveniente de la calle cesó con unos últimos golpes, como estallidos. Recosté a Bobby con cuidado.

-Tranquilo, descansa aquí, te aseguro que no va a pasarte nada más.

Miré a la puerta y me preparé para hacer frente a quien o a lo que entrase por ella. Oí el contacto de unas manos con la puerta y esta comenzó a abrirse. El pecho me latió con violencia y salté hacia ella.

Me agarró con fuerza.

-¡Cálmate Fabio, soy yo, soy Rober! -forcejeé- ¡Tranquilo!

Volví en mí. Rober me agarraba intentando reducirme.

-¡Perdón! Lo siento… 

-Tranquilo, se han ido. ¿Dónde está Bobby?

Me giré hacia donde había dejado a Bobby. Rober fue hacia él lo más rápido que pudo. Estaba visiblemente agotado y tenía algunas heridas aquí y allá. Su ropa estaba desgarrada.

Cuando llegamos junto a él ya era tarde. De cuantas experiencias que hubiese vivido, ninguna se podía comparar con aquel momento. De repente cualquier cosa careció de importancia. Bobby había llegado a ser en unos meses más que cualquier otra persona en mi vida que no fuese Nuria. Y estaba tumbado en el suelo, con los ojos abiertos pero sin vida. No dije nada. Rober tampoco. Nando entro entonces y soltó el alarido más enloquecido que yo hubiese escuchado jamás. Rober intentó calmarlo sin conseguirlo. Ni si quiera él podría consolarnos con sus palabras aquella noche, como siempre conseguía en casi cualquier situación.