lunes, 12 de octubre de 2020

Hablemos de algo bonito...

 Podría empezar disculpándome por tener esto tan abandonado, hace mucho que no escribo nada y lo subo aquí, pero bueno, ahora pongo remedio a eso. 

Sin más preámbulo… Vamos a hablar de cosas bonitas, llamadlo como queráis y recordad esta frase.


Creo que está bien dados los tiempos que corren y a pesar de todo recordar quienes somos… Tener en cuenta que somos capaces de lo mejor aunque muchas veces y durante mucho tiempo nos parezca que el mundo es un lugar gris tirando a negro y no haya más vuelta de hoja. Todos hemos estado ahí en mayor o menor medida, y si no lo has estado una de dos, o tienes mi enhorabuena (cosa muy, muy rara, aunque no imposible) o mi compasión. Porque seamos honestos, somos capaces de sufrir y experimentar dolor emocionalmente porque también lo somos de sentir lo mejor, de una manera en la que ningún otro ser vivo lo hace. Sentir emociones, tan intensamente, incluso las que nos causan dolor, es lo que nos hace verdaderamente humanos. Del dolor pueden nacer cosas preciosas, como no nos hemos cansado de demostrar como especie, ya sea en el arte o la ciencia, porque en el fondo sabemos que hay otro lado de la moneda, y eso nos genera un sentimiento que probablemente sea el gran impulsor de todo lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos, la esperanza, que tantas formas adopta (si habéis leído la entrada sobre la curiosidad entenderéis que ahora diga que es una forma de esperanza).


Pero bueno, dejando a parte los grandes logros como conjunto, como unidad, como especie que somos, voy a centrarme en algo más concreto. Y ahora dejo de hablaros a todos en general y te hablo a ti que estás leyendo esto, te miro a ti.


Y voy a hablarte de amor (me suda los cojones lo cursi que suene y quien deje de leer por sentirse incómodo por ello tiene un problema que solucionar, pero todos hemos estado ahí en algún momento xD).


Amor, eso que tanto se confunde con tantas cosas hoy en día. Adopta muchas formas y tamaños, por supuesto, desde el que podemos sentir por la primera persona con la que tenemos contacto (nuestra madre), nuestro padre, hermanos, familia, amigos… Incluso por personas totalmente desconocidas que solo aparecen un instante como estrellas fugaces para enseñarnos o demostrarnos algo y hacernos crecer como personas. También por animales, claro, incluso por lugares u objetos que nos recuerden a alguien o algo. Ahora quiero hablar de un amor en concreto. De ese que con suerte choca contra ti en esta vida y te deja empapado por completo, sacándote de golpe de tus pensamientos cenizos que traías en la cabeza y el corazón mientras venías andando a lo tuyo por esta vida. De ese que te genera curiosidad al principio, necesaria para seguir explorando y conociendo, y necesidad más tarde, al darte cuenta de que está ahí, de que de verdad existe. Y sí, existe, pero esto no es un cuento de hadas por más que lo parezca. Debes estar preparado, de algún modo debes estar convencido o convencida a pesar de todo y seguir caminando con esa pequeña llama de esperanza dentro de ti, la que por mucho que estemos decepcionados con la vida o la gente y nos volvamos un poco de piedra, hace que nos emocionemos cuando presenciamos ciertas cosas (a mí me ponéis vídeos de regresos a casa de soldados destinados a zonas conflictivas y las reacciones tanto de ellos como de sus mujeres, maridos, hijos e hijas o padres y madres y tenéis fuente de lágrimas para rato, por ejemplo). Y nos emocionamos porque sabemos que es real, que lo verdaderamente importante es eso. 


Cuando de repente comienza a existir para ti alguien de quien no sabías nada y a cada día que pasa vas conociendo más debido a esa curiosidad, esa esperanza y te das cuenta de que es acierto tras acierto, de que incluso cosas que ni imaginabas o relacionabas con esa persona te enamoran más aún… Es pura magia, sí. Cuando notas esa apertura, esa transparencia y honestidad y te golpea como un chorro de agua fría que te despierta sin que te des ni cuenta de esos sueños grises que venías teniendo… Magia. Primero notas una seguridad genuina, que hace que te reafirmes en tu propósito de conseguir saber más, porque empiezas a sospechar seriamente que ahí está por fin, ese remanso de paz que la esperanza prometía. Y como ya he dicho antes, no es un cuento de hadas por más que lo parezca, y todo tiene un precio, una letra pequeña en el contrato. Aparece el miedo a pagar por esa ilusión y es cuando realmente tienes que demostrarte a ti mismo que es lo que quieres con total convencimiento. Siempre hemos luchado, y el amor no viene porque sí por más que lo parezca, porque ese miedo aparece para poner precio a la bendición que te ha llegado, así que hay que ser valiente. Pero claro, tan valiente es la otra persona también que entre ambos os sentís inspirados, como un equipo de ensueño. Entonces es cuando la complicidad saca pecho y se convierte en compenetración. Cuando además de esa emoción aparentemente inexplicable ponemos de nuestra parte conscientemente porque tenemos la determinación que aquella seguridad nos dio. 


Nada que merezca realmente la pena en esta vida está exento de esfuerzo y dedicación, y sabes que estarás ahí cuando los días no vengan tan soleados, y sabes que la otra persona es tan fiera guerrera como tú (si no más) y también tirará de ti cuando te fallen las piernas, que se pondrá espalda contra espalda contigo y lucharéis con garras y dientes juntos, sabiendo que no estáis ahí por la victoria, si no por la gloria de batallar juntos y haceros eternos el uno al otro. 


Cuando esa persona indicada aparece y comienza a existir para ti lo tienes claro, sabes que todas las lecciones merecieron la pena. Notas como has llegado a tu lugar en el mundo. Respiras hondo… Y te pones manos a la obra para edificar vuestra felicidad en esta vida, claro. Sabiendo que no importa si llueve o hace sol, quieres verla sonreír, reír a carcajadas, sentirse tan bien y hacerla reconocer lo maravillosa y especial que es… Y que el mundo sepa que ha nacido una nueva luz, que no han de perder esa tenue llamita de esperanza dentro de ellos. Que cuando sientan el impulso de saltar tienen que hacerlo con valentía, porque hay mucho que ganar y nada, absolutamente nada que perder (el ego es la mayor inutilidad y el mayor peso muerto que existe). 


Como dice la canción de Wet, Wet, Wet “mostrémoslo”. Enseñémosle al mundo que es posible y que la vida, por más triste y gris que pueda ponerse en muchos momentos, también alberga lo más fascinante y maravilloso a la espera de aquellos que se atreven a sentir, que se lanzan a pecho descubierto a la batalla como guerreros poetas vikingos.



Gracias por leer una vez más, espero poder subir más cosillas pronto y no tener esto tan abandonado.



Ah, al principio os he dicho que llamaseis a esto como quisierais. Esperanza, amor, luz, dulzura, paz, hogar… Os voy a decir cómo lo llamo yo: 



Anabel.







lunes, 13 de julio de 2020

La tienda de antigüedades

La tarde, nubosa, de luz apagada, avanzaba con suma lentitud, como todas y cada una de ese largo invierno. En el interior de la tienda de antigüedades no había nadie más que él, tras el mostrador, limpiando a conciencia las piezas de un viejo ajedrez de madera, prestando atención a cada recoveco de las tallas. El silencio era casi total, sólo lo rompía casi imperceptiblemente, el sonido de las manecillas de un gran reloj, colgado de la pared a unos metros de donde él estaba, que alcanzaba cada rincón de la estancia, metiéndose por entre las cuatro estanterías repletas de objetos de lo más variopintos. El tiempo pasaba al compás de ese reloj, ni rápido ni lento, indiferente a todo. Estar allí no era aburrido realmente, pero no se podía negar que a pesar de lo acogedor de la pequeña tienda y de la calidez que reinaba en contraste con el frío que hacía en la calle, aquello era como mínimo solitario. Sobre todo por la falta de clientela. “Claro, ¿a quién le van a interesar mis baratijas?” se decía él siempre que se sorprendía pensando en aquello “parece que tan solo tienen valor para mí mismo, no sé por qué hago esto, debería empezar a pensar en serio en echar el cierre definitivamente…”


Mientras hablaba consigo mismo en su interior, ensimismado, como la mayoría del tiempo, oyó abrirse la puerta con delicadeza.


-Hola, buenas tardes.


Se sorprendió un poco al verla. Debía tener más o menos su edad, pero no era por eso, aunque era cierto que las pocas veces que alguien se había dignado a entrar era gente más mayor, quizá porque con la edad se adquiere cierto gusto por la nostalgia, y en su tienda si algo había en abundancia era nostalgia. Pero no, no era por eso, ni siquiera por lo bonita que le pareció. Lo que le sorprendió de veras fue su expresión, no sólo la sonrisa de sus labios, si no también la de sus ojos, pómulos, nariz… Podía contar con los dedos de una mano (y le sobraría alguno) las veces en las que otra persona había entrado con una expresión parecida. 


-Buenas tardes. Adelante, pasa, echa un vistazo tranquila, tienes toda la tienda para ti -se permitió sonreír también un poco.


Ella se quitó con una mano el gorro de lana blanco que llevaba, mientras algunos de sus cabellos castaños se despegaban lentamente de él debido a la electricidad estática. Se dirigió a las estanterías.


Él intentó volver a centrar su atención en las piezas de ajedrez, pero no pudo dejar de mirar hacia las estanterías de cuando en cuando. Parecía fascinada mirando cada artículo.


-Si tienes cuidado puedes cogerlos y verlos mejor, tranquila.


Ella le miró, otra vez con esa sonrisa multiplataforma.


-Gracias.


Siguió frotando uno de los caballos. Entre las crines, cuidadosamente talladas, se había acumulado mucho polvo.


Ella se movía con tanta calma por la tienda, que él ni se dio cuenta cuando se paró justo enfrente del mostrador.


-Perdona, ¿qué precio tiene esto?


Lo tenía entre sus manos.


-¿Eso? No… No está en venta. No podría, es un trasto inútil, me lo devolvieron escacharrado y no ha habido manera de ponerlo a funcionar como antes. Un cacharro inservible…


-Oh…


La miró mientras ella volvía echar un vistazo a esa cosa. Realmente parecía haberle entristecido un tanto la respuesta, su sonrisa había perdido intensidad.


-¿Sabes? Llévatelo. Si consigues arreglarlo es tuyo.


La luz en su rostro retomó intensidad, como una llama acariciada por la brisa.


-¿De verdad?¿No te importa?


Negó despreocupadamente con la cabeza, sonriendo un poco para que ella no se sintiera en deuda. Ella volvió a mirar el objeto inánime, y luego plantó sus ojos castaños en los de él de nuevo, chispeantes de júbilo.


-¡Gracias!


-No, no… No me las des, ni siquiera se puede decir que sea un regalo, más bien te estoy endorsando un trasto…


-No si lo arreglo.


Esta vez fue él quien se quedó parado mirándole a los ojos a ella por un momento. 


-Volveré… -dijo esto haciendo un gesto, como si se colocara unas gafas de sol inexistentes, a lo Schwarzenegger en Terminator 2. Después sonrió más aun, se dio la vuelta y salió de la tienda.



Él se quedó mirando la puerta, notando cierta tensión en las mejillas, que parecían querer hacerle sonreír por su cuenta. Negó con la cabeza ya sonriendo sin oponer resistencia, antes de volver a las piezas de ajedrez.


A través del cristal de la puerta y de la ventana, la primavera acababa de irrumpir tímidamente, dorando la tarde y el interior de la tienda con sus cálidos rayos de sol.






miércoles, 1 de abril de 2020

Levantia, epílogo.

Epílogo




Los días siguientes fueron como un sueño, nada parecía real. Volvió aquella sensación de vacío, de final, que experimenté muchos meses atrás, el año anterior, cuando me escondía días enteros en el edificio abandonado, en total oscuridad.


Aquella misma noche sacamos el cuerpo sin vida de Bobby de allí y lo metimos en el todoterreno de Rober. Nando se quedó fuera, lejos del local, en la siguiente esquina, sentado. No le dijimos nada. De hecho, ni siquiera nos dijimos nada entre Rober y yo mismo, a excepción de las indicaciones que de vez en cuando me daba para hacer lo que teníamos que hacer. 



-Tenemos llevárnolso fuera de la ciudad y darle un entierro digno… -dijo Rober tras unos minutos conduciendo hacia casa-. Todos debemos irnos, no podemos volver allí…


Yo me limité a asentir.


-Cogeremos a Alma, que se siente sobre tu regazo… -continuó. Obviamente, la niña no podía ir delante, al menos sola, lo último que necesitábamos era que nos parase la policía. Y no podíamos sentarla detrás con Bobby, había que ocultárselo a toda costa- Nos iremos directos a casa de Martín, es un sitio bastante aislado. Allí estaréis bien…


Cobré sentido al oír eso, y además recordé esas palabras que oí en mi cabeza en el callejón. No podía irme, no aún al menos.


-¿Estaremos?¿Y tú?


Negó con la cabeza.


-Yo he de volver.


-Yo también, Bobby es… Era mi amigo.


-Lo sé. Y yo lo sigo siendo, ¿no? Necesito que cuides de la niña, te pido ese favor.


-¿Y Duna?


-No voy a mezclar en esto a nadie más.


-¿Y nos vamos a esfumar así? Ella se preguntará…


-Pues que se pregunte. Fabio, a veces hay que dejar cosas atrás, en un momento ocurre algo que no tenías previsto y es necesario tomar decisiones. A nadie le gusta, pero al mundo, al… Puto destino o lo que sea, le da igual. No voy a imponerle a nadie que comparta mi suerte.


-Yo la comparto…


-No. Tú te has visto metido en esto, te necesito, en cuanto vuelva con Alma eres libre de hacer lo que quieras. 


-Suena a despido…


Me lanzó una mirada.


-Yo estaré ahí si me necesitas, pero después de esto quizá te vaya mejor solo. Puedes seguir con nosotros, eres ya de la familia, pero no es una imposición.


-¿Hasta ahora lo era?


-Aunque no lo pareciera, sí. Por tu bien. 


Me quedé mirando fíjamente la carretera a través del parabrisas unos instantes.


-Aún así, no puedo irme aún… -me lanzó una mirada levantando una ceja y frunciendo un poco el ceño-. He de ver a alguien.


-Fabio, no siempre puedes despedirte…


-No es eso. Sólo te pido tres días.


Se quedó en silencio un momento. Finalmente suspiró.


-Está bien. Al cuarto día te esperaré cerca de la salida a la autopista sur, no puedo arriesgarme a decirte el camino.


-Gracias. ¿Qué harás después, cuando vuelvas?


-Enterarme de lo que ha pasado y cobrar las deudas que haya que cobrar.


-¿Solo? Rober, era mucha gente. Y tenían una… Una puta bestia, ¿no lo viste?


-Ah… -se frotó un lacrimal con un dedo-. Esa puta bestia era yo.


Me quedé mirándole. Supongo que estaba muy sorprendido, pero en aquellos momentos mis emociones eran un pastiche muy liado y denso.


-¿Qué?


Fue lo único que me salió de la boca.


-Yo no soy un vampiro, soy un licántropo. Es un tema complicado, no puedo ir diciéndolo por ahí, en teoría ni siquiera debería estar cerca de la ciudad, mucho menos vivir en ella. Si he podido llevar esta vida ha sido gracias al alcalde. Ya te lo contaré todo mejor, sé que ahora mismo no comprendes nada.


-Pero aún así…


-Fabio, tengo dos dedos de frente, tranquilo, no me pasará nada.


No insistí, cambié a otro tema importante.


-Y yo… ¿Qué soy?


-¿Tú? Por lo que yo he visto y sé, un vampiro. 


-La sangre morada… Y… -no sabía cómo decir lo que quería decir-. Tú debes tener una fuerza descomunal, incluso para los estándares de un vampiro -asintió-. He hecho cosas… Creo que no son normales. Ni aun siendo lo que se supone que soy.


Llegamos a casa y dejamos el coche en doble fila justo delante del portal.


-Martín te puede dar más respuestas que yo. Espera junto al coche, yo subo a por Alma.


Se metió en el portal y yo me quedé allí. Miré a través de la ventana trasera. Habíamos tapado el cuerpo de Bobby con unas chaquetas, pero solo con ver el bulto se me hizo un nudo en la garganta. Noté que aquel instinto asesino que me había invadido aquella misma noche borboteaba en mi interior y comenzaba a subir de nuevo. Intenté calmarme. Pensé en lo que había pasado y me vino a la cabeza el cabrón de Hugo Ventalbano, sin duda aquello era cosa suya, pero pensar en ello no me ayudaba a reprimir mi instinto. Pensé entonces en Milena y las palabras que sonaron en mi cabeza “en lo alto del hotel Galápagos, dentro de tres noches. Y no vuelvas con tus amigos”… No vuelvas con tus amigos… Ella sabía lo que iba a pasar. No podía haberme hecho aquello… Pero ¿qué estaba diciendo? No la conocía de nada. Y aún así me resistía a culparla, a pensar que hubiese sido cosa suya. Además, Ventalbano la quería matarla, si había sido cosa de él… En aquel momento el sonido de la puerta del portal abriéndose me sacó de mis pensamientos.


-Fabio, te has manchado todo.


Alma, en brazos de Rober, señalaba con su manita hacia mi camiseta. Tenía manchas amoratadas alrededor de los agujeros y cortes que me habían dejado las puñaladas rápidas en el callejón.


-Ah sí, me he caído con una jarra de zumo de mora y mira cómo me he puesto. Soy un desastre, ¿a que sí? -intenté enfatizarlo con una sonrisa.


Surgió efecto y la niña se rió mientras Rober la metía en el coche.


-¿Necesitas que te acerque a algún sitio? -me preguntó Rober.


-No hace falta, me las apañaré…


-No te quedes aquí, y no te acerques al local. Si necesitas ayuda llama a Nando, pero no le digas nada, simplemente que nos hemos ido y no nos verá en una temporada.


-Tranquilo, no me pasará nada, tengo dos dedos de frente. Y Creo que también soy una puta bestia si es necesario -puse media sonrisa por la referencia, él, a pesar de cogerla, siguió serio.


-Mantén perfil bajo, contrólate. Recuerda, en la salida a la autopista sur, el cuarto día, mantente alerta y asegúrate de que no te sigue nadie.


Miré de nuevo dentro de la parte trasera del todoterreno.


-Le enterraré en algún lugar tranquilo y apartado, cerca de donde vive Martín, en pleno monte.


Asentí. Él me dio una palmada en el hombro y rodeó el coche para ponerse al volante. 



Los vi alejarse hasta que giraron una esquina y los perdí de vista. Tres días y tenía que pasar desapercibido. Sabía qué hacer, subí a cambiarme la ropa y cogí algo de comida y agua. Al volver a la calle caí en que podría haber cometido un error fatal, la idea había sido volver a donde todo empezó, un buen lugar para esconderse y pasar desapercibido, el edificio abandonado. Pero recordé que le había hablado de él a Ventalbano. La segunda opción pues era ir con Nando, pero no quería tener que contarle las cosas y mentirle, a Rober podía resultarle sencillo dejarlo todo atrás, pero yo no tenía esa habilidad, o esa experiencia. Acabé vagando hasta encontrar un pequeño túnel bajo un puente justo cuando empezaba a clarear, y allí esperé.




Se me hizo muy largo, no recordaba lo que era esperar aislado y solo. Aunque no dejé de estar algo intranquilo, aquel lugar no era el mejor escondite, pero no ocurrió nada, poca gente pasaba por allí y nadie se paró lo suficiente como para darse cuenta de mi presencia.


El tercer día por la tarde, cuando quedaría una hora hasta el anochecer por fin salí, tras pedir un taxi. Me lo había estado pensando, y tanto riesgo corría yendo andando hasta el hotel Galápagos (que estaba cerca del centro de Levantia, o lo que era lo mismo, muy lejos) como pidiendo un taxi. Además, si quería llegar puntual sin estar expuesto a la luz del día demasiado tiempo, era la única opción.


Cuando llegó, un par de minutos después, estudié concienzudamente con la mirad al conductor. No hubo nada que me hiciera sospechar de que no fuera un tipo normal y corriente haciendo su trabajo, así que me subí.




Una larga media hora después, que había pasado aguantando el fuerte e incómodo hormigueo en la piel que me causaba la luz del sol, le pagué al taxista, bajé y me metí rápidamente en el hotel. Aún era pronto, pero tenía que ingeniármelas para subir sin ser visto.

Aliviado del comezón solar, me senté en un sillón del hall y me hice el loco mirando el móvil. Es increíble lo que la gente presupone que estás esperando a alguien cuando haces esto, casi nunca te molestan, directamente pasas a estar catalogado como atrezzo.


Tras un buen rato aproveché un despiste de la recepcionista (por suerte no era uno de los principales hoteles de la ciudad y había sólo una persona) para colarme hacia donde estaban los ascensores. El resto fue fácil, sólo tuve que encontrar la escalera hacia la azotea. La puerta la forcé haciendo gala de mi recién descubierta fuerza, aunque con cuidado de no hacer demasiado ruido. Tuve éxito, ya que esperé un rato después del “crack” sordo que hizo la puerta y no oí ningunos pasos subiendo hacia allí. Salí a la azotea a esperar, juntando la puerta. Me agazapé tras una esquina por si las moscas.





Había anochecido hacía como tres horas y algo y era casi media noche. No había oído ningún ruido, por eso me sobresalté al oír su voz.


-Que puntual…


Me levanté del suelo y la vi, de pie unos metros más allá de la puerta, en el centro. El pulso se me aceleró, algo que ya ni me sorprendía.


-Llevo un buen rato aquí, sí… -me acerqué, al ver que ella seguía allí plantada-. ¿Qué…?¿Qué quieres?


-Hablar contigo. 


-¿Y no podías haberlo hecho antes? 


-Reproche, lo entiendo…


-Joder, claro que reproche, ¿por qué me hiciste esto? -se apartó un mechón azabache. 


-Porque estabas perdido. Por eso y porque quise, eso ya te lo dije.


Me quedé mirándola, serio.


-No me refiero a… Joder, no me refiero a que te acostaras conmigo.


-¿Acostarme contigo? -se rió- Bonito, te follé hasta dejarte seco, eso es lo que hice. Y nunca mejor dicho…


-¿Cómo puedes reírte? Yo no pedí…

-No te ha ido mal, yo no me quejaría tanto, cualquiera podía haberte convertido, cualquier imbécil, como le pasó a ese amigo tuyo del pub, el rapado. Tú al menos disfrutaste.


Al oírla mencionar a Bobby me acerqué más a ella. Y más. Quería matarla, se me apoderaba esa bestia interna. La cogí por la cintura sin miramientos, pegándola a la mía y la besé. Con ganas, con violencia.


Al separarse nuestras bocas me miró.


-¿Ya estás más tranquilo? Bien -se soltó de mí-. Si vuelves a hacer eso sin que yo te haya dado pie no te dará tiempo ni de arrepentirte -se me había pasado ese arrebato y me quedé sin saber qué decir-. No he venido a eso, y no te confundas, recuerda lo que te dije, lo hice porque me apetecía en aquel momento, nada más.


Asentí.


-Vale, claro, lo entiendo… -mentía como un bellaco, aquello me había dolido-. ¿Entonces, cómo sabías que iba a pasar lo que pasó? Y ¿cómo es que conocías a Bobby?


-¿A quién?


-El chico al que te acabas de referir, mi amigo. Lo mataron aquella noche.


Debió de notar algo en mi mirada. En parte el pensamiento de que ella tuviera algo que ver no me había abandonado, pero esa atracción que senía por ella chocaba fuertemente con la idea.


-Primero dime, ¿de qué hablaste con Hugo Ventalbano cuando te visitó?


-¿Qué?


-No soy una descerebrada de mierda, no voy por ahí convirtiendo a gente por gusto, como la mayoría, te he estado vigilando. Por eso “conozco” a tu amigo. En realidad conocía al inútil que le convirtió, no a él. 


-Entonces, ¿por qué no te has puesto en contacto conmigo antes?


-Porque tengo que ser discreta. Y porque la noche que iba a hacerlo apareció ese mamón engominado con sus gorilas. Los gorilas me dan igual, pero Ventalbano no. ¿Qué le dijiste?


-¿Qué podía decirle? Desapareciste sin más, no sabía nada de ti…


La puerta de la azotea se abrió de golpe, sobresaltándome. Empezaron a entrar hombres armados, conté seis, todos apuntaban a Milena. 


-¡La tenemos!


Milena se giró de nuevo para mirarme. Noté frío en su mirada. Me inspiró una emoción nueva: terror.


De pronto desapareció con una bruma. O más bien… Se convirtió en esa bruma.


-¡Mierda, disparad!


Los proyectiles empezaron a salir de las pistolas con silenciador, pero ya era tarde. La bruma se movió como un rayo, vi aparecer… A Milena, un instante, junto al primero de los hombres, sólo que la forma de su cuerpo había cambiado, era más grande y musculada. En unas décimas de segúndo desgarró el cuello de aquel primer hombre, salpicando de sangre todo a su alrededor y haciendo volar su cabeza. Desapareció justo antes de que varias balas pudieran alcanzarla. Apareció en el otro extremo, cortando una pierna por la ingle al segundo y rasgando hasta el ombligo. Desapareció de nuevo, el tercero fue empotrado contra el suelo y sus intestinos salieron disparados tras las garras de Milena como si de los chorros de una fuense te trataran. Aplastó el tórax del cuarto (literalmente) contra la pared de las escaleras que subían a la azotea. Volvió a desaparecer. Los dos últimos se pusieron espalda contra espalda, con los brazos en alto, apuntando a la espera de que apareciese de nuevo. El brazo con el que sujetaba el arma de uno de ellos cayó cercenado al suelo justo tras aparecer de nuevo ella, el otro se giró, sólo para ser atravesado en el pecho por las garras de Milena, quien luego abrió los brazos, prácticamente partiendo por la mitad al tipo. Al del brazo cercenado le aplastó la cabeza contra el suelo lanzándose sobre él. 


Todo esto debía haber ocurrido en cuestión de segundos.


Entonces Milena se puso de pie y se giró hacia mí. Antes de que pudiera exhalar el aire de mis pulmones de nuevo, sentí una fuerte arremetida y salí disparado hacia atrás, como si me hubieran disparado con un cañón de aire enorme. Cuando me detuve estaba colgando más allá del borde de la azotea, notando una fuerte presión en el cuello, ejercida por las grandes manos (más bien garras) de Milena. Renía los ojos en llamas, o eso parecía por el color que habían adquirido, sólo conservaba en negro de sus iris en el centro, una pequeña pupila. 


-Has traído cazadores… -su voz era diferente, gutural.


Sus enormes colmillos (mucho más robustos y pronunciados que los de cualquier vampiro que yo hubiese visto (incluido yo mismo), se acercaron peligrosamente a mi cara. Ella había creído que yo había conducido hasta allí a aquellos tipos. Podía sentir lo que estaba a punto de suceder, no podía hablar para negarlo su acusación debido a la presión en mi garganta. Ella parecía convencida. 


Observé los cuerpos, miembros arrancados, vísceras y sangre que cubrían la azotea tras ella. Noté una fuerte presión en el cuello. Con suerte mi cuerpo se estrellaría en la calle al caer en un sitio y mi cabeza en otro. Con menos suerte caería separado en más pedazos. Pero la presión se aflojó. Simplemente me soltó, y empecé a caer. 


Sí, definitivamente, si alguien quisiera que cundiese el pánico a nivel mundial, tan sólo tendrían que haber escuchado mi historia. En fin, el mundo seguirá igual, sin tener ni idea de lo que podría estar cociéndose en sus callejones, por la noche, o en edificios abandonados. En cualquier lugar apartado,  o no tanto. Incluso en las altas esferas que regían su sociedad.


Al menos, mi papel en esta historia aterradora acabará en cuanto mi espalda impacte contra el suelo… 

lunes, 30 de marzo de 2020

Levantia, capítulo 11

11



Noté a Rober algo raro desde que salimos del local. Incluso para lo que cabía esperar después de lo que había pasado. Lo primero que hizo fue ir a acostar a la pequeña Alma al irse Lorena, quien se había convertido en la nueva niñera de la niña en el último mes.

Yo me senté en el comedor con Bobby. Me palpé la coronilla y al ver esto él vino a inspeccionarme.

-Tío… Casi te ha cicatrizado del todo.

-¿No es normal?

Se me quedó mirando, algo perplejo.

-Bueno, con heridas más superficiales sí, pero tenías una brecha del quince ahí…

Rober salió de la habitación donde acababa de darle las buenas noches a Alma y se sentó en una silla de la mesa. Bobby le hizo saber lo del estado de mi herida, pero a diferencia de a él, a Rober no pareció sorprenderle, simplemente asintió. Me miró detenidamente un momento antes de abrir la boca para hablar.

-No creo que debas asustarte, intentaré hablar cuanto antes con el alcalde, pero no creo que Hugo se arriesgue a volver a hacer algo así por el momento. Aún así creo que es mejor que no salgas solo por el momento. 

-Busca a Milena… La… La mujer que me convirtió -añadí al darme cuenta de que no sabía a quién me refería.

-Sí, es un procedimiento habitual, tirar del convertido para encontrar al criminal. Lo extraordinario es que lo haya él personalmente. Esa Milena es importante…

-No tengo ni idea, ahí no tengo necesidad de mentir, sólo sé su apariencia y su nombre, nada más.

-Nunca suelen dar muchos detalles, saben que es peligroso -volvió a quedarse en silencio.

-¿Y la sangre? -preguntó Bobby. A mí mismo se me había olvidado el tema.

-Es la confirmación de su importancia -no dejaba de mirarme-. Tienes que ver a Martín.

-¿A Martín? -recordé al inquietante amigo de la familia, con sus ojos cristalinos saltones, con esa chispa de ido de la olla en su mirada y esa sonrisa extraña que solía poner en ocasiones.
-Sí. Pero no puedes ir solo, claro. Y ahora mismo no me gusta la idea de dejar a Bobby y Nando solos en el local. Intentaré hablar con el alcalde mañana si es posible, en cuanto se aclare un poco el tema y sepa que no van a haber más visitas inesperadas iremos a ver a Martín. 

-¿No tienes ninguna idea sobre ello? Ese color no es ni medio normal -insistió Bobby. Rober le lanzó una mirada seria-. Sí, mejor dormir y mañana… Mañana será otro día.

Bobby se levantó y se fue a nuestro dormitorio. A su vez Rober se acercó a mí y me apartó el pelo de la coronilla con una mano.

-No va a hacer falta nada más, ha cicatrizado.

-Pero esto es normal, ¿no? Bueno, normal para nosotros.

Vaciló un momento antes de contestar.

-No tanto. Pero me sorprendería mucho más si tu sangre no fuera de otro color.

-¿Qué quiere decir eso? El color de la sangre.

-Pronto lo sabremos. Ahora ve y descansa, tranquilo, no te sangra ya.




Pasaron unos días, afortunadamente no hubo ninguna sorpresa desagradable. Rober consiguió hablar con el alcalde. Debía de conocer bien a ese hombre, porque después de esa conversación me aseguró que no debía volver a preocuparme del tal Hugo Ventalbano. Yo no las tenía todas conmigo, pero cuando Rober se proponía transmitir seguridad y tranquilidad lo lograba. 

Una tarde estaba haciendo un poco de ejercicio antes de irnos a abrir El Hueco y Bobby se me acercó con una sonrisita enigmática.

-Adivina quién va a cenar y ver una peli en el cine con dos preciosas universitarias.

Me levanté del suelo.

-¿Has quedado con ellas?

Me miró levantando una ceja.

-Hemos. 

Me quedé mirando a Bobby un momento.

-No sé tío, creo que no debería alejarme mucho de aquí ahora…

-¡No me jodas…! Rober ha dicho que está todo bien, ese capullo engominado no volverá a tocarte las narices, se pasó de la raya y seguro que el alcalde le dio un buen rapapolvo en cuanto se enteró… Además, la propia Gisela me dijo que Cami tenía ganas de verte… -otra vez sonrisilla forzada.

-Tú hablas mucho con Gisela…

-Joder macho… He quedado con ella varias veces ya, empanado.

-¿Qué?

-Vosotros salís a correr y esas cosas, yo también tengo mi propia vida, no me quedo en casa siempre.

-¿Pero cuándo has ido a…?

-No, no he ido, más bien ha venido ella.

Por alguna razón no me gustó oír aquello. No lo reconocí en aquel instante, pero en el fondo no quería que nadie de mi anterior vida llegase a saber dónde me encontraba en esos momentos.

-¿Le has dicho que vivimos en esta zona? Y, ¿la has hecho venir sola? Se te va la cabeza…

-No, joder… Bueno, sí que sabe que vivimos aquí, pero fui a recibirla a la parada de metro.

-Da igual, se te va… Casi ni conoces a la chavala.

-Gisela. Y sí la conozco. O la estoy conociendo bastante. Y me gusta, joder…

Le miré. Lo decía en serio, hasta percibí un ligero rubor. De repente se me pasó un poco el cabreo inicial y empecé a reír un poco.

-Madre mía… Si me hubieras dicho que eras tan enamoradizo hace tiempo me hubiera reído en tu cara. De hecho, creo que lo estoy haciendo.

-¿Por qué siempre os formáis ideas de mí así tan alegremente?¿Qué pasa, es que tengo pintas de marginado o algo?¿De gangster?

-Pero si la conoces de hace nada, tío…

-Habló el que perdió inmediatamente el culo por una chica que un día se sentó en su mesa de la cafetería porque no había más sitios libres…

Dio en el hueso el muy cabroncete.

-No tendría que haberte contado la historia…

-Punto para mí. Entonces el martes pagas tú nuestra cena y las entradas, ¿no?
-Ni de coña.

Soltó un resoplido de indignación.

-Vale… Las entradas sólo, entonces.

-Serás rata… Las entradas y punto, si quieres chucherías o refresco te lo pagas tú.

-Ése es mi bro…




Como ya he dicho, tenía intención de cumplir lo que le dije a Cami al despedirnos la vez que nos las encontramos en aquella cafetería, y tenía ganas de que llegase el martes, me apetecía despejarme, salir de la rutina de una manera agradable y no recibiendo una brecha en la cabeza de un millonario imbécil con los humos subidos.





La noche anterior a la que se teníamos que ir a salir un rato con las chicas, a Bobby se le veía muy enchufado en la barra, cualquiera hubiera dicho que era un barman profesional. En algún momento me quedé mirándole. Esa chica, Gisela, debía gustarle mucho, reconocí esa euforia interior en cómo se comportaba. Por otro lado sentí cierta amargura, sabía que era un mero trance, que por más mágico que pareciese, nada dura eternamente. Al sorprenderme pensando así me di cuenta de que quizá había dejado que las circunstancias y el pasado me sobrepasaran. Al fin y al cabo, quién era yo para creer saber la verdad absoluta en cuanto a relaciones amorosas…

Fue un instante, tan sólo un flash. Como tantas otras veces, una melena negra como una noche sin luna, lisa; una chaqueta de cuero roja… No, esta vez no me iba a dejar llevar por mi subconsciente, melenas oscuras y ropa roja, había visto muchas ya y resultaron ser otras personas. Pero el instante fue decisivo.

Giró la cabeza y miró hacia la barra. Al encontrarse su mirada con la mía sentí como si el corazón se me hubiese vuelto loco y quisiera salir de mí por la garganta, como un tigre cabreado enjaulado. Esos ojos oscuros, eran inconfundibles ya de por sí, pero vi claramente el resto de su rostro pálido, era Milena. Volvió la cabeza de nuevo y desapareció entre un grupo de gente. No me lo pensé, salí de la barra tras ella. La busqué rápidamente dentro del local, pero no la vi. Con el corazón latiendo como si estuviera tratando de desactivar una bomba con la cuenta atrás presionándome, salí a la calle.

Miré hacia un sentido, nada. Miré hacia el otro, a mi derecha, y me pareció ver cómo giraba una esquina. Corrí hacia allí. Al girar la esquina yo mismo, vi su figura a lo lejos, dobló de nuevo.

Tras varias carreras más por unas cuantas calles, llegué a un callejón sin salida. Ni rastro de ella. Durante un momento el corazón siguió a lo suyo, excitado por la perspectiva de encontrarme con ella. En unos segundos comencé a darme cuenta de que no iba a ser así, si hubiera querido que la encontrara se hubiera parado hacía rato a que la alcanzase. Entonces oí un susurro, pero fue extraño, fue como oírlo en unos auriculares inexistentes, con un leve zumbido tras mis orejas. Reconocí su voz, dijo “en lo alto del hotel Galápagos, dentro de tres noches. Y no vuelvas con tus amigos”.

Un ruido a mi espalda me sacó de mis pensamientos.

-Este al menos nos lo ha puesto a huevo…

Me giré y vi a dos individuos entrando en el callejón. Un tercero venía tras ellos.

-Vale, matadlo ya y volvamos allí, por si acaso, no me fío de ese tío y mi primo siempre ha sido un fanfarrón de mierda.

Sin decir nada más se abalanzaron sobre mi. Noté los impactos y los desgarros, pero no sentí dolor en ese momento, sólo mi instinto, que comprendía que aquellos tipos querían matarme ahí mismo, tomando las riendas. 

Agarré de la muñeca la segunda puñalada de uno de ellos y le quité el cuchillo. Esquivé el puño del otro agachándome y le clavé el cuchillo en el costado, luego en el muslo, y finalmente de nuevo en el estómago. Al caer él, perdí el arma, que se quedó clavada en su abdomen. El otro me agarró por la espalda, oprimiéndome el cuello con los brazos. Intenté dar un cabezazo hacia atrás, con la coronilla, hacia su cara, pero no podía mover tanto la cabeza. El tercero se acercó, se agachó a coger el cuchillo que el que estaba en el suelo agonizando aún tenía clavado en la barriga y luego se plantó delante de mí. Entré en pánico, o eso creí mucho tiempo, y lo que ocurrió a continuación fue lo siguiente: eché las manos hacia atrás por encima de mi cabeza para agarrar al que me tenía atrapado. Sentí su cabeza en mis manos, su cuello. Apreté. Levanté los brazos como si tuviese una maza cogida y fuese a golpear algo, solo que la maza era un hombre, cogido por el cuello, que levanté por encima de mí como si fuese un trapo, con el que golpeé al que tenía delante dispuesto a abrirme en canal. Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos, mi instinto lo hizo, automáticamente.

El que había apuñalado tres veces ya había muerto, el que me agarró yacía en el suelo con el cuello roto en un ángulo imposible y macabro. 

-¡Vale tío! ¡No lo hagas!

Me paré delante del supuesto cabecilla, que suplicaba, tirado en el suelo.

-No me hagas daño, me iré y no volverás a verme, te lo juro… -me miraba con los ojos como platos.

Me abalancé y le arranqué medio cuello con la boca. Otro pedazo más después. Otro después… Hasta que aquel instinto retrocedió y fui totalmente consciente de la situación de nuevo. Su cabeza ya sólo estaba unida al cuerpo por la columna vertebral, a vistas y recubierta de sangre y pellizcos de carne aquí y allá.

Me levanté, en shock. Aunque sabía que no era la primera vez que pasaba, tener la certeza de que lo hice (como con aquél atracador aquella primera noche solo por callejones similares) me generó muchísima ansiedad. Eso no era normal, yo era un monstruo, y no una persona diferente, como me había hecho creer Rober. 
Al acordarme de él, inmediatamente salí corriendo de vuelta a El Hueco. Aquellos tipos habían dicho… 

Cuando doblé la esquina que ya daba a la calle donde estaba el local esperaba encontrarme una batalla campal, pero incluso en aquél momento, lo que vi supero las expectativas y me dejó impactado como nunca antes. 

Habían un montón de cadáveres, y en un punto de la calle, un puñado de hombres rodeaban a… Una bestia enorme. Un oso quizás. No, no era un animal normal y corriente, por mucho que un oso en medio de una ciudad resultase extraño. No tenía la forma de un oso…

Estaba aterrorizado, pero eché a correr hacia el local para ayudar a mis amigos.

Esquivando cuerpos entré.

-¡Rober!¡Bobby! -llamé a gritos, corrí hacia el almacén, pero tropecé y caí a mitad de camino.

-Fabio…

Me incorporé. Me rompí. Por dentro, algo se desmoronaba. Había tropezado con Bobby, que estaba tirado en el suelo cubierto de sangre.

-¡Bobby! -me acerqué a él e intenté levantarlo. Soltó un grito y vi que tenía dos tacos de billar rotos, clavados en el torso- No… ¿Qué ha pasado? Bobby… Rober… ¿dónde…?

No sabía ni qué decir, en aquellos momentos estaba totalmente perdido entre el shock por lo que yo había hecho, lo que había pasado allí, lo que había visto en la calle y Bobby.

-Rober… -intentaba señalar hacia la puerta.

-¿Está fuera?¿Y Nando? ¡Joder! ¿Qué te han hecho…? Hijos de la gran puta…

Aquel “instinto” estaba volviendo, pero yo no podía dejar a Bobby.

-Fabio… -apenas podía hablar, y sólo repetía nuestros nombres.

Yo le miraba, miraba los palos que surgían de su pecho, no sabía qué hacer, si intentaba quitárselos podría empeorar la situación, pero si no hacía nada…

-Joder, Bobby… Vale, tranquilo, respira, respira… Estoy aquí, si vuelven los destrozaré, te lo aseguro, les arrancaré las tripas… Aguanta…

-Quiero… Ir con mis padres y Gisela… Y Vicente… Y se la presentaré a todos… 

No podía seguir oyéndole así, estaba delirando.

-No hables hermano, respira y cálmate… Bobby… ¿Bobby?

-Fabio… Seremos una familia, les caerás bien a mis colegas, eres un… Sí…

El jaleo proveniente de la calle cesó con unos últimos golpes, como estallidos. Recosté a Bobby con cuidado.

-Tranquilo, descansa aquí, te aseguro que no va a pasarte nada más.

Miré a la puerta y me preparé para hacer frente a quien o a lo que entrase por ella. Oí el contacto de unas manos con la puerta y esta comenzó a abrirse. El pecho me latió con violencia y salté hacia ella.

Me agarró con fuerza.

-¡Cálmate Fabio, soy yo, soy Rober! -forcejeé- ¡Tranquilo!

Volví en mí. Rober me agarraba intentando reducirme.

-¡Perdón! Lo siento… 

-Tranquilo, se han ido. ¿Dónde está Bobby?

Me giré hacia donde había dejado a Bobby. Rober fue hacia él lo más rápido que pudo. Estaba visiblemente agotado y tenía algunas heridas aquí y allá. Su ropa estaba desgarrada.

Cuando llegamos junto a él ya era tarde. De cuantas experiencias que hubiese vivido, ninguna se podía comparar con aquel momento. De repente cualquier cosa careció de importancia. Bobby había llegado a ser en unos meses más que cualquier otra persona en mi vida que no fuese Nuria. Y estaba tumbado en el suelo, con los ojos abiertos pero sin vida. No dije nada. Rober tampoco. Nando entro entonces y soltó el alarido más enloquecido que yo hubiese escuchado jamás. Rober intentó calmarlo sin conseguirlo. Ni si quiera él podría consolarnos con sus palabras aquella noche, como siempre conseguía en casi cualquier situación.