martes, 19 de marzo de 2019

La decisión, el tonto del pueblo y el salto.

   Abrí los ojos y la luz del sol, allá en lo alto, me deslumbró durante un instante, mientras mis pupilas se acostumbraban a ese primer impacto. Luego el azul claro del cielo comenzó a aparecer lentamente. Sentía como un mullido colchón de paja a mis espaldas. Me hallaba tendido en el suelo, en medio de un prado de hierba alta. Cuando tomé pleno conocimiento de la situación me levanté lentamente. Olía a romero, a tomillo, a lavanda... La temperatura era cálida, pero no hacia calor. Miré a mi alrededor. El lugar donde me encontraba estaba rodeado por montañas, era un valle, precioso a primera vista.

   -Bien, ya has despertado.

Giré sobre mis talones. A unos metros habia una encina y en una de sus ramas, mirándome fijamente, una ardilla. No dije nada, aquello no era posible...

   -Estás soñando, cenutrio... -dijo la ardilla, con la voz nasal, grave e inconfundible de Santi Millán. 

   -Claro... -creo que contesté más por inercia, por la costumbre de contestar cuando alguien te habla, educación, que por otra cosa.

   -Anda, sacúdete las pulgas y sígueme.

   Se bajó de un salto del árbol. Yo me miré la ropa, y comencé a pasarme las manos por ella. Oí una carcajada.

   -No hay pulgas, ceporro -se reía la ardilla, erguida, mientras me miraba desde un poco más allá-. Venga vamos, que ya sabes que los sueños siempre suceden al filo del despertar, no tenemos todo el día...

   La seguí. O lo seguí. A la ardilla o a Santi Millán. 

   Atravesamos el valle, más o menos llano, y llegamos ya a un punto donde la falda de la montaña hacia la que íbamos comenzaba a ascender más en serio.

   -No te preocupes, ni siquiera vas a sudar, venga, arriba -siguió correteando, sin detenerse.

   A medida que subíamos me di cuenta de que tenía razón. Y ni siquiera me estaba costando ascender, no noté aumento del ritmo cardíaco ni de que se me alterara la respiración. También percibí algo en ese mismo instante que me hizo preguntar.

   -No se oyen pájaros, ni el viento silbar al arañarle las ramas de los árboles...

   -No había presupuesto para tanto, se fue todo en el decorado y mi voz, pero tampoco hacen falta más sonidos, no estás aquí para disfrutar de un día de picnic en el campo. ¡No te pares!

   Apreté el paso para no perderle, o más bien para que no me perdiera él/ella.

Llegamos por fin arriba. Desde allí había unas vistas tremendas. Se apreciaba cómo la montaña caía cual tobogán, hacia aquel árbol solitario en el que estaba la ardilla justo al despertar yo. Pero no se veía nada más allá de las montañas que rodeaban el valle.

   -¡Eh! Venga... -me espetó Santi Ardillán.

   Caminamos por una senda, hacía la otra vertiente de la montaña. 

   Llegamos en unos minutos. Allí al fin se paró.

   -Hemos llegado -dijo mientras de un saltito se subía a una enorme piedra-. He aquí el quid de la cuestión, ceporrete.

   -Frente a nosotros, a unos diez metros, se encontraba el borde del acantilado. La montaña caía en picado hacia abajo.          Justo allí había algo, como un montón de bolsas de basura de un metro y medio de altura, antes de una pequeña pasarela de madera, o más bien un mirador. Al fijarme más me di cuenta de que no había ninguna barandilla. 

   -A partir de aquí es cosa tuya, yo sólo puedo darte instrucciones con mi voz desde aquí.

   Comprendí. Un tanto indeciso comencé a caminar lentamente hacia aquel mirador. A medida que me acercaba, lo que me había parecido un montón de basura iba cambiando de forma, e iba aumentando de tamaño. Al llegar a su altura era una masa deforme, oscura, con... Tentáculos que supuraban un líquido oscuro. En aquella oscuridad aparecían mil imágenes. Esta vez sí que noté cómo se disparaban mis latidos por minuto, y comencé a sudar.

   Veía como escenas en esa oscuridad. Me veía despedazado en un barranco. Pero también veía el rostro de la vergüenza, las garras de la tristeza, las cuchillas de la decepción... Los tentáculos parecían alargarse en mi busca.

   -Sabes lo que es -escuché que me decía la ardilla levantando la voz, desde un lugar que me parecía mucho más lejano que los supuestos diez metros a los que debería estar.

   -Sí... -contesté, con un hilo de voz temblorosa.

   Comenzaba a sentirme muy mal.

   -No le prestes atención. Lo has estado mirando más a él que a la propia pasarela desde el principio.

   Giré la cabeza en dirección a la roca desde la que Santi Ardillán me hablaba, en voz alta pero serena. Estaba justo en el mismo lugar, a diez metros o poco menos y no a tanta distancia como hacía un segundo me había parecido.

   -¿Ves? Tú camina, ve al borde. Ni lo pienses.

   Sin volver a reparar en la gigantesca masa oscura volví a mirar hacia delante. Conforme daba los pasos me pareció percibir menos oscuridad a mi derecha, pero me forcé a no volver a mirar.

   -Eso es, no te sirve de nada comprobarlo. 

   Llegué al borde. Espectacular es poco, muy poco para hacerse una idea de lo excitante que parecía.

  -Ahora te das cuenta, ¿verdad? -volvía a estar a mi lado. Pero ya no era la ardilla con la voz de Santi Millán. Era yo.

   Miré hacia donde se había encontrado el horror, y vi un pobre gusanito negro revolviéndose sobre sí mismo.

   -El miedo siempre está ahí esperando -dije yo. O bueno, el yo que tenía a mi lado-. No se puede evitar. Pero tienes que saber que... Es como el tonto del pueblo. Está incordiando, pero si no le prestas atención es totalmente inofensivo. No puede hacer nada si no le dejas. Lo único que necesitas es tomar la decisión, y mirar hacia el precipicio como lo que es, y no hacia el miedo.

   Me miré. Una lágrima se pasó el límite de mi párpado derecho.

   -Perdón -me dije.

   Asentí, y tras esto miré de reojo al precipicio, y me indiqué que saltara, con una sonrisa.

   -No volverás a perderte nada por esa mierda -me dije, señalando el gusano negro, ahora del tamaño de un grano de arroz y ya inmóvil.

   Me abracé como nunca había abrazado a nadie y volví a fundirme conmigo. Luego, con un hormigueo por todo el cuerpo que me hizo sonreír y respirar hondo, salté. 

   Espectacular es muy, muy poco para describirlo, para describirla, para describirte. Excitante. El mar, cien metros más abajo, azul como un zafiro. Saltar hacia él, hacia su inmensidad y sus infinitos rincones, hacia la vida. Y comencé a volar a ras de sus olas.

4 comentarios:

  1. Me encanta el símil de el miedo como el tonto del pueblo.
    Aunque hay tontos de pueblo muy chungos, eh.

    Me gusta el estilo. Atrévete con algo más largo.

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  2. Es el primer relato tuyo que leo. Creo que describes muy bien el punto surrealista de un sueño que además pasa vertiginosamente de lo divertido a lo profundo. La necesidad de superar los miedos es una utopía universal que merece que le dediquemos nuestra energía. Me ha gustado muchísimo, y lo del nombre de la ardilla me ha hecho mucha gracia.

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  3. Ya no voy a poder ver a Santi Millan sin acordarme de la puta ardilla, jajaja...

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  4. Relato muy interesante de leer para los que vamos cayendo soñando despiertos con volar a ras de las olas...

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