domingo, 12 de mayo de 2019

Levantia, capítulo 3.

3




De pronto parecía como si hubiese vuelto a hacía años atrás, allá en el norte gris. Incluso peor, entonces tenía esperanza en el futuro, ahora había descubierto que el futuro podía ser una mierda igualmente. Me pasé semanas saliendo de casa por la mañana para ir a la universidad como si fuera un robot, por inercia. Pero lo cierto es que si no hubiese acudido a las clases me hubiera dado igual. No escuchaba a los profesores, estaba siempre dentro de mí mismo. Salía de allí y me iba andando sin rumbo fijo. Caminaba y caminaba hasta que me daba cuenta de que iba a anochecer y buscaba la estación de metro más cercana o un autobús para que me acercara a casa. No me topé con Nuria en varias semanas (hacía lo posible por que no ocurriera), hasta que un día la vi de lejos e inmediatamente cambié de dirección. En casa permanecía igual que en clase y Mario a los pocos días se dio cuenta de lo jodido que estaba y empezó a intentar animarme a su manera. “Tío, no pienses. Vente al gimnasio conmigo, ya verás como eso te pone las pilas y te mejora el ánimo” me decía.

Pasaron los días y no sé cuantas veces me lo sugirió, pero al final un par de semanas después me inscribí en el gimnasio. El primer día él estaba entusiasmado, o quizá intentaba levantarme la moral como en los innumerables videos de motivación que tanto consumía en internet. El gimnasio no fue una excepción a la tónica general, hacía las cosas más por inercia que por voluntad propia. Mario me decía que me concentrase y a mí me entraba por un oído y me salía por otro.

Siguió pasando el tiempo. Continuaba sin conseguir un trabajo y en realidad casi lo prefería, pero tuve que dejar el gimnasio, necesitaba recortar los gastos al máximo.

-No pasa nada Fab -así había decidido llamarme Mario. Si no me hubiera dado igual todo en aquellos momentos, le hubiera sugerido que no lo hiciese-, en casa y en la calle te puedes poner como un toro igual. ¿Sabes qué? A tomar por el culo el gimnasio, yo también lo dejaré, ¡haremos de la calle y de casa nuestro gimnasio joder!

Yo le miré sin mudar mi expresión de indiferencia.

-Mario estás como una puta cabra.

Me miró y se empezó a partir de risa.

-Has tardado mucho en decirlo -contestó, dándome una palmada en el hombro.

Pero cumplió lo que dijo. Al día siguiente se dio de baja del gimnasio y se fue a comprar material (mancuernas, tiras elásticas y toda clase de artilugios similares). Quiso hacer sitio en el comedor para poder hacer ahí los ejercicios, no me opuse y le ayudé a quitarlo todo menos el sofá en el que nos sentábamos a ver la tele o a jugar a la videoconsola. A partir de entonces comenzamos a comer en la cocina, en la pequeña mesa plegable.

Poco después se le ocurrió la idea de grabar vídeos de los entrenamientos y subirlos a su propio canal. Yo le grababa, tampoco es que tuviera nada mejor que hacer.

Como era de esperar, ese año no acabó muy bien en lo académico, lo cual me hundió un poco más, y comencé a convencerme de que quizá había llegado el momento de tirar la toalla con la carrera. A veces había visto a Nuria en la universidad, o por la calle. Muy pocas veces, pero suficientes para mantenerme hundido. Por supuesto, ninguna de estas veces volvimos a cruzar palabra, aunque sí alguna mirada fugaz.

Casi ni siquiera me molesté en estudiar ese verano. A veces me ponía por hacer algo, pero sabía que no tenía sentido, había llegado a un punto en el que no tiraba ni para adelante ni para atrás. Por si fuera poco, yo había ido sabiendo de Nuria por redes sociales y algún comentario de conocidos en común. Fue muy duro enterarme a los dos meses de que me dejara de que estaba empezando algo con alguien. Cuando se lo dije a Mario, una tarde en casa, se levantó y fue hacia la puerta, decidido.

-¿Dónde vas? -le pregunté.

-A buscar al mamón ese.

-¿Pero qué dices? Siéntate joder…

-¡Le meto dos bien dadas! -hizo un gesto con la mano, dando más énfasis a lo dicho.

-¡Que no…! -me llevé una mano a la cabeza-. Ven para acá y déjate de dar nada a nadie.

A veces Mario parecía un tío normal, pero otras se le iba mucho la cabeza. Por suerte era todo de boquilla siempre.




Sabía que tenía que olvidarla, pero había una sensación muy dentro de mi de… Haber dejado algo pendiente. Nunca hubo una verdadera explicación, una charla larga y sosegada sobre las razones por las que todo acabó, ella no lo quiso en su momento y yo no insistí, aunque sintiera que lo necesitaba casi como el agua.

De aquello aprendí algo, al menos: que las cosas hay que hacerlas bien, y ella no las hizo bien, o eso es lo que yo me decía para intentar hacerme sentir mejor a mí mismo. Mario por supuesto siempre lo enfatizaba con alguna frase hiriente hacia ella, de la que luego se disculpaba al ver mi expresión, pero me recordaba constantemente que ni por asomo yo había tenido ninguna culpa, y que debía mirar hacia delante y no volver atrás.

No me matriculé ese año en la universidad, pero decidí ir un día a darme una vuelta por allí, como una especie de homenaje de despedida para mí mismo y mis recuerdos.

Estuve en muchos sitios, y en todos ellos tenía recuerdos ahora amargos, aunque de algún modo, sentía algo positivo también, muy en el fondo. Supongo que de lo que fue real siempre queda una chispa en los recuerdos que hace que no sean dolorosos en su totalidad. Aunque el dolor que sentía ahora no se asemejaba ya al de hacía meses. Quizá el distanciamiento y el tiempo estaban empezando a actuar. Aun así, seguía tan melancólico… No entendía lo que me pasaba aún, pero comenzaba hacerlo, muy poco a poco.

Finalmente fui a la cafetería. Sí, la cafetería donde cruzamos las primeras palabras.

Esta vez no estaba tan concurrida. La distribución de las mesas había cambiado un poco, pero me senté lo más cerca posible del lugar en el que la conocí. No sé por qué los humanos hacemos estas cosas, no creo que llegue a saberlo nunca.

Allí estaba yo, con mi batido pero sin apuntes. Había tres chicas en la mesa de al lado, hablando de sus cosas. Un par de chavales de primero en la de enfrente… Y uno solo en la del fondo del lado contrario del local. Di un trago al batido y me fijé por el rabillo del ojo que una chica se acercó al que estaba sentado solo. Sin venir a qué sonreí. Era gracioso, parecía que el destino estaba pasándoselo bien a mi costa haciéndome ver una escena familiar desde fuera, pero resultó que la chica era una relaciones públicas de algún local de copas de la zona, porque le dio una tarjetita al chaval y luego hizo lo mismo con el par de la otra mesa. Finalmente vino y les ofreció a las tres chicas de al lado. Se le cayó una mientras cogía las tres que les iba a dar a ellas y yo me incliné y se la recogí.

-Ay, gracias. ¡Mira, esa para ti! -dijo, sonriendo, mientras las cuatro me miraban.

-No creo que vaya -contesté mientras seguía con el brazo extendido, ofreciéndole de vuelta la tarjeta.

-¿Por qué?, hay que aprovechar ahora, antes de que no podamos sacar la nariz de entre los libros y los apuntes -rió.

Me quedé un momento callado antes de decidir que me daba igual decirlo.

-Siento que vayas a tener que pasar por eso otra vez pero yo este año no -fingí una sonrisa. Me di cuenta de que las tres chicas de la mesa de al lado seguían mirándome, aunque a ellas ya les había dado sus flyers. Había visto a dos de ellas en alguna ocasión.

-Bueno, tú piénsatelo, si te veo allí te invito a un par de chupitos

Con una última sonrisa salió de la cafetería.

-Anda, tendríamos que habernos hecho las difíciles para ver si nos hubiera ofrecido una ronda a nosotras -dijo una de las chicas de al lado, la que no creía haber visto con anterioridad.

De las otras dos, la del pelo castaño claro y ojos azules sonrió y miró a la otra, morena, con el pelo liso marrón chocolate que le caía sobre los hombros, quien a su vez miraba con el ceño ligeramente fruncido a la que me había hablado, de pelo más oscuro y corto.

Las miré sonriendo, un poco desconcertado, pero sin cortarme (es increíble la de miedos tontos que se pierden cuando uno considera que no tiene nada que perder o directamente te la suda todo). Respondí.

-Entráis conmigo y le digo que sois mis hermanas pequeñas, seguro que no quiere quedar mal y nos invita a los cuatro.

Ellas rieron.

-Hecho -dijo la que había empezado a hablar, con todo el morro del mundo.

Sonreí y le alargué con la mano mi tarjeta a la del pelo castaño y ojos azules, que estaba más cerca.

-Esto lleva una consumición al menos, podéis invitar a otra amiga. Toma.

-Pero nos quedamos sin ronda de chupitos -dijo la castaña divertida, aunque tras un momento viendo que yo no apartaba la mano cogió la invitación.

Me acabé el batido, sabiendo que ya no podía seguir estando allí totalmente solo con mis pensamientos y me levanté de la mesa.

-Pasadlo bien si vais -les dije sonriendo, a modo de despedida.

-¿Cómo te llamas? -preguntó la que había hablado primero mientras yo ya les había dado la espalda para enfilar la salida.

-Fabio…

-Le diremos a la chica que nuestro hermano mayor no ha podido venir, igual cuela. ¡Gracias, Fabio!

Rieron un poco.

-De nada…

-María -dijo señalándose a sí misma.

-La burra delante…-soltó la morena inesperadamente. Tenía una voz suave algo nasal y bastante bonita.

-Bueno, vale hija -espetó la más dicharachera haciendo un aspaviento-. Esta es Gisela -señaló a la del pelo castaño-, y esa pequeña repipi es Cami. Y yo María.

La morena la miró entornando los ojos.

-Encantado María, Gisela y Cami. Que os vaya bien.

Esta vez sí, salí de allí.

Hablando con ellas casi me había evadido un poco de toda la masa melancólica que me invadía esa mañana mientras recorría el campus y recordaba momentos. Pero de todas maneras, suponía que tampoco íbamos a volver a coincidir.




Pasaron unos días hasta que me dio por echar un vistazo a mis redes sociales; tenía pero no solía echarles demasiada cuenta desde que terminó mi relación con Nuria y de hecho tenía en las notificaciones varias solicitudes de amistad, una de un tipo al que no conocía y otras dos de las chicas de la cafetería, las acepté casi sin mirar porque había otro icono que me llamaba más la atención. Un mensaje privado. De Nuria.

El corazón me latió un poco más deprisa y respiré para calmarme. Luego leí el  mensaje. Decía así:

«Hola. ¿Qué tal te va todo? Hace muchísimo que no te veo, me preguntaba qué sería de ti. Sé que no miras muy a menudo esto, pero si por un casual ves el mensaje me encantaría que nos viéramos, quizá tomar un café si te apetece. O un batido jaja. Bueno, espero que te esté yendo todo bien. Dime algo cuando leas esto, porfa. Besos.»

Por un momento me quedé allí parado, tirado en el sofá, sin saber hacia dónde mirar. Después de tantos meses… No sabía qué hacer. Dejé el móvil a un lado y me recosté en el respaldo, mirando hacia la lámpara del techo, que estaba apagada porque aún eran las tres y algo de la tarde.

Sonó la cerradura de la puerta de casa abriéndose. Mario entró y me vio allí. En un primer momento saludó y no reparó más en mí, pero luego vino.

-¿Qué muela te duele, bro? -preguntó, sentándose a mi lado.

-Nuria.

Hizo un aspaviento.

-Fab, creía que ya pasabas de esa tía…

-Me ha mandado un mensaje, bueno… Hace una semana, lo he visto ahora. Quiere que nos veamos.

-¡Pues que se haga un solo de guitarra! Pasa de ella.

Por más que Mario no sirviese para aconsejar en estos temas, puede que esta vez no fuese tan descabellado su consejo. Me debatía entre ni contestarle al mensaje, contestarle ambiguamente con educación, o aceptar vernos.

No me apetecía nada que me hurgasen en las heridas que ya estaban bastante sanadas, pero por otro lado…

Me lo pensé durante toda aquella tarde mientras paseaba por el barrio y alrededores. Al llegar a casa por la noche le escribí de vuelta que estaría bien vernos.





Quedamos en una cafetería no muy lejos de la universidad. Ella llegó solo un par de minutos después que yo. Al verla sentí un pequeño vuelco en el estómago.

-Hola… -dijo ella.

-Hola -sonreí cordialmente.

Ella me dio un abrazo después de un momento de duda. Se lo devolví, porque no quería actuar como un gilipollas y hacerla sentir incómoda. Además, no veía nada malo en ello, al fin y al cabo esa persona había estado más cerca de mí que nadie en mi vida.

Nos sentamos en las mesas de fuera, no hacía mala tarde para ser octubre.

-¿Cómo estás?

No sabía cómo responder a esa pregunta sin parecer un puto amargado, así que respondí sinceramente.

-Bastante en la mierda -dije, apuntalando la declaración afirmando con la cabeza.

-¿Por qué? -adoptó una expresión de preocupación. Parecía sincera.

-No he podido matricularme este año y si no encuentro un trabajo pronto me quedaré en la calle.

Ella me miraba a los ojos.

-Vaya, lo siento… ¿Puedo hacer algo? A lo mejor conozco a alguien que pueda echarte una mano para encontrar algo…

Empecé a negar con la cabeza mientras me salía una sonrisa socarrona. Algo se había encendido en mí al oír ese “lo siento” en su voz. A bote pronto me nacía decirle que podría haber empezado por ser honesta conmigo muchos meses atrás, cuando me dejó destrozado sin mediar la más mínima explicación. O que no fingiese que le importaba cuando ni siquiera dejó enfriarse el cadáver de lo que tuvimos juntos antes de empezar una relación con otra persona. Ese instante negando con la cabeza fue más una medida de contención que otra cosa.

-No te preocupes, ya me las apañaré.

-No tienes por qué dejar la ciudad, a Marta no le importaría que te quedaras en nuestro piso unos días hasta que encontrases algo…

-Antes me vuelvo con mis padres arrastrándome, no quiero molestar a nadie ni deberle nada a nadie. Y entre volver con ellos allí o la calle aquí, casi prefiero la calle aquí…

-No nos deberías nada, de verdad…

-Nuria… ¿Qué quieres? -estaba en la mierda, y ni siquiera se lo estaba ocultando, no quería compasión por su parte. No la quise hacía meses, en ese momento menos aún.

Ella se quedó un poco sorprendida por la pregunta. Tardó un momento en hablar.

-Sólo… Sólo quería verte, estar contigo…

-¿Ahora? Hace meses que podrías haber preguntado, o simplemente saludado.

-No sabía… Tú me evitabas. No sabía si debía molestarte.
-Los primeros meses sí, pero han pasado ocho -de repente me sorprendí de lo sereno que estaba y lo relajado que estaba hablando.

-Vale, lo siento. Tenía miedo.

-¿Por qué?

-¡No lo sé!

Me quedé mirándola, siguiendo igual de tranquilo.

-Perdón -se disculpó ella por haber alzado un poco la voz-. Sé que hice las cosas fatal ¿vale?, lo sé -yo seguía mirándola-. Sé que te hice daño, y lo he sentido mucho, yo también he sufrido…

-Un par de meses o menos -apunté, pero aunque pareciera con malicia, no lo hice por herirla.

Ella me miró. Ya tenía los ojos empañados.

-Perdón -me disculpé-. Pero fue así. Lo respeto, pero no me cuadra, no me entra en la cabeza que alguien olvide a otra persona supuestamente tan importante para ella tan rápido. Pero lo peor no fue eso, comprendo que pueda suceder. Lo peor fue que ni siquiera tuviste la más mínima deferencia hacia lo que se suponía que tuvimos o lo que se suponía que yo fui para ti. Ni siquiera fuiste honesta. Creo que hubiera sido lo mínimo. Pero eso es pasado y tampoco estoy diciendo que lo hicieses a propósito. Aun así, eso es lo que sucedió.

Ya había sacado un pañuelo para secarse las lágrimas. En cierto modo me dolía estar haciéndola llorar, pero por otro lado era como ver llorar a una desconocida.

-Lo siento, por todo -dijo, con un hilo de voz.

-Sé que lo sientes. Y yo también lamento la parte que me toca, sé cómo me comporté y me he comportado.

-Te echo de menos, ojala pudiera ser como antes…

La verdad es que me cogió por sorpresa, pero no como yo hubiera esperado.

-Nuria… -me miró-. Si me lo hubieses dicho hace meses no hubiera podido, mis emociones me lo hubieran impedido. Pero ahora… -Por un momento creí ver cómo se le iluminaba la mirada, hasta que seguí con la frase-. Ahora no quiero. Y no lo hago por rencor ni nada de eso. Ayer mismo pensaba en ti y fantaseaba con que quisieras, con que esto mismo ocurriera… Pero ahora, en este preciso instante me acabo de dar cuenta de que no quiero. No siento lo necesario, siento cariño por ti, mucho, y nuestra relación fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero eso pasó. No lo va a borrar nadie y estaré agradecido por lo vivido y aprendido siempre, pero se quedará ahí.

Ella agachó la mirada y vi caer una lágrima. Lloró. Dejé que llorara, no me parecía nada noble por mi parte hacer nada más que no fuera callar, darle su tiempo y mantenerme al margen.

Tras unos largos momentos se secó la cara con cuidado.

-Creía que podía haber una oportunidad de enmendar los errores y volverlo a intentar…

-Te soy sincero. Ahora es lo que siento, no puedo cambiarlo.

-Al menos tú has podido ser sincero.

-Es lo mínimo que te debo.

-No me lo debes. Después de cómo lo hice yo…

-No sigas con eso. Ya es pasado, y si necesitas oírlo ya está perdonado. No lo hiciste a propósito.

Ella no me dejó pagar. Al salir de la cafetería nos miramos, frente a frente.

-En serio, si necesitas algo… -comenzó ella.

-Lo sé. Gracias.

Nos dimos un largo abrazo y luego cada uno echamos a andar en una dirección distinta.

1 comentario:

  1. Gran final para el que parecía un capítulo de transición. Valga decir que igualmente se mantenía la frescura y ritmo; con lo difícil que creo que es teniendo en cuenta el aire melancólico que envuelve al personaje. Enhorabuena!

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