lunes, 4 de marzo de 2019

Hablemos de amor.

El amor no aparece de repente, como si de una mala hierba se tratase. 


   Estos días he estado dándole vueltas a ratos al asunto de cuál iba a ser el tema para mi primer post (a parte del de bienvenida) aquí. Pues bien, como suele pasar muy a menudo, la idea definitiva me ha llegado cuando no estaba precísamente pensando en ello.

   El amor.

   ¿Qué tema de conversación atrae más la atención que este?

   Lo cierto es que estoy muy de acuerdo con lo que se suele decir de que es la fuerza que mueve el mundo. Al fin y al cabo, ¿a quién le amarga un dulce? Pues a todo el mundo, porque supongo que la mayoría estaréis de acuerdo conmigo en que el amor trae tanta dulzura como amargura a nuestras vidas, o al menos el concepto que solemos tener del amor.

   Se nos enseña desde pequeñitos que el amor florece, así sin más, que nos parte como un rayo (qué pocos habrían amado de verdad si fuera así, con las pocas probabilidades que hay de que eso ocurra, ¿no?), o yo qué sé... Que surge como un torrente de fuego y nos abrasa por completo.

   Y nada podemos hacer para resistirlo, claro.

   No niego que exista una emoción así, lo que niego es que sea el amor. 

   ¿Qué nos hace humanos? Un conjunto de características, entre ellas emociones, las cuales experimentan otros animales también, empatía, esta una cualidad muy humana, y el pensamiento racional, quizá lo más humano de todo. ¿Qué vengo a querer decir con esto? Pues que el impulso de la emoción instantánea, impetuosa, desgarradora, tiene más que ver con nuestra parte primitiva. Y es chocante cuanto menos que en la actualidad, tan en alta consideración que nos tenemos a nosotros mismos como seres humanos más que animales, le damos más importancia a emociones que tienen más que ver con lo segundo. Nos deshumanizamos. Nos animalizamos.

   El impulso de la emoción desatada es sólo eso, nuestra parte más ancestral, animal, susurrándonos desde un pasado muy, muy lejano que actuemos en consecuencia a ella.

   ¿Es eso amor? No lo creo. No digo que sea algo malo siempre, pero no hay que confundirlo. Lo que nos aporta ese estallido emocional es efímero, no está hecho para durar más que lo justo para lo que nació en nuestras mentes.

   Lo difícil viene cuando nosotros mismos como sociedad lo hemos ido aceptando y metiendo con calzador en un tiempo en el que ya no es necesario vivir según las reglas de hace decenas de miles de años.

   Nos duele porque no comprendemos. El amor no es ese estallido. Puede que eso sea el inicio, quizás, pero el amor viene más de la empatía y sobre todo del pensamiento racional. Viene con el tiempo junto a estas dos cualidades del ser humano.

   Un pequeño ejemplo en la ficción (contra todos los malos ejemplos que esta da) de amor verdaderamente humano es el que nos muestra la serie de novelas Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martín (también conocida por su adaptación en TV, Juego de Tronos). El matrimonio que forman Ned y Catelyn Stark (de soltera Tully) parece a simple vista la tipica unión con fines políticos entre dos casas, al fin y al cabo, lo es. Ahora bien, Catelyn estaba inicialmente prometida al hermano mayor de Ned pero al morir este la obligación del matrimonio recayó sobre Ned. Ahí no había chispa. No había rayo que partiese a ninguno de los dos, no habia torrente de llamas de pasión. Sólo un compromiso político. Con el tiempo llegan a ser lo que son durante la trama de la historia, un hombre y una mujer que se aman por encima de todo y aman todo lo que han creado juntos.

   La mejor pasión siempre la experimentamos por y junto a aquella persona a la que amamos. Pero el mejor amor rara vez lo sentimos por alguien que tan sólo nos incendia momentáneamente. Lo hemos comprobado en nuestras vidas, y seguiremos comprobándolo. Pero desde fuera se nos empuja al placer momentáneo y no a nuestra verdadera paz interior, y le damos más importancia, desgraciadamente, a lo externo.

   Todos hemos oído la expresión "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". En ocasiones es una frase tonta, pero muchas veces nos sentimos así y con razón. Renunciamos a algo que habíamos construido con nuestra energía, voluntad, tiempo e ilusión, sólo porque el impulso emocional inicial pareció desvanecerse, o porque lo sentimos hacía otra persona. La mala noticia es que siempre se va a desvanecer. No somos animales, ya no. Y hasta que dejemos de guiarnos tanto por esa parte nuestra tan vieja y fuera de lugar y comencemos a ser más humanos y pensar más racionalmente, que es lo que nos distingue de los animales, seguiremos experimentando estos vacíos existenciales y creyendo que el mundo está mal. 

Dejemos de buscar tanto la perfección inalcanzable que se nos vende con palabras grandilocuentes y escuchemos más a nuestra propia mente. Ella sabe cómo ser feliz. Hasta entonces, estamos condenados a tropezar con la misma piedra una y otra vez.

"El corazón miente y la mente engaña, pero los ojos ven. Mira con los ojos. Escucha con los oídos. Saborea con la boca. Huele con la nariz. Siente con la piel. Y sólo luego piensa, y así sabrás la verdad." -Syrio Forel. Canción de Hielo y Fuego: Juego de Tronos.




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