martes, 7 de mayo de 2019

El Rey León

El Rey León es una verdadera maravilla de la historia del cine de animación. Eso es un hecho. ¿A cuantos no nos ha tenido enganchados en algún momento? ¿Quién no ha soltado como mínimo alguna lagrimilla en cualquier momento de su metraje, ya sea en las escenas más trágicas o en las más gloriosas?¿Quién no se emociona con la conversación entre padre en las  nubes e hijo en la tierra, pensando en aquella o aquellas personas que nos lo dieron todo en momentos de nuestra vida, nos protegieron, nos guiaron y aún desde algún lugar o momento nos observan, siguiendo nuestros pasos con atención, sabiendo que puede que tropecemos, pero que nos levantaremos porque eso es lo que nos enseñaron?

La potencia emocional que carga esta película queda fuera de toda duda, pero no es exactamente lo que quería señalar.
¿Quién me iba a decir cuando era un niño, con cinco o seis años, y la veía una y otra vez cada día, que tardaría veintipico años en comprender el conflicto interior de Simba, el joven príncipe proscrito?

En la escena en la que suena la canción “es la noche del amor” vemos que él es reacio a hablar de lo que siente realmente sobre sí mismo con Nala (la mejor princesa Disney sin discusión). Y a su vez ella no comprende por qué él no quiere ser quien debe ser, el rey que ve en él (literalmente dice eso).

Todos tenemos un ideal, alguien que aspiramos a ser (que no algo), pero la vida va viniendo, trae experiencias con ella, algunas nos asustan, algunas nos hieren, algunas nos hacen perder la fe en el mundo que nos rodea, otras en nosotros mismos… Hasta que llega un punto en el que renunciamos a ese ideal, nos convencemos a nosotros mismos de que quizá después de todo nuestro lugar está aislados del mundo, viviendo como un proscrito y no reinando por más que creyéramos que ese era nuestro destino. Y no queremos saber nada más del tema, ni hablar de ello, o más bien no podemos hacerlo, no sabemos ni por dónde empezar a justificar lo injustificable. Porque la única razón por la que dejamos de luchar por lo nuestro y huimos a escondernos no es otra que el miedo. Y quien se da la vuelta ante el miedo y vuelve por donde ha venido tiene un único nombre, todos sabemos cuál es. Y a nadie le gusta ser conocido por ese nombre. Nadie comprende hasta qué punto el miedo nos atenaza, cada uno somos un mundo y está bien, es natural y comprensible, pero aún así… Y siempre está ese “aún así”. Es esa rabia que tenemos guardada, por todo aquello que nos ha ocurrido y nos ha debilitado, por todos aquellos que a base de repetirnos que no podíamos lograron convertirnos a su fe. La buena noticia es que ese “aún así” es la pequeña brasa que queda de aquella gran hoguera. Aunque por sí sola no puede hacer nada. Sabemos que bastaría con algo, una breve brisa, una palabra a tiempo, una sonrisa… Algo tan pequeño quizás, y tan sencillo…

Sea como sea, seguimos bloqueados, encerrados en la cárcel que nosotros mismos creamos para protegernos. Y cumple su función; es segura, las flechas no atraviesan sus paredes, los golpes no la rompen, no nos llega daño alguno… El problema es que ahí encerrados nunca seremos ese ideal al que una vez aspiramos. Y lo aceptamos. Porque no queremos que nos vuelvan a desgarrar el alma y se lleven otro pedazo más de lo poco que queda. Volver a presenciar cómo el tío Scar lanza al precipicio a nuestro querido padre y la estampida hace el resto…

Siempre habrá alguien que vea lo que debemos ser, lo que queremos ser y no comprenda por qué creemos que no somos capaces de luchar por serlo. Siempre habrá una Nala. Y benditas sean esas personas/leones. Quizá entonces haya esperanza, quién sabe.

Cómo reflexión… No se trata de quien te quiere por lo que tienes. No se trata de quien te quiere por lo que haces. Ni siquiera de quien te quiere por lo que eres. Se trata de quien te quiere por lo que quieres y debes ser, por mucho miedo que tengas a luchar por serlo. De quien quiere empujarte con todas sus fuerzas para dejar ese miedo atrás y que finalmente seas el rey que debes ser.

Todo esto ha quedado muy bonito, pero ya sabemos que Disney nos hace creer en verdaderas locuras con su magia, tienen esa habilidad de tocar la fibra hasta ese punto. Pero de vuelta a la realidad, quizá para algunos ya no sea posible soñar de nuevo como cuando éramos niños y veíamos El Rey León una y otra vez sin descanso. Quizá esas cicatrices que se han acumulado supongan demasiado tejido como para que la magia las vuelva a atravesar.


O quizá no.


1 comentario:

  1. Se dice que todos somos realmente 3 personas a la vez.
    Quién creemos ser.
    Quién queremos ser
    y quien los demás creen que somos.

    Pero yo añadiría un cuarto en ocasiones especiales:

    quien alguien nos demuestra, a las buenas o a las malas, que somos realmente.

    Cuando sucede por las buenas, cuando aparece alguien que te dice "eres así, ¿no lo sabías?"... es algo increíble.

    ResponderEliminar