domingo, 2 de junio de 2019

Levantia, capítulo 6.

6




María le quitó de un zarpazo la botella de tercio de cerveza que sostenía, con la mano temblorosa.

-¡Serás desgraciao! -levantó la mano libre y le cruzó la cara con violencia- ¡Malnacío! -le volvió a golpear, esta vez con el puño cerrado en la boca- ¡Drogata mierda! -hizo ademán de estamparle la botella en la cabeza, pero se detuvo.

Jesús, Chuso para los amigos que aún le quedaban vivos, se cubría con las manos, temblando.

-Qué tenía sed… -dijo, con un hilo de voz cascada y carrasposa.

Su hermana María, con el rostro desencajado por el cabreo aún pero algo más calmada, dejó la botella encima de la mesita y lo cogió por el cuello de la camiseta.

-¿¡Pero que tú no sabes que no puedes tomar ná de alcohol, puto inútil!?

-Que no pasa ná, sólo una…

-¿Sólo una?¿¡Sólo una!? -lo zarandeó- y el pestazo que te echa la boca de qué es, ¿de chicles? -soltó una mano y volvió a darle un bofetón con toda la mano abierta.

Por fin le soltó de la camiseta, dándose la vuelta y cogiendo la cerveza de la mesita. Antes de salir por la puerta de la habitación se giró, señalándole con el dedo índice de la mano libre. Tenía la cara llena de lágrimas. Chuso sintió un pinchazo de culpabilidad y compasión, como tantas otras veces.

-Porque eres mi hermano y le prometí a la mama que te cuidaría… ¡Pero te juro por estas que la próxima te quedas en la calle y no te quiero volver a ver!

Cerró de un portazo.

Chuso hubiera llorado, como tantas otras veces antes, pero ya sabía de sobra que lo suyo no tenía solución. Era como era, la vida lo había hecho así, y así se quedaría, por más que no le gustara o que luchara por cambiarlo. Así que sacó la bolsita del escondite secreto que tenía bajo uno de los cajones de la mesita, se sentó en la cama y comenzó a liarse un porro. Una vez lo tuvo preparado, fue hacia la ventana que daba al callejón, que estaba abierta, se apoyó y comenzó a fumar tranquilamente. Se sorbió la nariz y se retiró las greñas que se le habían pegado a la cara. Aún notaba el escozor y la temperatura alta allá donde los guantazos de su hermana le habían alcanzado.

Miró los tejados y terrados del vecindario. Luego las pocas ventanas de las que salía algo de luz. Poca gente vivía por esa zona, lo cual era comprensible.

-Si nacimos en la mierda y vamos a tener que estar en la mierda hasta que nos vayamos al agujero… Qué de malo tienen unas cervezas… -dijo, como si estuviese hablando con alguien.

Sabía que en realidad no podía beber por la medicación, pero hasta ese momento no le había pasado nada del otro mundo, peores experiencias había tenido.

Le dio otra calada al cigarro. Escuchó unos pasos abajo en el callejón y miró. Pudo distinguir la figura de un tipo con mochila y una bolsa. En un momento vio otra figura que salía de repente desde una esquina y cogía por detrás al chaval. Alcanzó a oír cómo el de la mochila soltaba un “vale, vale” antes de quitársela y dejarla en el suelo junto a lo que llevaba en la mano, que parecía una maleta en realidad. Ahora el otro, quien obviamente estaba atracando al primero, le señaló con algo que llevaba en la mano «su puta madre, le ha sacao una navaja… Si es que a quién se le ocurre venir por aquí solo por la noche…» susuró Chuso para sí mismo, mientras era testigo de la escena. El chaval que estaba siendo atracado vaciló y dijo algo que Chuso no alcanzó a oír, desesperado. El atracador se le acercó y comenzó a cachearle.

Se oyó un grito desgarrador.

«¡Hostias!» Chuso dio un respingo, golpeándose el codo contra el marco de la ventana. El chaval de la mochila estaba agarrando al otro del cuello, pero además tenía la cabeza pegada a su cuello, como si le estuviera mordiendo. El atracador le apuñaló en el costado una vez, antes de que la navaja se le cayera al suelo. Seguía chillando como un gorrino, hasta que el grito se convirtió en un borboteo, y luego en silencio. Al cabo, el otro lo soltó, cayendo el agresor al suelo, parecía que sin vida.

-Joder… -se le escapó a Chuso, y con ello el porro, que cayó al vacío desde su boca.





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El corazón me iba a mil. Me noté la cara húmeda, caliente y viscosa. Bajé la vista y allí estaba ese tío que me amenazaba a punta de cuchillo hacía un instante. Creía que iba a perder el conocimiento en ese momento, de hecho hubiera jurado que lo perdí. Me pasé las manos por la cara para limpiarme y al verme las palmas tras hacerlo no pude reprimir un gemido. Estaban empapadas en sangre, al igual que la cara, el cuello y el pecho del cuerpo inerte del atracador, justo a mis pies.

-Mierda, mierda, mierda, mierda…. Joder… -no daba crédito a la escena que tenía ante mí, no comprendía nada, pero estaba acojonado.

Oí un ruidito, algo tocando el suelo, un poco más allá de donde estaba yo. Vi una chispita y miré hacia arriba, hacia el piso desde donde debía haber caído eso. Un melenudo de rostro demacrado escondió la cabeza rápidamente.

Volví a mirar el cuerpo ensangrentado en el suelo. «¡Está muerto, está muerto…!» me repetía. Era la primera vez en mi vida que veía un cadáver en directo. Luego mi cerebro comenzó a activarse de nuevo… «Le he matado… ¡He matado a este tío, joder!». Me eché las manos a la cabeza un momento, luego salí de allí sin pensármelo dos veces, sin rumbo fijo pero intentando pasar desapercibido (lo cual no resultaba difícil por esos callejones desiertos y oscuros) y lo más rápido posible.




Tras un buen rato caminando muy pegado a las paredes y en las sombras, me detuve en un cruce. Me sonaba bastante y al seguir por esa calle, bordeando ese edificio y doblando la esquina lo vi. Era el edificio de pisos abandonado del que había salido después de haber pasado la noche con Milena (y al recordarla me dio un vuelco el pecho). Me dirigí hacia el portal, al llegar frente a la puerta sentí alivio al ver que no estaba del todo cerrada. De hecho, al entrar y querer cerrarla comprobé que el cerrojo estaba roto, así que en ese portal podía entrar cualquiera.
Me mantuve en silencio un momento, tratando de percibir cualquier ruido, porque allí podía haber cualquiera y no quería más sorpresas desagradables. Al estar en completo silencio sentía como me palpitaban las venas del cuello; aún estaba muy alterado. Comencé a subir en silencio. Recordé la planta del piso en el que había despertado hacía no sabía exactamente cuanto. Empujé un poco contra la puerta del piso. Estaba cerrada. Me vino a la mente la imagen de la curva entre las caderas y las costillas de Milena, a horcajadas sobre mí, arqueándose… Dí un empujón y sonó un fuerte ruido metálico al mismo tiempo que la puerta se abría de par en par. Acababa de reventar la cerradura, así sin más.
Rápidamente entré, mirando hacia abajo y arriba por las escaleras mientras lo hacía. Una vez dentro junté la puerta y escuché. No había nadie. Busqué cualquier caja u objeto para amontonarlos tras la puerta rota, para que nadie pudiese entrar de golpe y sorprenderme allí. Había poca cosa, como ya había comprobado el día que estuve allí por primera vez, así que puse lo que pude. Luego me dirigí al dormitorio en el que desperté. Todo estaba igual, incluso la mancha de mi sangre seca en el suelo. Cerré la puerta y arrastré la cama para ponerla contra ella y que no se pudiese abrir, ya que había decidido que lo que había puesto en la puerta del piso no aguantaría demasiado en caso de que alguien quisiera entrar a toda costa, así que pensé en dormir en la cama atrancando la propia puerta del dormitorio.

Por supuesto no me pude dormir. Ya echado en la cama no podía dejar de darle vueltas a lo que había ocurrido en aquel callejón. «Mierda, me dejé allí tiradas la mochila y la maleta…» pensé. Por suerte ahí sólo llevaba algo de ropa, una botella de dos litros de agua y un par de bocadillos, la cartera con el poco dinero que me quedaba, el DNI, tarjetas y mi móvil los llevaba en los bolsillos del pantalón, así que en caso de que la policía encontrase allí la mochila y la maleta… «¡Joder, las huellas!» el pulso se me aceleró. Miré el móvil. ¿A quién podía acudir? No iba a llamar a nadie y explicarle todo aquello… Encima recordé que el cargador del móvil sí lo tenía en la mochila. «Estoy jodido del todo…».

Estuve así, con la respiración muy pesada y el corazón latiendo acelerado durante un buen rato… Hasta que mi mente comenzó a tomar plena consciencia de la situación. Debía calmarme. Pensé, y se me ocurrió que no me quedaba otra opción que encontrar a Milena. Noté un hormigueo en el bajo vientre al pensar de nuevo en ella. Estaba de mierda hasta el cuello no, hasta el labio inferior ya, y lo único que se me pasaba por la cabeza al pensar en encontrar a la responsable de todo aquello era volver a follar como conejos… «¡Céntrate, joder!» me reprendí.
Decidí lo que iba a hacer. Esperaría esa noche y el día siguiente allí escondido, cruzando los dedos para que a nadie se le ocurriese entrar en el edificio o peor aún, en el piso. Entonces, por la noche (ya sería jueves) iría al local donde conocí a Milena, y si no la viera preguntaría por ella. Debía encontrarla. Quería encontrarla… Necesitaba encontrarla.






Miré el móvil. Ya hacía varias horas que había oscurecido pero aún eran las nueve y veintisiete, era mejor esperar un par de horas más para salir de allí.
La noche anterior la pasé en su mayor parte despierto, digiriendo todo lo que había ocurrido en la última semana y lamentándome una y otra vez de cómo había pasado de estar en la mierda a estar en el infierno. Hasta la perspectiva de volver al norte con mis padres y ser un cero a la izquierda el resto de mi vida resultaba muy atractiva comparada con el futuro totalmente incierto, caótico, solitario y lleno de sufrimiento que veía venir.
Ya no se trataba de haberme quedado sin la vida que quería vivir, había muerto… Había matado a una persona, aunque no me sintiera como un asesino y ni siquiera recordara haberlo hecho, no había otra explicación. Pensé que quizá sería mejor no salir de aquella habitación, por lo que pudiera pasar; por si volvía a ocurrir un accidente. Justo cuando por las rendijas de la persiana bajada comenzaba a entrar algo de luz más clara debí dormirme. Luego me despertaba con cada ruido, coches, voces, golpes, el murmullo de gente yendo y viniendo… Y sobre todo sirenas de ambulancias o policía. Tenía sed, pero allí no había agua y la mía la había perdido junto con la mochila, así que me resigné a aguantar las largas horas hasta que pudiera salir al amparo de la noche. Fue el día más largo de mi vida. En completa oscuridad, sediento, recordando todo lo sucedido, temiendo el futuro… Experimentando la más absoluta soledad, el completo abandono. Y aún con todo ello, en ocasiones me venían flashes a la mente del cuerpo desnudo de Milena, de su frío pero suave y sedoso tacto, de su voz, sus suspiros, gemidos… Quería encontrarla, quería salir de allí en su busca, y eso fue otro factor que hizo que el día se alargase y el paso de las horas se lentificase tiránicamente.

Volví a mirar la hora. Habían pasado unos cuarenta minutos, aún no era suficiente. La batería del móvil estaba por debajo de la mitad de su capacidad. Había decidido desconectar los datos la noche anterior, para ahorrar energía, pero ahora me planteaba apagarlo y sólo encenderlo cuando tuviese que utilizarlo.

Seguí divagando. Estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada contra la puerta de la habitación, mirando hacia las rendijas de la persiana de la pared del fondo. Tenía los brazos cruzados, con las manos por dentro de la chaqueta y pasé inconscientemente la mano derecha por el costado izquierdo, notando un leve dolor al toparme con una pequeña hinchazón. Me levanté la camiseta, viendo un agujerito en ella. Enfoqué con la luz de la pantalla del móvil y vi una pequeña cicatriz que jamás había estado allí. Palpé, parecía estar totalmente bien, no dolía, sólo se notaba un poco de molestia al presionar fuerte. «Debió de apuñalarme cuando perdí el sentido… Pero…» me miré de nuevo las costillas. No había rastro de sangre, sólo la cicatriz. Sólo la cicatriz… ¿Cómo podía una puñalada haber cicatrizado completamente en una noche sin ningún tipo de tratamiento, ni siquiera limpieza?

Seguí dándole vueltas a aquello. Volví a pensar en Milena, ¿qué me habría dado aquella noche? Porque todo lo que había pasado… Nada era ni medio normal.

Por fin miré de nuevo la hora y marcaba las diez y cincuenta y seis. Me levanté de la cama y la aparté de la puerta, intentando hacer el menor ruido posible. Salí y vi que las cosas que había empotrado contra la puerta del piso la noche anterior seguían igual, nadie había intentado abrir. Lo aparté todo y salí de allí, muy sigilosamente.





Vagué por las calles, sin acercarme demasiado a las farolas ni a nadie que me topara, agachando la cabeza y sólo levantando la vista de vez en cuando para ver por dónde iba. Casi me hubiese dado lo mismo no fijarme, porque no recordaba aquella zona, no me acordaba del trayecto que hice arrastrado por Milena para llegar hasta el bloque abandonado, tan sólo algún detalle. Pero tras un buen rato andando perdido, llegué a una calle que me sonaba de algo. Milena habló con alguien allí, dejándome un momento a solas. Era uno de los flashes que recordaba desde que salimos del último antro en el que estuvimos hasta que… Bueno, hasta que se convirtió en la diosa de la lujuria y me hizo perderme en ella.

A partir de allí, me fui fijando más, pero sorprendentemente acabé en la calle del local en donde la vi por primera vez y no en el segundo, desde el que salimos al final. De todas maneras mejor me venía, porque quería ir a ambos y desde el primero me resultaría fácil llegar al segundo.

Antes de acercarme a la entrada, donde uno de los seguratas de los que había la otra noche miraba su reloj un momento, me adecenté lo mejor que pude.

-Buenas noches… -saludé, con fingida tranquilidad.

El hombre me miró serio, pero al cabo asintió a modo de respuesta a mi saludo y me abrió la puerta.

El local estaba más vacío aún que la primera vez que entré, seguramente por ser jueves en lugar de viernes. Me dirigí a la barra, donde esta vez había una chica más o menos de mi edad.

-Hola, ¿me puedes poner tres aguas? -aunque hubiera estado pensando en muchas otras cosas, la sed había seguido ahí durante todo el día, así que fue lo primero.

La camarera asintió y sacó tres botellitas de plástico de un refrigerador tras la barra. Le pagué e inmediatamente abrí una de las botellas y me la bebí de golpe. Aún abrí la segunda y di unos tragos más. La chica había seguido a su bola, limpiando un poco la barra a falta de gente a la que atender, así que volví a llamar su atención.
-Perdona… ¿va a venir hoy el camarero que había el viernes?

-¿Quién? -se me acercó. Demasiado. Instintivamente me alejé un poco de la barra.

-Un chico así de unos… Treinta y tantos, quizá cuarenta…

-¿Lucas? Es el dueño, está en el almacén, ¿quieres que le llame?

-Sí, gracias.

La chica se asomó por una puerta tras la barra e hizo una señal con la mano. Al momento el tal Lucas salió, mirándome. Vino hacia mi.

-¿Qué tal? -me tendió la mano y se la estreché-. Dime.

-El viernes pasado estuve aquí, no sé si me recordarás… -comenzó a hacer un gesto de negación, enseñando un poco los dientes, con expresión de disculpa-. Bueno, no pasa nada -sonreí- pero puede que recuerdes a una chica, melena larga, morena, piel pálida, con una chaqueta de cuero roja… Estuvimos sentados allí -señalé el reservado-.

-Ah, vale… Ya te recuerdo, sí.

-¿Suele venir mucho por aquí?, me quedé sin querer con algo suyo y… Bueno, no caí en pedirle su número de teléfono.

-Que yo recuerde es la primera vez que la he visto, lo siento. No la he visto más veces… -hizo una señal a la camarera para que se le acercase y le dijo algo al oído, supuse que preguntando si ella había visto a una chica de las características físicas de Milena.

-No sé, puede… -dijo la chica, encogiéndose de hombros.

-No pasa nada, gracias de todos modos.

-Quizá tengas suerte y acuda hoy -me dijo el dueño, sonriendo. Luego volvió a meterse en el almacén.

Estuve allí un rato, impaciente. Pero merecía la pena esperar un poco por si acaso, de todos modos no tenía nada que hacer ni a donde ir realmente, salvo de vuelta al bloque abandonado, y no tenía muchas ganas de volver a encerrarme allí.

Al rato me acabé las dos botellas de agua restantes, pedí otra para el camino y salí de allí.

No me costó mucho encontrar el otro lugar. En la entrada esta vez no había nadie, así que entré sin más. Por supuesto, nada es tan sencillo.

-¡Eh! -el portero, que en ese momento se disponía a salir, me interceptó nada más cruzar la puerta.

Una voz masculina, algo grave y áspera que me resultó algo familiar, llegó desde el fondo del local, donde un par de tipos echaba una partida al billar. Poca gente más había, nada en comparación a la noche en la que Milena me llevó allí.

-Déjale pasar, Nando.

El portero me miró, pero después pasó de largo y salió afuera, sin decirme nada más. Fui hacia la barra. El tipo que había hablado era el mismo que nos sirvió la primera copa el viernes, el que tenía las cicatrices en la mandíbula e intimidaba tanto. Se apoyó en la mesa de billar para golpear la bola blanca y acabar su jugada. Luego le hizo una seña al otro que sostenía un taco, y este lo dejó sobre la mesa y cogió su vaso, mientras el de las cicatrices venía hacia la barra.

-¿Qué va a ser? -me preguntó al llegar. Tras lo cual se fijó mejor en mí, mirándome fijamente con sus ojos azul oscuro.

-El otro día, viernes, estuve aquí con una amiga, no sé si lo rec…

-Te recuerdo.

Me quedé un poco sorprendido, pero seguí.

-¿Ha vuelto a venir ella por aquí?

-No.

Me desanimé un poco.

-¿Suele venir por aquí? Es que me quedé con una cosa suya sin darme cuenta…

-Creía que habías dicho que era tu amiga… -replicó el tipo, apoyándose en la encimera de detrás y cruzándose de brazos.

La música no estaba nada alta, así que no era necesario acercarnos mucho para oírnos bien.

-Bueno no, lo cierto es que la conocí esa noche…

Siguió mirándome fijamente y me sentí evaluado. Me estaba empezando a dar mal rollo la situación.
De pronto él se echó una mano a la cara y se frotó los párpados con las yemas de los dedos.

-Vale… -le hizo una seña a los dos que estaban en la mesa de billar- Gonzo, sigue tú mi partida -luego se dirigió de nuevo a mí, incorporándose y señalando una mesa alta en la otra punta del local, alejada del resto de los pocos parroquianos, que estaban la mayoría cerca de la mesa de billar- Siéntate allí.
Le obedecí sin rechistar. A los pocos segundos de sentarme llegó él con un par de cervezas y se sentó en otra silla.

-Si me dieran diez euros cada vez que un descarriado acude a mí… Bueno, supongo que seguiría aquí igual… Pero tendría mucho más papel para limpiarme el culo.

-¿Cómo? -me quedé perplejo, pero parecía que aquel tío sí podría saber algo de Milena-. ¿Conoces a Milena?

-¿A quién? Si te refieres a la morena esa que el otro día te miraba como el lobo mira al cordero no, no tengo ni la más mínima idea de quién es ni la he visto nunca y probablemente no llegue a tener el gusto de conocerla, porque lo más probable es que en poco tiempo esté criando malvas…

Me sobresalté.

-¿A qué te refieres?¿Corre peligro ella?

-¿Dejando sus juguetes por ahí sueltos?¿Las pruebas del delito? Muy lista no es… Sí, no durará mucho por esta ciudad.

-Pero… ¿Qué..?

Se giró hacia la otra parte del local.

-¡Bobby, ven un momento!

Un chaval delgaducho, sobre el uno setenta y poco de altura, con la cabeza rapada y muchos piercing en las orejas, cejas y nariz se acercó. La ropa le quedaba cómicamente grande.

-Hazle una carantoña al nuevo, anda… -dijo el de las cicatrices mientras daba un trago a su cerveza.

Bobby el flacucho se me acercó un poco.

-¡JODER! -solté.

Por poco no me caí de la silla del susto. Bobby abrió mucho la boca, dejando ver unos colmillos superiores imposiblemente largos. Sus ojos se llenaron de hebras negras, como si tentáculos de tinta se desparramaran desde la parte interna del glóbulo ocular hacia el iris, que a su vez se había vuelto completamente negro, como si la pupila lo hubiese cubierto en su totalidad. Las venas del cuello se le marcaban con violencia, y los pómulos y la mandíbula se marcaban, presionando contra la piel contraída.

-Vale, vale… Gracias Bobby -le dijo el camarero, dándole unas palmaditas en el hombro.

La cara de Bobby recuperó el aspecto que tenía hacía un momento, volviendo a la normalidad como si nada. Se alejó de nuevo, a su rollo.

-¿¡Pero qué cojones…!? -yo aún estaba agarrado a la mesa.

-Ese es Bobby, por cierto, llegó hace un par de años o tres. Tampoco sabía lo que le había ocurrido. Por lo visto estaba chutándose en algún cuchitril con alguien, y lo convirtieron. Hay algunos que simplemente lo hacen por sentirse poderosos, saltarse las normas… Se hacen los malotes, como adolescentes gilipollas. Normalmente suelen llevar pocos años cambiados y se creen inmortales o algo, una especie de superhéroes, o antihéroes… Esas mariconadas.

Seguí con la misma expresión.

-Para que lo entiendas mejor -siguió- te han convertido, ahora eres lo que tú llamarías un vampiro. O bueno… Algo parecido -en su rostro se dibujó una sonrisa socarrona. Dió otro trago.

-¿Qué…?

-Joder… -se levantó y me indicó que le siguiera.

Me llevó por un pequeño pasillo hasta lo que parecía el almacén. Estaba repleto de cajas llenas de botellas y barriles de metal de cerveza.

-Échame una mano, coge esos barriles vacíos de ahí, no pesan, tranquilo. Colócalos al fondo.

Hice lo que me pidió, en esos momentos no pensaba por mí mismo.

-¿A que no pesaban?

-No.

-Estaban llenos, los vacíos están en el otro lado -me miró-. No te ofendas, pero un chavalín como tú, que no tiene pinta de haber levantado una pesa en su vida no podría mover esos barriles llenos con esa soltura.

Recordé el baúl de Mario.

-Y seguro que has notado más cosas extrañas estos días, ¿me equivoco?

Me sobresalté. Le rehuí la mirada.

-Bueno… Algunas cosas, es cierto… -recordé el cadáver empapado en sangre de aquel tipo que quiso atracarme en el callejón la noche anterior.

-Comprendo cómo te sientes ahora, créeme. A todos nos ha pasado en algún momento.

Estuve un momento callado, mirándome los pies.

-Y… ¿Qué hago ahora?

-Ordena el resto de cosas -abrió los musculosos y tatuados brazos, señalando el almacén en su totalidad.

-¿Qué?

-No preguntes, que el mundo laboral no está como para mirarle la dentadura al caballo regalado. Cuando acabes sal y te doy un curso acelerado en la barra.

Me quedé parado, totalmente en blanco.

-¡Venga, a currar! -me dijo, chasqueando los dedos-. Por cierto, me llamo Rober y soy tu nuevo jefe -y salió de allí.

Miré todas las cajas y barriles. Ciertamente aquello necesitaba orden y limpieza. No tenía nada mejor que hacer, así que me puse a ello.

-Joder… Esto es de locos…




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