domingo, 21 de abril de 2019

La curiosidad: una reflexión.

Espero no confundiros con el título, sé que hay un pequeño relato en entradas anteriores que se titula “la curiosidad”, pero de hecho, guarda relación con aquello de lo que voy a hablar en esta entrada. La curiosidad. Pensadlo bien, ¿hay algo más humano que sentir curiosidad? Desde que nacemos somos un pozo sin fondo de curiosidad, necesitamos saber, explorar, certeza, descubrir todo aquello que el mundo tiene que ofrecernos… De pequeñitos nada atenúa esa infinita curiosidad, está virgen, inmaculada, nos hace soñar como solo somos capaces durante esos años de nuestra existencia. ¿Para qué estudiar empresariales (que no se me ofendan los de jurídicas y económicas, es solo un ejemplo) cuando podemos ser astronautas y viajar por las estrellas viviendo incontables aventuras y descubriendo millones de cosas nuevas?

Con el tiempo esa curiosidad innata en el ser humano va quedando sepultada por una sociedad que cada vez nos deshumaniza más y más. Pero en el fondo sigue ahí, lo sentimos, tenemos esa sonrisilla desafiante interior, todos nosotros, sabemos lo que somos en realidad, nunca lo hemos olvidado, pero la mayoría no damos el paso de desenjaular a ese majestuoso y poderoso animal que es la curiosidad que teníamos cuando jugábamos en el recreo con los amigos, o en el parque, calle, el pasillo de casa… Antes teníamos el combustible, pero no el vehículo. Ahora que por fin lo tenemos, por alguna razón nos cuesta horrores rebuscar en el enorme trastero en el que almacenamos todas nuestras experiencias vitales para llegar a aquel rincón donde, vacío el enorme almacén aún, dejamos almacenados y olvidados los bidones de curiosidad que estaban destinados a hacernos alcanzar las estrellas. Hasta que un buen día…

Nos arremangamos, si hace mucho calor nos quitamos la camiseta y alcanzamos una botella de agua fresca y nos ponemos a sacar todos esos trastos, a ordenarlos para poder tener siempre a mano lo necesario en cada momento, pero sobre todo, sabemos que lo hacemos por una razón: queremos despegar. Hemos comprendido que nada merece ser tomado más en serio de lo necesario y lo único que realmente importa es aquello que ya sabíamos cuando nuestro pasatiempo favorito era chuparnos los pulgares. Sentimos la llamada de nuestra naturaleza primigenia, somos aventureros, exploradores, queremos conocer, saber, experimentar, vivir… La felicidad es seguir con todo eso, no es un fin y nunca lo fue. Cuando perseguimos un fin, la muerte llega al conseguirlo. La curiosidad nunca muere, no puede, es tan inabarcable como el propio universo. Hemos de vivir conforme a nuestra naturaleza humana y esa no es otra que el puro deseo de más experiencias. Nunca es el último día, jamás nos daremos cuenta de ello y es lo maravilloso de esa incertidumbre de no saber qué viene después, y ansiamos saberlo. La curiosidad nos mueve, obra milagros y nos encanta.


La humanidad ha llegado hasta donde está hoy a base de su necesidad intrínseca por saber qué es lo siguiente, qué hay más allá, qué podríamos lograr después. No podemos dejar que nuestra naturaleza se atrofie, porque creo que sin esa chispa nada vale realmente la pena y eso sería el fin. Hay que dejar salir esa sonrisa de pura confianza, porque lo único que necesitamos es a nosotros mismos, dispuestos a enfundarnos el traje de astronauta con el que soñábamos de críos y a llevar a cabo todas esas proezas y vivir las aventuras que sin duda las acompañarán. Y cuando acabemos de conocer esta galaxia, saltar a la siguiente y así por siempre.

No sé si seréis muy de ciencia ficción como yo, pero creo que el ejemplo que he puesto se entiende, y se extrapola a todo. Pensad en nuestras vidas como en el universo, de nosotros depende ver cada rincón, disfrutar de lugares y experiencias increíbles, sentir y ver cosas que jamás hubiéramos creído posibles, y no me refiero únicamente a atacar naves en llamas más allá de Orión, ver rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäusser… Pero si no nos permitimos esa tarde de principios de verano limpiando y ordenando nuestro almacén mientras las cigarras ponen banda sonora en medio de ese erial, todos esos momentos que podríamos llegar a vivir se perderán, sí, como lágrimas en la lluvia. Porque el combustible quedará en la pared del fondo, abandonado, y jamás será usado.


A veces hace falta tiempo para llegar a ese punto, otras una experiencia lo suficientemente intensa como para romperlo todo y dejarnos en medio de ese secarral, sin nada mejor que hacer que ponernos a sacar los bidones de combustible, porque total, ¿qué otra cosa mejor podríamos hacer?.

Sea como sea, hay que recuperar esa curiosidad y llevarla siempre con nosotros. Lo que podemos perder palidece cuando lo ponemos a la sombra de todo lo que podemos ganar.

Y todo por “simple” curiosidad.

lunes, 15 de abril de 2019

La estupidez

Un pequeño detalle de la estupidez que creo que reina últimamente en la sociedad (mayormente en las redes sociales) es la necesidad de muchos por destacar del resto señalando que ellos no hacen lo que hace un grupo considerable de gente. Han pervertido la imagen romántica del rebelde sin causa, que hacía lo que le daba la gana porque sí, y llamaba la atención precisamente por eso, y no porque lo fuese anunciando hasta en el BOE.

Según ellos, parece que lo “mainstream” es un pecado que hay que evitar a toda costa. Esto es un poco irónico, porque tan de díscolos que van, parecen una suerte de neopuritanos, diciendo a los demás qué deben o no deben consumir, haciendo gala de su “buen hacer” como si quisieran dar ejemplo del camino a seguir para llegar al cielo de los influencers o algo así e intentando que la gran masa hereje se mire los pies, con expresión acomplejada y arrepentida.

No se dan cuenta, supongo, de la de gente que también es tan especial como ellos y hace exactamente lo mismo: presumir de que no hacen algo. Porque seamos sinceros, la gente que disfruta de algo lo comenta con otros que también lo disfrutan, hay entusiasmo, están alegres, presumen de que han hecho algo que les ha encantado, sea ver el nuevo capítulo de su serie favorita, una nueva película, escuchado un nuevo disco, leído un nuevo libro, jugado un nuevo videojuego… Y disfrutan más aún si cabe empapándose de esa ilusión colectiva, comentando con otra gente que también lo ha disfrutado, debatiendo, riendo, haciéndose ganas los unos a los otros de o próximo. En cambio, estos neorebeldes sin causa presumen de… Bueno, de nada. Perdón, sí presumen de algo, de ego, pero a parte de eso nada más. ¿Cuánta positividad genera eso?¿Cuántas horas de compartir con otra gente opiniones y entusiasmo?¿Cuánta felicidad? No digo que genere tristeza, solo que no genera nada. ¿Realmente es algo de lo que presumir?

El concepto de Grinch se ha extendido más allá del monstruito que odia la navidad. Ahora lo inunda todo. Tiene gracia también que llamen tanto a la diversidad y al mismo tiempo no respeten los gustos ajenos. ¿No te gusta la semana santa? Bueno, a mí tampoco es que me pirre, pero no voy a hacer un club de incomprendidos contigo para llamar la atención sobre ello e intentar aguar la fiesta a los que sí disfrutan. ¿No has visto ni verás Juego de Tronos? Perfecto, también yo tengo cosas que no he hecho ni haré porque me aburren soberanamente, quizá alguna de ellas sea tu pasatiempo favorito, ¿quieres que intente hacerte sentir inferior por ello? Por mí encantado, oye, no me cuesta nada.

Considero que J.K. Rowling (Joanne es un nombre precioso, por cierto, menos mal que ya vamos entendiendo que ni literatura fantástica, de ciencia ficción o incluso videojuegos son feudo exclusivo de los hombres y ellas no tienen por qué usar más iniciales o seudónimos para ocultar que son mujeres), ha hecho muchísimo por la literatura. Ahora vendría el pureta rebelde sin causa a intentar ridiculizar mi opinión y decirme que a los niños se les debería inculcar el hábito de la lectura dándoles de golpes en la cabeza con El Quijote o cualquier otro clásico (no tengo nada en contra del Quijote, ojo, pero quizá la mayoría de niños no puedan disfrutar ni de un renglón de él). Por otro lado y siguiendo en el tema de la literatura, soy de los que considera que los libros siempre o por norma general, son mejores que las adaptaciones cinematográficas o televisivas, pero eso no me da derecho a dar la turra intentando quedar de ser superior con la gente que únicamente ha disfrutado de las adaptaciones. De hecho, como me encantan las historias, acaban gustándome también las películas o las series.

Y hablando de películas, un detalle más personal que si no menciono reviento… Me parece lógico y normal que la historia se tenga que enseñar con material cien por cien verídico y de manos o voz de especialistas en ella. Un documental sobre algún periodo o detalle histórico ha de tomarse en serio y no dar lugar a la especulación ni las fábulas. Una película, en cambio, es arte y luego entretenimiento. Gladiator es historia del cine no un documental sobre la antigua Roma, y si intentáis desacreditarla con el argumento de que es históricamente imprecisa, hacéroslo mirar un poquito. Que guste más o menos a cada persona ya es otro asunto, pero en serio, no queráis quedar de súper inteligentes e historiadores top intentando ridiculizar una película y a la gente que la adora. Si realmente sois historiadores tenéis mejores cosas que hacer, ¿verdad?. Por otro lado, no imagino la cantidad de gente a la que esa misma película le habrá despertado interés por el Imperio Romano y su historia, habrán investigado por su cuenta y habiendo averiguado lo imprecisa que es históricamente, sigan amándola por lo que es y por el mundo que les descubrió.

En el mundillo de los videojuegos se nota muchísimo también a esa gente con ganas de llamar la atención amargando al personal. Entendidos que se creen algo importante por decirte que ese juego que tanto esperas es una bazofia, incluso antes de que nadie haya podido probarlo.

Otro ejemplo, ¿me gusta la música clásica?, pues sí, el Canon de Pachelbel siempre me toca la fibra, La primavera de Vivaldi me alegra el corazón y el Claro de luna de Beethoven me estremece. Venga, lúcete, sácalo, quédate a gusto, dilo.

-Iz qui iziz pizis sin miy cinicidis, ni ti dibi di gistir michi li misis clisici…

Anda, vete a pastar un poco…

Y así con todo. Por favor, aceptadme un consejo, disfrutad de la vida, de todo aquello que os gusta. Si no tenéis nada que os entusiasme buscad, hay de todo, algo acabará divirtiéndoos seguro. Pero dejad de ser unos vinagres con los demás, por favor…

viernes, 12 de abril de 2019

El hundimiento

(Nota: los días de la semana que aparecen tienen nombres inventados, son afrodis/viernes, croner/sábado y selenis/lunes.)



“-…con esta canción llegamos a las cinco de esta soleada tarde de primavera. Y ahora, la sección que estáis ansiosos por oír cada afrodis, la voz más sensual del estado, ella es… ¡Vienna Lantris!
-(Risas) ¡Buenas tardes a todos! Art, por más adulador que te pongas me sigo acordando de lo que me hiciste la semana pasada. La venganza será terrible y lo sabes.

- Entonces qué tal si digo: ¡la voz mas sensual del mundo!

-Mmm… Te acercas más a la realidad. (risas) Pero no importa, te la tengo jurada, que lo sepas.

-(Risas) Tenía que intentarlo. Bueno, ¿qué nos traes este afrodis caluroso…?”


Milo se quitó los auriculares de las orejas y abrió la puerta. Kant se le echó encima, babeándole las piernas.

-Eh bicho, ¿qué haces, eh?¿Qué haces tú? -acarició juguetonamente al perro-. Estoy sudado Kant, no me lamas hombre.

-Kaaant, ven aquí -la voz de su madre llegó desde el interior.

-¿Mamá?¿Estás en casa? -Milo fue a la cocina, donde su madre se afanaba en batir una especie de pasta beige mientras miraba la pequeña pantalla de televisión de la cocina-. ¿Qué haces?, ¿no has ido a la sesión de hoy?

-Hijo mío, cuando me haga falta que alguien me trate como a una colegiala descarriada ya te tengo a ti para ello -dijo mientras batía, miró a su hijo y sonrió-. Estoy bien Milo, de verdad, ya no me hace falta esa estúpida terapia de rehabilitación.

-Mamá… Tu pierna aún…

-¡Oh! Está bien… Mañana iré.

-Mañana es croner…

Se acercó a darle un beso a su madre, quien sonreía con picardía.

-El selenis vas. Sin excusas.

-Bueno, ¿y cómo lo sabrás si estás rumbo a esa dichosa expedición?

-Lo sabré…

Se quitó la camiseta sudada y fue a darse una ducha. Una buena ducha, primero agua caliente, después fría. «Lo mejor de ir a correr» pensó mientras los cientos de finos chorros de agua caliente arrastraban consigo el sudor. Al acabar cogió el desodorante y se echó un poco. Luego se afeitó rápidamente. Sus ojos azules verdosos, algo oscuros, recorrían cada rincón de su cara en el espejo. Al acabar se echó un poco de crema hidratante y se arregló el pelo castaño claro. En su dormitorio se puso una camiseta blanca y unos vaqueros.

-Mamá, me voy otra vez, he quedado con Renn y Jano para tomar algo en el paseo -miró el reloj, las cinco y cuarenta y dos-. Me voy pitando que no llego.

-No corras demasiado…

-Si acabo de venir de correr… -le regaló una sonrisa traviesa a su madre y un beso, luego alcanzó el bol de la entrada y cogió las llaves de su coche-. Hasta ahora.


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“-Error en la matriz de probabilidad, reinicializando.”

-¡Oh, venga! Maldita máquina del carajo…

-Parece que se le resiste, señor Gilas.

Dio un respingo al oír la voz autoritaria y se giró en el asiento. Vio al doctor Anders Darin, que se había colocado silenciosamente justo detrás de él, con su media melena plateada repeinada con ahínco hacia atrás y aquellos ojos azules oscuro que miraban fijamente la pantalla holográfica, como si vieran mil cosas mas allá, cosas que Clay no veía.

-Vuélvalo a intentar.

Tras decir esto, el doctor volvió a su despacho, al fondo de la sala. Clay miró hacia el resto de escritorios, algunos de sus compañeros observaron cómo se alejaba Darin y luego se miraron entre ellos. Clay adivinó lo que esas miradas significaban porque él lo compartía.

«Maldita sea…, si al menos me dijeran qué demonios quieren exactamente que haga…».

Miró la hora. Se colocó bien las gafas y luego pulsó el botón del micro, comenzando de nuevo  a decir las palabras y datos que había repetido ya tantas veces que se habían convertido en una especie de letanía.

-Clay Gilas; diecinueve y treinta minutos del veintidós del quinto de mil setecientos cincuenta y uno; sexagésimo-cuarto intento….


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-… y seguro que la lías en la tercera jugada macho, como siempre.

- Venga Renn, te ríes de Jano por arriesgar pronto en el partido y tú siempre la fastidias por esperar demasiado a la jugada más segura -acusó Milo a su amigo con una sonrisa, alargando el dedo índice de la mano con la que sujetaba su vaso mientras se lo llevaba a la boca.

En la terraza donde estaban sentados corría una leve brisa, casi primaveral, que traía el olor de las olas, las cuales iban perdiendo intensidad a medida que se internaban en la arena de la playa.

- Bueno, a lo mejor tienes un poco de razón en eso, no lo niego, supongo que soy demasiado prudente. Pero a la larga funciona, créeme. Hay que controlar el juego -Renn apuró su bebida helada, mientras con el otro brazo hacía un gesto con la palma de la mano hacia arriba, enfatizando la última frase.

Milo sonrió e imitó a su amigo vaciando su propio vaso de un largo trago, luego lo posó de nuevo en la mesa.

-Pues a mi me funciona la táctica de tomar la iniciativa, así que… -se giró hacia el camarero, que pasaba justo por detrás suyo- Perdona, ¿nos pones tres mas en cuanto puedas, por favor?.

El camarero asintió y se alejó hacia el interior del local con la bandeja bajo el brazo.

-Y hablando de arriesgar… -Jano le guiñó un ojo a Renn y ambos miraron a Milo-. Has dicho que te vas el domingo por la noche en el barco… Eso significa que tienes poco más de cuarenta y ocho horas.

-¿Para qué?

Renn soltó una carcajada. Jano sonrió.

-¿Cómo que para qué?¿me estás tomando el pelo? -Renn negaba disimuladamente con la cabeza mientras seguía riendo-. Vienna, ¿para qué si no?

El camarero llegó en ese momento con las bebidas. Milo cogió la suya y dio un largo sorbo mientras el camarero retiraba los vasos vacíos y se alejaba de nuevo. Jano seguía mirándole, Renn miraba la playa.

-Sabéis que es un tema complicado… -se excusó, tras volver a apoyar el vaso en la mesa.

-Y una mierda… -Jano bebió un trago del suyo-. Tienes miedo. Admítelo, estás temblando por lo que dirá ella cuando se entere de que te vas y ni siquiera la has avisado, ¡otra vez!, ni un triste mensaje.

Renn sonreía mientras seguía mirando la playa y bebía.

-Es complicado Jano. Ya sabes cómo le gustan las cosas complicadas…

Milo miró a Renn, que solía ponerse siempre de su parte, frunciendo el ceño.

-Bueno vale, dadme un respiro tíos… Hace más de un mes que no hablamos.

-¿Y a qué esperabas?

Milo volvió la vista hacia la playa. El vaivén e las olas y su espuma parecía ponerse de parte de sus amigos también.

-A que vinierais vosotros a meter presión… - sonrió.

Jano se apoyó y relajó en el respaldo de la silla.

-Cuando te pones en plan zalamero me desarmas.

Rieron y hablaron un rato mas, mientras la tarde iba muriendo y dejando paso al ocaso.



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-¡Corred!¡Vamos, vamos, moveos! - vio como, a su orden, el primer pelotón salió por su flanco derecho y por el camino se separó en dos mitades para rodear la fortaleza y tomar posiciones al este y norte.

-Teniente, han llegado…

A sus doce tomaron posiciones defensivas diez soldados del segundo pelotón. «Mierda, ¿y el resto?».

-Hemos sufrido bajas por el camino, señor…

El Teniente Evenor inspiró profundamente y tomó una decisión arriesgada.

-Tú y tú -señaló a los dos soldados más cercanos a él-, conmigo. Los demás, mantened la presión desde aquí, no dejéis de disparar ¿entendido?

-¡A la orden Teniente! -respondieron a coro los ocho marines que se quedaban parapetados.

-Bien -miró a los dos que había elegido. En sus maltrechos uniformes aún se distinguía la etiqueta con sus nombres y rango; soldado Deniel y cabo Boiers-. ¿Listos? -ambos asintieron-. Muy bien… Esperad… -se preparó para salir corriendo en la dirección contraria a la que había tomado el primer pelotón-. ¡Ahora!¡Seguidme!

Los disparos hacían temblar el aire y hervir la sangre. Los tres hombres corrieron como alma que lleva el diablo.

-¡Pegaos a mí! ¡No os separéis!

Los proyectiles enemigos silbaban a su alrededor. Evenor extendió el brazo derecho e intentó mantener una pantalla protectora que frenara los proyectiles hasta que llegaran a la espesura. El cansancio hacía que ya le costara demasiado, y hubo un momento en los últimos diez metros en el que no pudo seguir manteniéndola y corrieron sin protección alguna. Por suerte ningún disparo les alcanzó.


Lejos ya de la línea de fuego enemiga, se dirigieron a la parte norte de la fortaleza, camuflados entre los árboles que rodeaban la falda de la colina en la que se alzaba el fuerte enemigo.

Oyeron disparos en la dirección hacia la que corrían.

-¡Doblad el paso marines! -Evenor corría a todo lo que le daban las piernas. Sus dos hombres no se quedaban atrás.


Divisaron la entrada norte. La mitad del primer pelotón que había tomado aquella posición estaba bajo fuego intenso.

-Vale, esto es lo que vamos a hacer. Deniel, tú corre hacia donde están nuestros hombres, aprovecha el bosque y que no te vea el enemigo. Diles que avancen en cuanto el cabo Boiers y yo empecemos a disparar -el soldado Deniel miró hacia donde resistía a duras penas el primer pelotón-. ¡Escúchame bien soldado Deniel! Te quedarás con ellos, tenéis que avanzar, subir esa pendiente y tomar posiciones para entrar ya directos a tomar la fortaleza en cuanto nos reunamos allí. Corred en cuanto oigáis nuestros disparos, ¿entendido? -Evenor miraba fijamente a su hombre-. En cuanto alcancéis aquel muro del flanco derecho del enemigo comenzad con el fuego de cobertura, si no Boiers y yo nos podemos dar por muertos, ¿entendido?

-¡Si Teniente!

-Muy bien. ¡Corre!

Deniel se internó entre la maleza y los árboles. Evenor lo vio alejarse. Contó hasta ciento veinte.

-De acuerdo… ¡Cabo Boiers, apunte!

Boiers, eligió su objetivo. Evenor se acordó de las granadas que habían malgastado el día anterior y en lo bien que les vendrían ahora. Se concentró al máximo para levantar una pantalla cinética de nuevo. Las arterias del cuello y las de las sienes y frente se le hincharon, y apuntó también con su arma para disparar. Esperó y…

-¡Fuego!


Deniel llegó a las posiciones defensivas (si es que se les podía llamar así) de la parte norte. Tras recuperar el aliento un segundo le explicó al sargento Revs las ordenes del teniente.

Al oír los disparos provenientes del borde de la espesura en el oeste, corrieron colina arriba.


El teniente Evenor y el cabo Boiers llegaron hasta el muro en el que se habían parapetado el resto, ya arriba de la colina, donde sólo les separaba de la entrada norte a la fortaleza un tramo de unos quince metros de distancia.

-Informe de bajas sargento.

-Stein, Jor, Grice y Allers no lo han conseguido, señor.

«¡Maldita sea, joder!» Evenor reprimió el impulso de darse de puñetazos en la cabeza, mantuvo la sangre fría.

-Entendido sargento. Prepárense para entrar.

-A la orden teniente.



Traspasada la primera línea defensiva no les costó mucho tiempo tomar la fortaleza. Pero sí la vida del soldado Deniel y de tres marines más de los que entraron junto a Evenor por el norte.

-Teniente -el soldado de primera Maro, a cargo del segundo pelotón, se cuadró-.

-Informe soldado.

-Cinco bajas…

«¡Joder, joder!».

-Entendido, descanse soldado.

Peinaron la fortaleza. Por fin encontraron aquello que habían ido a buscar. Aquello que había costado la vida de tantos buenos hombres.

-”… amente! ¿Entendido?” -sonó una voz familiar desde una radio.

- ¡Teniente! Mensaje urgente del comandante Casten. ¡Está llamando a todos los efectivos, hay que reagruparse en el punto Alfa inmediatamente!

Un escalofrío recorrió la espalda del teniente Evenor de arriba abajo.

-¡Muy bien, ya habéis oído, coged lo que podáis cargar de munición y provisiones y en marcha!



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-” …error en la matriz de probabilidad. Reinicializando...”

-¡No, no, no! -Clay Gilas golpeaba la mesa con saña-. ¡Mierda de cacharro, su p…!

-Por favor, tranquilícese señor Gilas, o me veré obligada a pedirle que se vaya y se relaje.

La doctora Waynes observaba al equipo. Los demás no parecían tener mas suerte que él, pero Clay llevaba cincuenta intentos más que ellos, y hacía varios que comenzaba a acusar la falta de sueño y el cansancio.

Se giró hacia ella.

-Quiero hablar con el doctor Darin.

-El doctor Darin está ocupado en este…

-¡Quiero hablar con Darin!

-Señor Gilas… -la doctora calló de repente y se echó la mano al oído, en donde llevaba puesto un intercomunicador-. Muy bien -asintió-. Señor Gilas, el doctor Darin le espera en su oficina.


La puerta se abrió.

-Pase, señor Gilas.

Aquélla habitación era enorme y estaba llena de pantallas holográficas. En el centro había un escritorio circular, y dentro de él el doctor Anders Darin, girando con la butaca en función de la zona de pantallas que requiriese su atención.

La puerta se cerró tras Clay.

Darin se levantó lentamente, también parecía acusar signos de cansancio. Salió del interior de la mesa circundante.

-¿Quiere hablar conmigo señor Gilas? -a pesar del cansancio, Darin seguía teniendo esa mirada, y esa postura inflexibles que tanto intimidaban.

Clay iba a responder de mala manera. Estaba hasta los mismísimos de comportarse de la manera habitual cuando ni siquiera le habían explicado el por qué estaba allí. Pero al cruzar la mirada con la de Darin, se contuvo. Hubo algo, que lo contuvo.

-Doctor, no consigo… -escogió mejor las palabras-, si no sé qué es exactamente lo que quieren que haga, no me veo capaz… -volvió a pensar en otra forma de decirlo-, nadie del equipo va a poder…

-Clay, nos pusimos en contacto con usted porque de acuerdo con los informes que teníamos daba la talla para lo que queremos llevar a cabo aquí. Si necesita descansar, lo comprendo. Vaya a la sala de descanso, tómese un tranquilizante…

-¡No es cosa del cansancio! ¿Cómo quiere que consiga nada si no sé que es lo que busco?

-Vamos a liberar a Cronos.

Aquellas palabras lo sacudieron como si le cayera encima un tanque de agua helada.

-¿Qué…? Pero… -de repente el corazón le iba a cien, notaba la sangre de sus venas golpeando violentamente en sus oídos, en sus sienes. Darin le clavaba la mirada, le perforaba con ella mientras en su frente palpitaba una vena-. Usted…, usted no es…

Darin caminó hacia él, colocándose a su espalda.

-Tranquilícese Gilas…

Clay oyó un chasquido y nada más. Se desplomó hacia delante, con un agujero de proyectil sangrante en la nuca.


El doctor se frotó la sien, guardó su arma en un bolsillo del interior de su chaqueta y luego se llevó la mano al oído.

-Equipo de limpieza.

No dijo nada más. Volvió a su asiento, como si nada hubiera pasado.




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-¿Milo? -oír aquella voz diciendo su nombre de nuevo fue como un soplo de brisa veraniega, cargado de sal marina. Incluso a través del altavoz del teléfono.

-Vienna, ¿qué tal te va?

«Mierda…, no se me podía haber ocurrido otra frase» pensó, mirando hacia el cielo estrellado.

-Bien…, bueno, no se si te habrás enterado…

-¿El mundo de Uve? -Milo sonrió- Es mi sección favorita de la radio, la escucho todos los viernes, me pilla justo cuando voy a correr.

Milo la oyó reírse por lo bajo.

-Me alegra mucho que te guste…, ¿y tú cómo estás?

-Bien, he terminado la preparación para… -se echó la mano libre a la cabeza y se revolvió el pelo-. Bueno… Quería hablar contigo.

-Soy toda oídos.

-No, quiero decir que quería verte y hablar.

-Ah. Pues cuando quieras…

-¿Tienes algo que hacer mañana?

-¿Mañana? -Milo aguantó la respiración, sentía los latidos del corazón-. Vale, mañana por la tarde no tengo nada que hacer -calló un momento-. Bueno, quería ir al centro comercial, a comprarle un regalo a mi padre, es su cumpleaños el martes… Si quieres nos vemos allí en cuanto acabe. ¿Te viene bien sobre las seis?

-Perfecto. A las seis entonces.

-Pues nos vemos allí…

Hubo un silencio.

-¡Si!, pues nada, mañana te veo Vi.

-Vale… -rió-. Hacía tiempo que no me llamabas así. Bueno, buenas noches…

-Buenas noches…



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-¡En marcha! -Evenor se echó el macuto a la espalda-. En un par de horas hemos de llegar al punto Alfa.

Habían corrido durante toda la noche, con varios parones de apenas unos minutos para estirar los músculos y beber. Las primeras luces del amanecer se filtraban ya entre el manto de ramas y hojas que los cubría desde hacía varias horas. Conocían el camino de cuando habían partido a tomar la fortaleza tres. Ahora sólo había que deshacerlo.


Como había predicho el teniente, en un par de horas divisaron a la patrulla norte.


Al llegar al campamento, Evenor fue directamente a informar al comandante.

-¡Señor! -se cuadró al entrar en la tienda.

-Teniente Evenor. Dígame que lo ha encontrado.

Evenor preferiría saber primero cuántas bajas habían tenido. Pero no se lo podía reprochar al comandante. La misión era lo más importante.

-Sí, señor -le tendió aquel extraño óvalo al comandante, que pareció deshincharse por momentos.

-Gracias a Dios… -cogió el pequeño objeto-. Buen trabajo teniente. ¿Bajas?

- Dieciséis marines, señor -le tendió el manojo de chapas de identificación. El comandante envejeció por un instante. Las cogió y se las guardó en la pechera.

-Entendido. Puede descansar teniente.

-¿Señor?

-Hable.

-Los demás equipos…

-El capitán Wellon ha muerto, junto a todo su equipo. Pero uno de sus hombres consiguió traernos el artefacto. Está muy mal herido -Evenor notó un nudo en la garganta-. El equipo de la teniente Vaeron ha vuelto hace un par de horas -el nudo en la garganta aumentó de presión-. La teniente Vaeron está en enfermería, pero nada grave.

-Gracias comandante.

Evenor saludó de nuevo, y salió de la tienda del comandante, mientras el nudo de su garganta se deshacía.



-Teniente, ¿está herido? -preguntó el médico de campaña al verle llegar a una de las tiendas que servían de enfermería.

-No, sólo vengo a ver a la teniente Vaeron, el comandante me ha dicho que la estaban atendiendo…

-Ah, si, la teniente Vaeron está en la tienda número cuatro, por ahí.


Había bastantes tiendas dedicadas a atender a los heridos, aun así no eran suficientes.

El alto mando no calculó bien el número y la preparación del enemigo. La gran cantidad de tiendas repletas entre las que caminaba ahora Evenor eran la prueba de ello. Aún así resistían, y la probabilidad de cumplir la misión aún era muy alta, aunque no se iba a cumplir tan limpiamente como se esperaba en un principio.

Tienda número cuatro. Allí era. Al entrar le sacudió el olor a sangre, ése olor a óxido tan distinguible y desagradable, atenuado un poco por el olor a yodo, alcohol, látex y a todo tipo de material de enfermería.

Allí estaba Aria. Sentada en una silla mientras un enfermero acababa de darle unos puntos en el pómulo izquierdo. Ella le vio entrar por el rabillo del ojo.

Evenor saludó, llevándose la mano derecha a la frente. Aria tenía el brazo derecho en cabestrillo, y a su izquierda al enfermero que le cosía la herida, así que se limitó a guiñar el ojo derecho como pudo.
Evenor sonrió.


-Me alegro de verte de una pieza -le dijo Aria con su voz rasgada al salir de allí.

-Y yo a ti, bueno… es un decir -bromeó mirándole el cabestrillo y la cara.

-Ja, ja… Qué gracioso eres Eve… -le hizo una peineta, irguiendo todo lo que pudo el dedo corazón-. ¿Y tu equipo?

Evenor se puso serio.

-Dieciséis bajas.

-Joder… Lo siento. Nosotros hemos perdido a siete…

Fueron a las tiendas de avituallamiento. Comieron algo juntos.

-¿Te ha dicho el comandante por qué nos hace regresar tan rápido? He oído que también han vuelto las patrullas de exploración.

-No, no me ha dicho nada. Pero me ha ordenado que mis hombres estén preparados. Creo que quiere atacar.

-¿Han encontrado el lugar?

-Eso parece…



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-¿Sabemos con exactitud qué es lo que sucederá una vez lo logremos?

El doctor Anders Darin bebió un sorbo de té. Se lo tomó con calma antes de contestar a aquella pregunta.

-No, no lo sabemos -miró la cara del hombre que aparecía en su pantalla personal-.

-Esto puede que se nos esté yendo de las manos… -el hombre, de mediana edad, se llevó la mano derecha a los ojos y se los frotó con fuerza.

-Cierto pero, ¿a caso no es ésa la naturaleza del progreso? -a Darin le destellaban los ojos-. Una especie no avanza si no fuerza el avance, y siempre ocurre del mismo modo. Nunca se tiene el control total en cuanto al progreso. Se fuerza, ocurre y nunca se sabe realmente cómo.

El hombre de la pantalla lo miraba. Las profundas ojeras y el tono rosado de sus córneas evidenciaban las pocas horas de descanso, y la baja calidad de éste debido al estrés y la presión de los últimos días.

-Uranos, sabes tan bien como yo que este paso es totalmente necesario, no hay alternativa.

El hombre en la pantalla cerró los ojos un instante, inspiró profundamente.

-Tienes razón… -volvió a mirar a los ojos a Darin, esta vez con algo más de determinación- Continuad.
El doctor Darin asintió. El rostro de Uranos desapareció de la pantalla, finalizando la llamada.



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Había bastante gente en el centro comercial, como solía pasar las tardes como aquella. Milo aparcó lo más cerca que pudo de la entrada. Antes de llegar al gran arco de la puerta principal ya la había divisado. Estaba de pié junto a una columna. En su mano izquierda sujetaba una pequeña bolsa negra de papel y un pequeño bolso beige, con su otra mano sujetaba su teléfono.

Estaba preciosa. Como siempre.

-Hola… -Milo sonrió. Se acercó a darle un par de besos.

-¡Eh, hola! -parecía haberla pillado por sorpresa. Le correspondió, guardando el teléfono en su bolso.
-¿Qué tal? -Milo estaba aún un poco aturdido del primer impacto.

-Bien… Acabo de salir a esperarte. Menos mal que he venido pronto, si llego a entrar un poco después me tienen haciendo cola en la caja una hora…

Se miraron, directamente a los ojos, por primera vez en bastante tiempo.

-¿Entramos?

Se dirigieron a la puerta de una cafetería. Milo le cedió el paso. Tomaron asiento y una camarera les atendió.

-Bueno, eres mucho mejor hija que yo -Milo rió-, siempre se me echa encima el tiempo con el cumpleaños de mi madre…

Vienna esbozó una preciosa sonrisa.

-No se si tu madre estaría de acuerdo. De hecho, diría que Miira agradecería que de vez en cuando fueras un poco menos protector con ella.

Milo negó con la cabeza, riéndose.

-Siempre dos contra uno… Sois unas ventajistas.

-¿Y qué tal está?

-Bien. Bueno, ahora con la rehabilitación. Te puedes imaginar…
-Sí, me la imagino… -Vienna sonrió, y sus ojos avellana brillaron tiernamente-. ¿Y tú?

Milo suspiró, lo más disimuladamente que pudo, para aliviar un poco la tensión ante la pregunta.

-Bien... Liado últimamente…

Siempre ocurría igual. Si alguna vez discutían y estaban algún tiempo sin tener noticias el uno del otro, al volver a verse parecía como si no hubiera pasado nada. No era por esto por lo que Milo había tardado tanto en volver a contactar con ella. Lo que él temía era el momento de decirle que se marchaba y que estaría fuera varios meses. Así que intentó desviar la conversación casi inconscientemente.

-Bueno, ¿y tu con tu nuevo programa qué?

Milo juraría que Vienna se había sonrojado.

-¿Te gusta?

-¡Claro! No te mentía ayer cuando te dije que lo escucho siempre.

-Gracias…-sonrió- La verdad es que al principio estaba un poco nerviosa…

-Pues lo haces de lujo, además tienes una voz perfecta… Siempre te lo he dicho.

Estuvieron hablando de todo un poco. Al acabar los cafés salieron del centro comercial. Milo miró el reloj. Las seis y cuarenta y siete.

-¿Te apetece dar un paseo por la playa?

-Claro, estoy libre como un pajarillo hasta el lunes -Vienna puso esa sonrisita de niña pequeña ilusionada con un helado que a Milo tanto le gustaba ver.

Le dio un pequeño vuelco el corazón, tenía que decírselo.


Llegaron al paseo junto a la playa en diez minutos. Vienna guardó la bolsa en la que llevaba el regalo de su padre en el maletero del coche.

Comenzaron a andar.

El olor a sal, la brisa marina, las gaviotas graznando, muy por encima de ellos y a lo lejos. Había gente que iba y venía, unos haciendo ejercicio, otros paseando al perro… Incluso había un grupo de niños y niñas haciendo volar cometas de vivos colores.

Siguieron charlando. Temas banales. Riendo.

Cuando estaban bastante lejos ya de donde habían dejado el coche, a Vienna se le ocurrió quitarse las bailarinas y meterse en la arena. Milo la siguió.

Llegaron a la orilla, y el agua, fresca y agradable les lamió los pies.

-Que bien… -ella cerró los ojos un momento, y respiró hondo.

Milo se lo pensó un instante. Finalmente habló.

-Vi… -ella abrió los ojos y le miró- Lo siento por…

-No te disculpes -le besó.

Aquello hizo que lo que Milo tenía que decir se le atravesara aún más en la garganta. Pero era una sensación tan agradable… Había estado recordándola todas las noches antes de dormir.
Al volver a separarse sus labios, por fin se atrevió a decírselo.
-Vi… tengo que contarte algo y… -Milo miró hacia el mar-, es difícil.

Vienna dejó de sonreír.

-¿Pasa algo?

-¡No!, en realidad es… -ella le miraba fijamente- Vi, me voy. Unos meses, probablemente tres o cuatro…, o seis, más o menos…

Hubo un momento en el que ella volvió la vista hacia las nubes blancas del horizonte marino. No dijo nada. Milo podía sentir la presión en el pecho. Al momento, Vienna volvió a mirarle, sonriendo.

-¿Es algo relacionado con aquello de lo que me hablaste?

- Sí. Escucha, no sabes lo mal que me sabe no habértelo dicho antes…

-No pasa nada.

La presión en el pecho y el cuello se aflojó un poco, pero no mucho.

-¿Te parece bien? -Milo la miraba muy sorprendido.

La última vez que él hizo algo que supuso una ausencia prolongada y sin avisarle fue como represalia a otra ocasión en la que ella había hecho lo mismo, con sus buenas razones, pero él se comportó como un niño y metió la pata. Y esa fue la razón por la que no habían hablado desde hacía un tiempo.

-Milo, sé lo importante que es para ti, ¿por qué iba a parecerme mal?

-Entonces siento haber pensado así…

-Me hubiera gustado saberlo antes que nadie… pero supongo que las cosas estaban así…

-Me voy esta noche.

-¿Qué? -levantó un poco más de lo normal la voz-. ¿Tan pronto?

-Soy un gilipollas por no habértelo dicho antes…

-Pues si, no te voy a quitar la razón en eso… -dijo ella, cruzándose de brazos.

Milo miraba el mar, que se cubría ya de destellos dorados a medida que moría la tarde. Hubo un silencio muy prolongado.

-Eh, no pasa nada, es que… -Vienna se apartó unos mechones marrones que la brisa le acababa de esparcir por la cara-. Creía que podríamos pasar un tiempo juntos antes de que te fueras. Llevo más de un mes sin verte ni saber nada de ti…

-Bueno, hasta las doce de la noche no salgo y ya lo tengo todo preparado, así que… No hay prisa.

Ella apoyó su frente en el pecho de él y este la abrazó.




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Algunos soldados jugaban a las cartas en la tienda de enfrente. Aria no había querido que le inyectaran analgésicos para el dolor, porque los analgésicos embotaban los sentidos, y algo le decía que le iban a hacer falta bien despiertos en las próximas horas.

«Con los años, cualquier buen soldado desarrolla un sexto sentido para estas cosas», recordó que le dijo su superior, el capitán Tremblin, justo antes de que el enemigo les atacara por sorpresa años atrás, allá en el lejano norte.

-¿No puedes dormir? -había oído a Evenor acercarse con suficiente antelación, lo cual era buena señal, sus sentidos estaban a punto- ¿No te hacen efecto los potingues del matasanos?

-No me ha metido nada -miraba la partida de cartas, distraída-. Los analgésicos te atontan.

-También ayudan a soportar el dolor y a relajarte para descansar.

Aria le miró a la cara.

-Y a no poder generar una pantalla protectora que te salvaría la vida por falta de concentración.

Evenor se sentó a su lado. Abrió su cantimplora y dio un trago. Después se la ofreció a Aria.

-No podría si me hubieran atiborrado de medicamentos…

-Tus ganas locas -Evenor puso una sonrisa irónica-, es agua.

-Vaya… -Igualmente bebió. Por alguna razón tenía la garganta seca.

-Deberías descansar, es muy probable que mañana sea un día muy ajetreado para todos…

Aria se volvió a llevar la cantimplora a la boca. No llegó a beber.

-¡Arriba todo el mundo!

El comandante Casten gritaba órdenes a todo pulmón hacia todas partes.

-¡A formar!

Evenor le hizo un gesto a Aria a modo de despedida y salió corriendo hacia la tienda en la que estaba su unidad.


Tras unos minutos, todo el mundo estaba formado delante de la tienda del comandante. Éste comenzó a dar las instrucciones.

-El enemigo viene hacia aquí. Es la hora. La unidad del teniente Evenor se dirigirá a la orilla del río al este del punto Omega. Su función será dar fuego de apoyo a mi unidad mientras avanzamos hacia Omega.

-¡A la orden! -Evenor se cuadró e inmediatamente se fue al frente de sus hombres. Al pasar cerca de donde estaban Aria y los suyos le guiñó un ojo.

-¡Teniente Vaeron! -Aria se cuadró, llevándose el brazo izquierdo en lugar del derecho a la frente-. Usted y sus hombres se dirigirán a las colinas al norte del punto Omega, sigilosamente y sin levantar la cabeza. En caso de necesitar apoyo se les avisará mediante una bengala.

-¡Señor! -Aria volvió a saludar y se giró hacia su pelotón-. Ya habéis oído, ¡paso ligero!

No le gustaba la idea de quedarse en la retaguardia esperando por si hacía falta para algo, pero sabía que tampoco era normal que mandaran a un soldado con un solo brazo a punto para combatir. Y además, era una marine, y el comandante Casten era un líder como pocos, obedecería sus órdenes aunque no estuviera del todo de acuerdo con ellas.



Llegaron a las colinas relativamente rápido. El brazo derecho le dolía una barbaridad, y el pómulo hinchado aún le quemaba. Además se había dado un golpe tremendo en la cadera.
Aún con todo ello, se alegraba de haberle prohibido al doctor que le dieran analgésicos.

Esperaron allí.

Al cabo, comenzó a oírse el inconfundible tronar de los fusiles de asalto.




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- …Milo Vaeron. Muy bien, señor, aquí tiene su identificación.

Milo subió al barco. Hacía tan solo un día, creía que aquel momento iba a resultarle amargo en gran parte. Ahora le resultaba amargo igual, pero de una manera totalmente distinta. Hacía apenas un par de horas había estado enredado entre la melena morena de Vienna. No sabía si haber podido estar con ella de nuevo aliviaba el trago de tener que irse o lo hacía más amargo.

Subió a la cubierta superior. Los demás pasajeros estaban terminando de embarcar. Aprovechó el momento para mirar hacia las luces de la ciudad. Y las de las colinas, donde su madre y su perro estarían durmiendo ya, probablemente.

Miró de nuevo hacia la ciudad. Vienna estaría durmiendo también, probablemente.

-Volveré pronto…







Vienna salió de la ducha. Se puso su pijama. Al verlo sonrió acordándose de la gracia que le hacía a Milo, con esos dibujos de cachorritos astronautas tan monos.

Se sirvió un vaso de zumo de moras frío y miró el reloj; las doce menos diez. Salió a la terraza.

Miró hacia el puerto.

-Te estaré esperando…



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-Anders Darin… -el doctor vaciló un momento-. Veinticuatro del quinto de mil setecientos cincuenta y uno, una y seis minutos. Cronos libre. Comienzo de fase final.




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-¡Cubridme! -Evenor no era capaz de levantar otra pantalla protectora, debería confiar en sus piernas y en el fuego de cobertura de sus hombres para llegar hasta Casten y ponerlo a salvo.

Salió corriendo como un rayo hacia donde yacía el comandante.

Todo se había ido al cuerno. Y lo peor de todo era que no sabían como.

Al dirigirse el grueso de las tropas lideradas por el comandante hacia el búnker del punto Omega, una lluvia de lo que parecían rayos comenzó a matarlos a pares. Evenor se quedó atónito al presenciarlo.
Se repuso justo a tiempo para tomar la decisión de ir a sacar al comandante de aquel infierno. Sin él estaban perdidos. El comandante era el único que conocía con certeza los parámetros de la misión.



Notó un intenso dolor en el hombro derecho. Los ojos se le humedecieron, pero siguió corriendo. Otro pinchazo de dolor, ésta vez en la mejilla. Los fogonazos que habían masacrado a los hombres del comandante habían cesado, pero el fuego enemigo caía ahora sobre ellos como un aguacero.

-¡Comandante! -Evenor se agachó, el comandante escupía sangre-. Señor, ¡hemos de salir de aquí!

Casten le estiró del brazo para llamarle la atención y Evenor apretó las mandíbulas de dolor.

-… ento… ¡Redirada…! -escupió otra bocanada de sangre-. ¡Coja los disfosidivos…! ¡Prodéjanlos…! ¡Prodéjan…¡ -tosió más sangre.

-¡Comandante! -Evenor lo sacudió- ¡Comandante!

Era inútil, ya tenía la mirada perdida, y no tenía pulso.

Evenor buscó histérico entre los bolsillos del uniforme del comandante. Los encontró.

Un grupo de enemigos se acercaba. No había posibilidad de escapar. Decidió adentrarse en el búnker, lo había decidido… Esperó un segundo, sin saber por qué.

-¡Teniente!

Aquella voz…

Aria sujetaba su fusil con el brazo izquierdo. Los enemigos retrocedieron. Venía acompañada por otro soldado.

-¡Aria! -Evenor la alcanzó- ¡Escúchame! -le dio los tres ovoides, los dispositivos- Tienes que coger estos chismes y volver, protégelos a toda costa…

-¡No pienso retirarme Evenor! ¡Esos malditos cabrones han matado a toda nuestra unidad!

-¡No hay tiempo! ¡Es una orden del comandante! ¡Cógelos y vuelve a casa!

Aria vaciló.

-¡AHORA TENIENTE!

Cogió los dispositivos, miró el cuerpo inerte del comandante, miró una última vez a Evenor. Saludó y salió corriendo de allí como un caballo desbocado. El otro soldado la siguió.



Corrieron sin parar durante lo que a ella le parecieron horas. Habían dejado atrás el punto Alfa, su campamento principal durante las últimas semanas. El objetivo era llegar al lugar de desembarco, En el puesto de vigilancia podrían avisar de lo sucedido, y el Alto Mando enviaría los refuerzos necesarios en apenas un par de días.





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Habían zarpado hacía casi tres horas. La noche, hacía unos momentos estrellada, se había vuelto oscura. El mar, que había estado tranquilo desde que salieron del puerto, acababa de tomar vida con una violencia sorprendente.

El cielo se había llenado de resplandores de relámpagos. Aunque tan sólo se oía el entrechocar de las olas y el viento. No se había oído ningún trueno aún.

-¡Señor, baje inmediatamente a la cubierta inferior! No es seguro estar aquí arriba.

Milo miró a aquel hombre. Realmente parecía asustado.

-Puedo echarles una mano si necesitan a más gente, tengo la licencia de…

De repente todo se oscureció.

Un instante después una cegadora explosión de luz lo inundó todo.

Y se oyó un trueno. Un trueno como jamás se había oídu otro.

Milo perdió la percepción del espacio que lo rodeaba. El barco ya no estaba donde hace un momento, bajo sus pies. Sintió el frío intenso del agua al caer.

En sus últimos momentos de vida, Milo Vaeron forcejeó contra la fuerza de miles de toneladas cúbicas que lo llevaban caóticamente hacia la oscura profundidad, y en el último instante vio unos ojos color avellana, y una sonrisa.





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-Impacto previsto para las dos horas y cincuenta y tres minutos. ¡Tenemos ocho minutos!

-¿¡Qué está pasando!?

-Señor, hay que evacuar la instalación. Venga conmigo al submarino, rápido.

Anders Darin obedeció al guardia de seguridad. Sin duda algo había ido mal. Fatal.



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Evenor vio alejarse a Aria. Entonces se volvió, y corrió hacia el Búnker.

Tenía el brazo y la cara totalmente ensangrentados. Los disparos habían cesado un momento, pero ahora cortaban el aire de nuevo, con fiereza.

Consiguió llegar al búnker a duras penas. Bajó por la entrada abierta por los hombres del comandante momentos atrás. Encontró un pozo. Unas escaleras bajaban incrustadas en su pared y se perdían en la oscuridad. Bajó por ellas, agarrándose bien de los laterales y poniendo con cuidado un pie tras el otro.
Cuando por fin tocó suelo firme, activó la linterna de su fusil.

Se encontraba en un pasillo, al final del cual había un portón metálico entreabierto, por el cual se colaba una tenue luz azulada. Las paredes del pasillo estaban repletas de símbolos extraños y luminiscentes.

Apagó la linterna y se dirigió sigilosamente hacia la puerta, hacia el resplandor que surgía de detrás de ella.

Echó un vistazo. La sala era enorme. La luz provenía de una gran pantalla, como de tres metros de alto, y casi igual de ancha. Echó un último vistazo, para asegurarse de que no hubiera nadie más allí, pero era imposible abarcar con la vista desde ahí cada rincón de la sala. Finalmente, se decidió y entró, con el arma en alto, preparado para disparar al mínimo movimiento.

-Ah, otro de vosotros.

Evenor levantó de repente el fusil y apuntó hacia la zona de donde provenía la voz. Se acercó cautelosamente a la fuente de la luz azulada, se dio cuenta de que no era una pantalla, como él había imaginado. Más bien era un enorme paredón, un bloque perfectamente tallado de algún tipo de mineral, similar al mármol, con vetas plateadas aquí y allá. Pero brillaba, como la gran pantalla que su mente había creído ver.

-Soy Cronos.

El teniente miró hacia arriba, en la superficie plana de la gran losa la luz que emitía pareció titilar, como la llama de una vela acariciada por el viento.

-¿Estás en este bunker?

-Si.

-Escucha, sal adonde pueda verte porque de todas formas, estés dende estés, vamos a averiguarlo, vamos a cogerte, y vas a pagar por todo lo que has hecho puto maníaco terrorista…

-No podéis encontrarme, aunque yo a vosotros si.

-¿De que coño hablas?

-Estoy en todo lugar al mismo tiempo, no podéis encontrarme. Pero yo a vosotros si. Soy Cronos, he trascendido la vida mortal, ya no estoy, pero sigo estando.

-¿Qué cojones estas diciendo?

-Tu civilización está siendo eliminada en este momento. Erais un peligro para mi, por eso programaron esto, en caso de que os acercarais demasiado a la verdad.

-Eres una especie de… ¿Inteligencia Artificial…?

-No. Me llamo Cronos y no soy de éste mundo.

-¿Quién te creó?

-No escuchas.

-¡Contéstame maldita máquina! -apuntó con el fusil hacia la parte superior de la losa.

-Ese es vuestro problema. Creéis que sois el centro del universo, que no se creó más vida que a vosotros, que sois los únicos responsables, los únicos a los que merece la pena salvar… Y en el proceso os destruís vosotros mismos. No soy una máquina.

-Entonces, ¿qué cojones eres?¿Y qué quieres decir con destruirnos a nosotros mismos?

-Soy Cronos. Y ya no puedes hacer nada para evitar lo que va a ocurrir, esa bala ya ha salido del cañón. Tu mundo, Atlantis, desaparecerá, engullido por las aguas y la tierra. Es el arma de un sólo uso que intentábais encontrar. Ya ha sido usada. No han podido liberarme a tiempo para impedirlo.

Evenor frunció el ceño, confuso.

-¿Qué diantres estás diciendo…?

-Ya se ha hecho, no se puede remediar.

-Nunca digas nunca… -Evenor giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta.

La puerta se cerró con un ruido metálico.

-¿Pero que…?

-Evenor. El primero. El último. Quédate conmigo y quizá algún día encuentres las respuestas.


Y salió disparado hacia la luz.

















Aria dobló la velocidad en cuanto recuperó el temple. Aquella explosión en el horizonte la dejó momentáneamente inconsciente, aunque no estaba muy segura. Había visto cosas. O mejor dicho, había tenido pesadillas.

Un mal presentimiento la invadió.

El soldado Krein la seguía a duras penas. Había perdido mucha sangre.

Al día siguiente, Krein cayó. Aria intentó reanimarlo, pero fue imposible. Lo dejó allí, tenía prisa.

Antes del amanecer, se puso en marcha. La playa del desembarco estaba justo tras esas montañas. Si se daba prisa podía llegar allí a media mañana.


Cuando llegó arriba de las colinas, miró hacia el lugar del desembarco. Miró a lo largo de toda la línea de costa. No podía ser, allí no había ninguna nave anclada. Corrió montaña abajo, hacia la playa y el puesto de vigilancia.


Pasó las barricadas, hechas con sacos de arena. Allí no parecía haber nadie.

-¿Hola? -miró a su alrededor. El brazo le dolía horrores- ¿Hay alguien? ¿Sargento Rickens?¿Bobby?

Fue hacia la playa. Ni rastro de ninguna embarcación. Ningún resto. Quizá… Y si no fueron pesadillas…

Miró hacia el mar. Un vacío enorme la invadió. Entonces lo comprendió.

Se echó la mano al bolsillo donde guardaba los tres dispositivos que le dio Evenor.

Las olas levantaban lastimeros llantos al llegar a la orilla. Aria volvió la espalda al mar. Revisó su fusil, comprobó que le quedaba muy poca munición, y allí no quedaba nada para reabastecerse. Siempre le quedaba el machete.

Miró hacia las montañas, por donde había venido. «Puede que haya supervivientes». Comenzó a andar.

No miró atrás. Nunca más. Tenía una misión que cumplir.