domingo, 21 de abril de 2019

La curiosidad: una reflexión.

Espero no confundiros con el título, sé que hay un pequeño relato en entradas anteriores que se titula “la curiosidad”, pero de hecho, guarda relación con aquello de lo que voy a hablar en esta entrada. La curiosidad. Pensadlo bien, ¿hay algo más humano que sentir curiosidad? Desde que nacemos somos un pozo sin fondo de curiosidad, necesitamos saber, explorar, certeza, descubrir todo aquello que el mundo tiene que ofrecernos… De pequeñitos nada atenúa esa infinita curiosidad, está virgen, inmaculada, nos hace soñar como solo somos capaces durante esos años de nuestra existencia. ¿Para qué estudiar empresariales (que no se me ofendan los de jurídicas y económicas, es solo un ejemplo) cuando podemos ser astronautas y viajar por las estrellas viviendo incontables aventuras y descubriendo millones de cosas nuevas?

Con el tiempo esa curiosidad innata en el ser humano va quedando sepultada por una sociedad que cada vez nos deshumaniza más y más. Pero en el fondo sigue ahí, lo sentimos, tenemos esa sonrisilla desafiante interior, todos nosotros, sabemos lo que somos en realidad, nunca lo hemos olvidado, pero la mayoría no damos el paso de desenjaular a ese majestuoso y poderoso animal que es la curiosidad que teníamos cuando jugábamos en el recreo con los amigos, o en el parque, calle, el pasillo de casa… Antes teníamos el combustible, pero no el vehículo. Ahora que por fin lo tenemos, por alguna razón nos cuesta horrores rebuscar en el enorme trastero en el que almacenamos todas nuestras experiencias vitales para llegar a aquel rincón donde, vacío el enorme almacén aún, dejamos almacenados y olvidados los bidones de curiosidad que estaban destinados a hacernos alcanzar las estrellas. Hasta que un buen día…

Nos arremangamos, si hace mucho calor nos quitamos la camiseta y alcanzamos una botella de agua fresca y nos ponemos a sacar todos esos trastos, a ordenarlos para poder tener siempre a mano lo necesario en cada momento, pero sobre todo, sabemos que lo hacemos por una razón: queremos despegar. Hemos comprendido que nada merece ser tomado más en serio de lo necesario y lo único que realmente importa es aquello que ya sabíamos cuando nuestro pasatiempo favorito era chuparnos los pulgares. Sentimos la llamada de nuestra naturaleza primigenia, somos aventureros, exploradores, queremos conocer, saber, experimentar, vivir… La felicidad es seguir con todo eso, no es un fin y nunca lo fue. Cuando perseguimos un fin, la muerte llega al conseguirlo. La curiosidad nunca muere, no puede, es tan inabarcable como el propio universo. Hemos de vivir conforme a nuestra naturaleza humana y esa no es otra que el puro deseo de más experiencias. Nunca es el último día, jamás nos daremos cuenta de ello y es lo maravilloso de esa incertidumbre de no saber qué viene después, y ansiamos saberlo. La curiosidad nos mueve, obra milagros y nos encanta.


La humanidad ha llegado hasta donde está hoy a base de su necesidad intrínseca por saber qué es lo siguiente, qué hay más allá, qué podríamos lograr después. No podemos dejar que nuestra naturaleza se atrofie, porque creo que sin esa chispa nada vale realmente la pena y eso sería el fin. Hay que dejar salir esa sonrisa de pura confianza, porque lo único que necesitamos es a nosotros mismos, dispuestos a enfundarnos el traje de astronauta con el que soñábamos de críos y a llevar a cabo todas esas proezas y vivir las aventuras que sin duda las acompañarán. Y cuando acabemos de conocer esta galaxia, saltar a la siguiente y así por siempre.

No sé si seréis muy de ciencia ficción como yo, pero creo que el ejemplo que he puesto se entiende, y se extrapola a todo. Pensad en nuestras vidas como en el universo, de nosotros depende ver cada rincón, disfrutar de lugares y experiencias increíbles, sentir y ver cosas que jamás hubiéramos creído posibles, y no me refiero únicamente a atacar naves en llamas más allá de Orión, ver rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäusser… Pero si no nos permitimos esa tarde de principios de verano limpiando y ordenando nuestro almacén mientras las cigarras ponen banda sonora en medio de ese erial, todos esos momentos que podríamos llegar a vivir se perderán, sí, como lágrimas en la lluvia. Porque el combustible quedará en la pared del fondo, abandonado, y jamás será usado.


A veces hace falta tiempo para llegar a ese punto, otras una experiencia lo suficientemente intensa como para romperlo todo y dejarnos en medio de ese secarral, sin nada mejor que hacer que ponernos a sacar los bidones de combustible, porque total, ¿qué otra cosa mejor podríamos hacer?.

Sea como sea, hay que recuperar esa curiosidad y llevarla siempre con nosotros. Lo que podemos perder palidece cuando lo ponemos a la sombra de todo lo que podemos ganar.

Y todo por “simple” curiosidad.

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